Catalina y Aelia estaban sentadas en el sillón del living, con las piernas cruzadas bajo una manta gris. Vestían jeans, zapatillas y suéteres holgados prestados por Elaine. El cabello, suelto y ligeramente revuelto, les daba un aire casi irreconocible. A simple vista, podrían haber sido dos estudiantes exhaustas después de una noche larga. Nadie imaginaría que hasta hacía unas horas eran el centro de un acto público en el Coliseo.
Logan y Pietro se apartaron hacia la cocina, donde el silencio solo era interrumpido por el goteo lento del café. Logan activó su comunicador. Pietro hizo lo mismo segundos después. La señal tardó más de lo habitual en estabilizarse.
Un pitido suave indicó que la conexión estaba asegurada.
—Aquí Flaminio —respondió al fin la voz de Lucian Marce—. ¿Están a salvo?
—Sí —dijo Logan—. Cuatro personas, ilesas. No revelaremos la ubicación, pero estamos bajo resguardo. Sin contacto con fuerzas hostiles ni señales de persecución.
—Confirmo —añadió Pietro—. El sitio es seguro. No hemos sido vistos entrando.
Del otro lado se escuchó un murmullo tenso. Al fondo, voces que hablaban rápido, y el chirrido ocasional de una silla. Lucian tardó unos segundos en continuar.
—Livia y Claudio no han reportado. Sospechamos que fueron interceptados al salir por la entrada trasera del Coliseo. No tenemos confirmación.
Logan apretó los puños sin decir nada.
—La manifestación alcanzó el perímetro del Atrium —añadió Lucian—. Hemos reforzado la seguridad, pero no se descarta una acción coordinada de la Orden. La situación sigue activa.
Hubo una pausa.
—Si no los han identificado, quédense ahí. No intenten moverse. No hay rutas seguras en este momento. La ciudad sigue sitiada.
—Entendido —respondió Logan.
—Apaguen los comunicadores después de esta llamada. No respondan a otros canales. Los contactaremos mañana, al inicio del próximo ciclo.
—Recibido —dijo Pietro.
—Buena suerte —agregó Lucian, antes de cerrar—. Que Vesta los proteja.
La conexión se cortó. Logan y Pietro se miraron sin hablar. Luego guardaron sus comunicadores.
En el living, Catalina hojeaba un libro de la biblioteca de Elaine sin demasiado interés. Aelia dormía acurrucada a su lado.
Elaine apareció desde el pasillo con una bandeja en las manos. Traía café, algo de pan y frutas. Su expresión seguía siendo de incredulidad.
—Mírenlas —dijo con voz baja, pero sin ocultar el asombro—. ¿Quién pensaría que ustedes dos eran... esas?
Catalina le sonrió apenas. El cansancio pesaba más que cualquier respuesta.
—Parecen chicas normales —continuó Elaine—. Y así deberían quedarse. Es una lástima que deban regresar.
Logan se acercó a la mesa, tomó una taza y miró por la ventana.
Aún podían oírse sirenas en la distancia. Y sobre los techos de Roma, una columna de humo seguía marcando el lugar donde todo había comenzado.
Elaine retiró la bandeja vacía con movimientos lentos, sin romper la calma de la habitación. Aelia cayó en un profundo sueño en el sillón, envuelta en una manta. Pietro, de pie junto a la ventana, observaba las luces lejanas de la ciudad. Logan había desaparecido en el pasillo, en busca de algo de ropa limpia.
Catalina cerró el libro sin terminar la página y lo dejó sobre la mesa. Su mirada flotaba, fija en un punto indeterminado del suelo, cuando Elaine regresó sola desde la cocina. No dijo nada al principio. Solo la miró con una mezcla difícil de nombrar: cansancio, preocupación… y algo más profundo.
—Él hará cualquier cosa por ti ¿Sabes? —dijo al fin, sin rodeos.
Catalina alzó la vista, sorprendida por el tono directo.
—Ha cruzado medio mundo —continuó Elaine, con voz más baja—. Ha desobedecido órdenes, ha puesto en juego su carrera, su vida, su nombre… por seguirte. Por protegerte. Por estar a tu lado.
Catalina no respondió. La escuchaba con atención, aunque no emitía juicio alguno.
—Tú eres la única persona a la que él escucharía si le pidieras que se detenga —agregó Elaine, con un dejo de súplica—. Si tú se lo pidieras, dejaría la Guardia. Se alejaría de esto. Se salvaría.
La mujer respiró hondo. Bajó la voz aún más.
—Si lo aprecias, si de verdad sientes algo por él, por mínimo que sea… pídeselo. Antes de que sea demasiado tarde.
Catalina permaneció en silencio.
No había rabia en su rostro. Tampoco desafío. Solo un desconcierto profundo, como si algo dentro de ella se hubiera desplazado sin previo aviso.
Observó las manos sobre su regazo. Las mismas que habían encendido fuegos rituales, que habían bendecido recién nacidos, que no podían ser tocadas sin castigo.
Pensó en Logan. En la forma en que la había tomado de la mano entre las sombras. En cómo la había mirado, sin palabras, mientras el caos rugía afuera.
Pensó también en Aelia, y en Pietro. En el beso que se habían dado en la penumbra del hipogeo, como si el mundo ya no pudiera ofrecerles nada más seguro que ese instante.
Ella no había probado los labios de Logan. No lo había tocado como Aelia tocaba a Pietro. No lo había permitido, ni siquiera lo había imaginado… hasta ahora.
¿Era aprecio lo que sentía?
¿O algo más hondo, más peligroso?
Elaine aguardaba una respuesta. Pero Catalina no dijo nada.
Se limitó a mirarla. Con una expresión contenida, firme, pero también vulnerable.
Entonces se puso de pie con suavidad. Caminó después hasta la habitación contigua, cerrando la puerta tras ella con un clic casi imperceptible.
Elaine se quedó en el salón, apretando los labios. No necesitaba una respuesta. Ya la había visto en los ojos de Catalina.
Y eso era lo que más le preocupaba.
Catalina cerró la puerta con cuidado. No sabía exactamente por qué estaba allí. Solo sabía que no podía seguir oyendo la triste verdad.
Logan salió del baño en ese instante, con el cabello húmedo y una camiseta limpia que le quedaba apenas ajustada en los hombros. Se detuvo al verla, aún con la toalla en la mano, como si su sola presencia bastara para detenerlo en seco.