Fuego y sangre

Capitulo 21 - La emboscada

El murmullo de las pantallas llenaba la sala de operaciones subterránea, oculta tras un acceso restringido del Palazzo Flaminio. Las luces eran tenues, los monitores parpadeaban con imágenes en directo del Coliseo y sus alrededores. Los frumentarii estaban reunidos, los rostros tensos, la atención fija en Jean Leloir, que de pie frente a la mesa central repasaba los informes más recientes.

—Están convocando a los suyos —dijo Jean, sin rodeos—. Las señales son claras: grupos de agitadores están llegando desde distintos puntos de la ciudad. Muchos de ellos con antecedentes por violencia callejera, algunos fichados por contacto indirecto con la Orden.

Marcella Aetius estaba de pie, brazos cruzados, estudiando el mapa proyectado sobre la pared. Diversos puntos rojos se encendían alrededor del Coliseo.

—¿Están armados?

—No lo sabemos aún. Pero no necesitan estarlo para causar estragos. Si logran romper el perímetro o distraer a la Guardia, pueden abrirle la puerta a algo mucho peor —respondió Cassian Drussus desde su puesto, sin apartar la vista de los datos en su tableta.

Jean hizo una pausa. Luego se inclinó ligeramente sobre la mesa.

—Lo más preocupante no es el disturbio. Es lo que intenta encubrir.

Silencio.

—Sabemos que el golpe será esta noche —continuó—. Pero no sabemos qué forma tomará. El Coliseo está blindado, sí, pero eso también puede jugar en nuestra contra. Una vez que el público esté dentro, con las cámaras encendidas y las vestales en escena... cualquier movimiento puede convertirse en un acto irreversible.

Marcella se acercó un poco más.

—¿Creés que el objetivo son ellas?

Jean la miró. No respondió de inmediato.

—Creo que son el símbolo más poderoso de la República. Si logran quebrarlas, aunque sea en la percepción pública... habrán sembrado una fisura.

Cassian alzó la vista.

—¿Y si no es simbólico? ¿Y si buscan algo concreto? ¿Un atentado? ¿Una transmisión pirateada? ¿Una infiltración?

Jean asintió.

—Debemos prepararnos para todo. El caos en el exterior es solo el principio. La Hidra no se muestra, pero se mueve. Si actuamos bien, podemos forzarla a revelar una de sus cabezas.

Se hizo un silencio pesado.

—Vamos a dividirnos —indicó—. Cassian, tú y tu equipo se infiltran entre los grupos de manifestantes. Necesito ojos dentro. Nada de provocaciones, solo vigilancia. Marcella, tú vienes conmigo. Estaremos en la periferia del Coliseo. Si algo pasa, quiero que estemos lo más cerca posible del evento.

—¿Y si no pasa nada? —preguntó Cassian.

Jean lo miró con gravedad.

—Pasará.

Marcella recogió su abrigo negro del respaldo de la silla.

—¿Y qué hay de ella?

Jean la detuvo con la mirada. No dijo su nombre en voz alta, pero todos sabían de quién hablaba. Noctem.

—No la hemos visto desde el último encuentro. Pero si esta es su jugada, estará observando. Tal vez incluso… presente.

Los tres frumentarii intercambiaron una mirada breve, cargada de una mezcla de respeto, temor y determinación.

Jean se giró hacia la pantalla principal, donde el Coliseo ya se iluminaba con luces doradas y la multitud comenzaba a congregarse en las inmediaciones.

—Esta noche no solo protegeremos a las vestales —dijo con voz baja, casi ritual—. Vamos a desenmascarar a la Hidra.

Y sin esperar respuesta, salió al encuentro de la sombra que se cernía sobre Roma.

***

El tráfico en la Vía dei Fori Imperiali era lento, el auto oficial avanzaba con lentitud. Adentro, los ruidos del exterior llegaban amortiguados: cánticos, bocinas, fragmentos de consignas. Pero en el interior, el silencio era duro, lleno de palabras no dichas.

Catalina observaba la ciudad por la ventanilla. Roma parecía distinta esa noche, más vibrante. El Coliseo se alzaba a lo lejos, dorado por los reflectores, como un dios impaciente.

Logan no dijo nada al principio. La acompañaba en silencio, con la mirada puesta al frente. Solo cuando Catalina habló, rompió su postura rígida.

—Creí que no vendrías —dijo, sin mirarlo.

La confesión flotó en el aire unos segundos. Logan giró apenas el rostro.

—Hubiera cruzado el mundo para estar contigo esta noche.

Catalina volvió la mirada hacia él. Durante un momento se miraron sin hablar, como si cada uno intentara memorizar los detalles del otro. Logan parecía más tenso que de costumbre; Catalina, más frágil. La vulnerabilidad entre ellos no era debilidad: era confianza.

Catalina deslizó lentamente la mano sobre el asiento hasta rozar la de él. Logan no se apartó. Entre sus dedos, ese gesto mínimo bastó para decirlo todo.

No se dijeron más. No hacía falta.

Pero cuando las luces del Coliseo se reflejaron en el parabrisas, ambos supieron que el momento había terminado. Catalina retiró la mano con suavidad. Logan se recompuso. El vehículo se detuvo.

Catalina puso un pie sobre la alfombra roja, sin prisa. Llevaba una túnica blanca sencilla, de lino, sin bordados, sin perlas, sin fuegos dorados. Una túnica que ya había usado antes. Había sido su elección. No para destacar, sino para no prestarse al espectáculo.

Livia y Aelia ya estaban adentro, junto a Claudio y Pietro, sus respectivos custodios. La entrada del Coliseo lucía más imponente de lo habitual, encendida por las antorchas que se habían ido iluminando al paso de cada vestal. Al llegar Catalina, se encendieron las que faltaban, y el focus, una réplica simbólica del que ardía en el templo, cobró vida con una llama blanca, alta e imponente.

Los flashes comenzaron antes de que diera el segundo paso. La prensa, delimitada por barreras metálicas, extendía micrófonos y gritos como lanzas.

—¡Catalina! —llamó una voz femenina, aguda, con acento del norte—. ¿Eso significa que Logan ha vuelto a ser tu escolta personal?

Catalina no se detuvo. Tampoco respondió.

—¿Está al tanto de lo que ocurrió en el Senado? —insistió otro periodista, más cerca.




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