Fuego y sangre

Capitulo 28 -

Las luces del Palacio Flaminio permanecían encendidas desde la madrugada. En las pantallas del salón de situación, los mapas digitales mostraban señales que antes no estaban ahí: puntos rojos que se multiplicaban lentamente en los distritos periféricos, como una infección invisible.

La imagen de Jean Leloir apareció al instante. Estaba en su oficina, con las mangas remangadas y el rostro marcado por el insomnio. Ni siquiera saludaron.

—Tenemos que hablar —dijo Lucian, sin rodeos—. Hay actividad.

Jean entrecerró los ojos.

—¿En Roma?

—No solo en Roma. También en Brindisi, Nápoles, incluso en la zona norte de la Galia. Pero lo más inquietante es esto…

Lucian amplió una de las imágenes. Era una captura satelital de un pequeño almacén abandonado en las afueras de Ostia. Nada parecía fuera de lugar. Hasta que señaló con el dedo un grupo de figuras reunidas en el patio trasero, iluminadas por una fogata.

—Mitines —dijo Lucian—. Pequeños, dispersos, pero cada vez más frecuentes. No llevan estandartes ni proclamas abiertas. Solo se reúnen. Escuchan. Repiten frases que ya conoces.

Jean no necesitó que se las dijera. Las había leído en panfletos, grafitis y foros clandestinos.

"El fuego no pertenece al Estado."

"Vesta no arde para los poderosos."

"Roma duerme. Nosotros la despertaremos."

—¿Qué más sabes? —preguntó Jean.

Lucian hizo un gesto a uno de sus asistentes. En la pantalla apareció un conjunto de registros.

—Tres reuniones esta semana en lugares donde antes no teníamos actividad: Palestrina, Sabina y Tarquinia. Sitios pequeños, fáciles de pasar por alto. Pero hay algo nuevo en la frecuencia. Y en los rostros.

—¿Reclutas?

—No solo eso. Están atrayendo simpatizantes que antes no se vinculaban con estos movimientos. Trabajadores de nivel medio, empleados públicos, incluso exmilitares. Es un patrón peligroso.

Jean frunció el ceño.

—Es una red.

—Exacto —asintió Lucian—. Y como toda red, se expande en silencio, por debajo de lo visible. Lo que vimos en el Coliseo no fue el clímax. Fue solo la apertura.

Hubo una breve pausa. Luego, Lucian agregó con tono más grave:

—Todavía no tenemos rastro de Noctem. Pero esto… esto lleva su sello. Paciencia, estrategia y fanatismo controlado.

Jean asintió, pensativo.

—Movilizaré a Marcella y Cassian. Si esta red sigue creciendo, necesitamos trazarla por completo antes de que vuelva a explotar.

—Y quiero algo más —añadió Lucian—. Empieza a rastrear posibles financiadores. Empresas, fundaciones, lo que encuentres. No arman una estructura así sin dinero.

—Entendido.

La conexión se cortó sin despedidas.

Jean permaneció unos segundos frente a la pantalla en negro, escuchando el eco del silencio en su despacho. Luego se puso de pie, tomó el abrigo y el comunicador.

Era hora de despertar a sus agentes.

***

El despacho del prefecto Marce estaba bañado por una luz suave que entraba a través de los ventanales altos. Las persianas semicerradas filtraban la claridad veraniega de Roma, dándole al ambiente una apariencia casi sacra, de solemnidad involuntaria.

Lucian Marce estaba de pie, frente a un panel de datos proyectado en la pared. A su espalda, cuatro guardias aguardaban en silencio: Logan, Pietro, Marco y Lucio. Cada uno de ellos había servido en momentos distintos con las vestales, y todos sabían que no estaban allí por azar.

—Se ha tomado una decisión —dijo Marce, girándose hacia ellos—. El Senado lo ha aprobado esta mañana. Las vestales volverán a participar de los actos públicos, de manera progresiva. Comenzaremos con la Vestalia.

Ninguno dijo nada. Solo un leve gesto de asentimiento en el rostro de Pietro.

—Será una celebración abierta. Las procesiones recorrerán parte del Foro, habrá ofrendas y rituales simbólicos. Y eso implica riesgo. Han pasado casi once meses desde el incidente en el Coliseo. No podemos confiarnos solo porque la Orden Umbra no haya aparecido últimamente. Lo saben tan bien como yo.

—¿Quiénes participarán? —preguntó Marco.

—Chiara, Aelia, Alessia y Catalina —respondió el prefecto—. No todas juntas, estarán en diferentes momentos y tramos del recorrido. La idea es evitar cualquier blanco claro o predecible.

Lucio, en un rincón, apretó apenas la mandíbula. Había sido herido defendiendo a Chiara. Su presencia en ese grupo no era una sorpresa.

—Y ahora escuchen con atención —continuó Marce, con tono más bajo, más firme—. Por las mismas razones por las que fueron enviados a Palermo, no se les asignará la custodia directa de Aelia ni de Catalina. Logan, Pietro... sé que no necesitan explicaciones, pero aún así, se las daré. No es un castigo. Es precaución. Los rumores que circularon hace un año no murieron del todo. Un gesto mal interpretado, una palabra fuera de lugar, una imagen sacada de contexto, y perdemos lo que hemos logrado reconstruir.

Pietro asintió, sin mostrar emociones.

Logan mantuvo la vista baja unos segundos, pero no replicó.

—Ustedes dos acompañarán a Alessia y Chiara. Marco y Lucio se encargarán de Catalina y Aelia.

Hubo un breve silencio, cargado, tenso pero sin conflicto.

—Lo comprenden, ¿verdad? —insistió el prefecto.

—Sí, señor —respondió Pietro.

—Entendido —murmuró Logan.

Lucian Marce los observó por un instante, como quien pesa el valor de lo que no se dice.

—Sé que lo esperaban. Sé que quizás confiaban en que el tiempo, la distancia, borrara las dudas. Pero no estamos aquí para hacer lo que queremos. Estamos para hacer lo correcto. Y por ahora, esto es lo correcto.

Se acercó a la mesa y deslizó un dossier con los recorridos, horarios y personal asignado.

—Prepárense. Roma estará observando. Y no todos los ojos serán amigos.

Los cuatro hombres tomaron los papeles. Se despidieron con una inclinación breve. Al salir, Logan no dijo una palabra. Pietro caminó a su lado en silencio, hasta que, al llegar al pasillo, le dio un leve empujón con el hombro.




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