Logan salió del despacho de Lucian Marce con la carpeta bajo el brazo. Su andar era firme, sin desvíos ni pausas. El rostro era el de alguien que había tomado una decisión irreversible y estaba dispuesto a cargar con las consecuencias. Caminaba como si cada paso lo alejara de lo que había sido… y lo acercara, por fin, a lo que quería ser.
En uno de los pasillos del ala administrativa, se cruzó con Alessia.
Ella lo vio de inmediato, y aunque no dijo nada al principio, sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible. Una sonrisa que decía: “Ya era hora”.
—Pensé que nunca lo harías —dijo ella con naturalidad.
Logan se detuvo apenas.
—Yo también lo pensé.
—¿Y ahora?
—Ahora voy hasta el final.
Ella asintió. No preguntó más. No necesitaba saberlo todo. Lo esencial estaba a la vista: la carpeta en su mano, la mirada decidida, la ausencia del uniforme.
Logan siguió su camino.
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Al día siguiente, poco después del mediodía, Catalina fue convocada nuevamente al despacho de Occia.
La habitación estaba en silencio. Occia permanecía sentada, con los dedos cruzados sobre la mesa, observándola como si ya supiera lo que iba a decir.
Catalina se detuvo frente a ella. No vestía la túnica ceremonial ni llevaba joyas. Solo el atuendo de uso cotidiano, el rostro en calma, aunque bajo la superficie se agitaba algo más profundo. Una corriente invisible.
Occia levantó una hoja de papel.
—La carta de los Visconti sigue aquí. Aún no tengo tu respuesta.
Catalina respiró hondo. Tenía las manos entrelazadas frente a sí. No temblaban, pero tampoco estaban firmes.
—Esperaré antes de responder —dijo al fin.
Occia ladeó un poco la cabeza.
—¿Esperar qué?
—Tal vez alguien más quiera hacer una propuesta —respondió Catalina sin titubeos.
La superiora la miró por un momento largo. Luego bajó los ojos al papel entre sus manos.
—¿Quién?
Catalina no respondió.
Pero Occia no necesitaba que lo dijera. No esta vez.
—¿Tu escolta? —preguntó—. ¿Logan Sharp?
El nombre cayó como una piedra en un lago en calma.
Catalina mantuvo la postura, pero algo en sus pupilas se dilató.
Occia continuó, sin pausa, sin crueldad. Solo hechos.
—Pidió la baja de la Guardia anoche.
Catalina no entendió de inmediato.
—¿Qué…?
—Ya no forma parte de la estructura de seguridad. Ha renunciado. Se ha ido.
Catalina sintió que algo dentro de ella se soltaba y no sabía si era alivio o vértigo. Un impulso de sentarse. De preguntar si era cierto. De salir corriendo a buscarlo.
Pero no se movió.
No dijo nada.
Solo bajó los ojos, como si al hacerlo pudiera evitar que todo lo que había creído seguro se desmoronara frente a ella.
Él no le había dicho nada.
Ni una palabra.
La había dejado fuera.
Traición. Protección. Todo le parecía posible. Todo le parecía insuficiente.
Occia no volvió a hablar. Catalina tampoco.
Solo el silencio quedó en la sala. Y el rumor, cada vez más fuerte, de que algo grande estaba a punto de cambiar.
Ella no podía creer lo que acababa de oír.
Durante unos segundos, las palabras de Occia simplemente no tuvieron sentido. Logan. ¿Fuera de la Guardia? ¿Renunciando… sin decirle nada?
No.
No podía ser él. No Logan.
Catalina salió del despacho sin saber exactamente adónde iba. Caminaba rápido, con la túnica agitándose tras de sí, el corazón acelerado, la mente en blanco. Pasó junto a varias sirvientas sin notarlas, bajó un tramo de escaleras y giró en los pasillos buscando una cara conocida. Alguien.
Hasta que lo vio.
Pietro.
Estaba hablando con otro escolta junto a una columna. Cuando Catalina se acercó, él se dio cuenta de inmediato de que algo no estaba bien. Ellarompió el protocolo.
—Tú —dijo, con la voz temblando de contención—. ¿Dónde está Logan?
Pietro la miró, serio.
—Domina, no debería...
—¿Es cierto? ¿Se fue?
Pietro no mintió.
—Anoche, cuando yo estaba de guardia en la entrada del cuartel… lo vi salir con su valija. No dijo nada. No dejó notas. No se despidió.
Catalina sintió un nudo cerrarse en el pecho. Como si algo invisible se le incrustara entre las costillas y no la dejara respirar.
—¿No dijo a dónde iba?
—No. Solo caminó hasta el portón y no miró atrás.
Ella retrocedió un paso.
El dolor era seco. Directo. Como una lanza.
No solo se había ido.
La había abandonado.
Toda la esperanza que había sostenido como si fuera un frágil hilo… se había roto.
Catalina asintió, sin mirarlo.
Se dio la vuelta.
Y esta vez, no caminó rápido.
Caminó como quien ha perdido algo irremplazable, pero todavía no puede permitirse derrumbarse.
***
Logan estaba sentado al borde de la cama, con el teléfono entre los dedos. No había dormido. Había intentado comer, leer, salir a caminar. Nada. La ansiedad seguía allí, como una cuenta regresiva que no se detenía.
Marcó.
Al tercer tono, su madre respondió.
—¿Logan...? ¿Estás bien?
—Estoy bien, mamá. Solo... necesitaba escucharte.
Un breve silencio al otro lado.
—¿Qué pasó?
—Voy a hacer algo importante hoy —dijo él—. En unas horas voy a presentar la solicitud. Para pedir la mano de Catalina.
Elaine tardó en responder. Logan podía imaginarla incorporándose de golpe, sentada en la cama con el ceño fruncido.
—¿Qué acabas de decir?
—Voy a pedir casarme con ella. Legalmente. En el Senado.
La línea quedó en silencio unos segundos.
—¿Estás hablando en serio?
—Completamente.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Elaine soltó el aire lentamente, como si eso fuera lo único que la mantenía cuerda.
—Logan… apenas la conoces. No sabes qué hay detrás de todo esto. No sabes lo que vas a encontrar cuando esto se termine.
—Tal vez no —admitió—. Pero sí sé lo que siento. Y sé que no puedo quedarme al margen mientras otros deciden por ella.