Fuego y sangre

La tormenta

Hacía unos días que la casa se sentía menos tensa. Logan y Catalina no habían discutido más desde el incidente en su despacho. Tampoco habían resuelto nada, pero eso ya era habitual entre ellos.

No hablaban del pasado.

No hablaban del futuro.

Solo compartían el presente con una familiaridad que venía de años de cruzar fuego juntos.

Ese día, Catalina estaba en la cocina hojeando una revista sin demasiado interés cuando Logan apareció en la puerta con el teléfono en la mano.

—Mi madre viene a cenar esta noche —anunció, con su tono habitual—. Y trae compañía.

Catalina levantó una ceja.

—¿Elaine con compañía?

—Un hombre. Charles. Profesor de historia antigua. Lo conoció en una aplicación.

Ella dejó la revista sobre la encimera.

—¿Que hacía Elaine en una app de citas?

—Yo también lo estoy procesando —dijo Logan—. Pero parece que va en serio.

Catalina lo miró con curiosidad.

—¿Y qué tiene que ver conmigo?

—Me pidió que estuvieras. Dice que le daría gusto verte. Y yo también quiero que te quedes. Aunque sea por educación.

Ella dudó. No era su estilo colarse en cenas ajenas.

—No sé. Podría incomodarlos.

—No vas a incomodar a nadie. Por favor, Kat.

Catalina lo observó en silencio. Y finalmente asintió.

—Está bien. Me quedo.

Logan sonrió, con ese gesto que reservaba para cuando las cosas salían como quería.

—¿Te animas a hacer la cena? Yo debería dormir un rato. No dormí nada anoche.

—Dormiste la siesta del siglo ayer, y por lo que supe despertaste una hora más tarde hoy —lo corrigió ella, ya caminando hacia la nevera.

—Sí, pero tengo que estar lúcido. No quiero que el dichoso Charles me saque conversación sobre la Tebaida mientras me caigo de sueño.

—Ve a dormir, entonces. Y no quiero quejas si la cena es un desastre.

—Confío en tus desastres, dómina.

Se alejó escaleras arriba. Catalina resopló.

Catalina puso a hervir agua, y puso sobre la encimera unos vegetales. Iba por la mitad de una salsa improvisada cuando golpearon la puerta.

Al mirar por la mirilla, resopló.

Brandt Taylor.

Abrió solo lo justo.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a hablar con Logan. ¿Me dejas pasar?

—Está durmiendo.

—Lo sé. Su auto está afuera.

Catalina no contestó. Se limitó a apoyarse en el marco de la puerta.

—Solo quiero cinco minutos —dijo Brandt, bajando la voz—. Vine en paz. No estoy buscando pelea.

—¿Y qué estás buscando exactamente?

—Una oportunidad. Algo para reparar las cosas. Tú me conoces, Kat. Sabes que no soy una mala persona.

—Sé que insistes más de la cuenta. Eso sí. Mala no eres, pero te has comportado como una perra conmigo.

Brandt tragó saliva.

—Lo sé, pero ¿Podrías decirle que estoy aquí? Solo eso. Que baje. Que me escuche.

—No.

—¿Por qué no? Tú ya ganaste. No estás conmigo en esto. No necesitas protegerlo.

—No estoy protegiéndolo —dijo Catalina, seca—. Estoy evitándote la humillación.

—¿Perdón?

—Él no va a bajar. No va a hablar contigo. Y no me interesa ser mediadora. Si tenías algo que decirle, el momento era otro. No ahora. No en esta casa.

Brandt parpadeó. Se le humedecieron los ojos.

—¿Tanto te molesto? ¿Tanto te molesta que otra mujer lo ame?

Catalina soltó una risa breve.

—No me molesta que lo amen. Me molesta que no te des cuenta de que él no te ama a ti.

—Eres cruel.

—No. Soy sincera. Y tú estás haciendo una escena en la puerta de una casa donde no te quieren. ¿No te das cuenta?

Brandt bajó la mirada. Dijo algo que Catalina no escuchó del todo.

—Vete —dijo Kat, con voz firme—. Ya no tienes nada que hacer aquí.

Y le cerró la puerta en la cara. Sin apuro. Sin ruido. Solo cerró.

Volvió a la cocina. Lavó sus manos.

Poco después, escuchó los pasos en la escalera.

Logan bajaba en silencio, con una camiseta gris, el cabello alborotado. Se frotaba los ojos.

—¿Quién era?

—Brandt —dijo Catalina, sin girarse.

—¿Qué quería?

—A ti. ¿Qué más puede querer?

—¿Le abriste?

—La envié de vuelta. Espero no tener que volver a hacerlo con ella o con cualquier otra.

Logan la miró. Ella siguió cortando verduras.

—Gracias.

—No fue por ti —dijo Kat, sin emoción—. Fue por la cena. No me gusta comer comida quemada.

Logan la miró unos segundos más, como si intentara leer algo detrás de esas palabras. Pero no insistió. Solo se rascó la nuca y murmuró algo ininteligible.

Unos golpes en la puerta sonaron antes de que pudiera decir otra cosa.

Elaine entró con la misma energía de siempre, cargando una botella de vino en una mano y una cartera roja en la otra.

—¡Llegamos! —anunció, como si fuera dueña del lugar.

Detrás de ella, Charles. Alto, canoso, con un abrigo azul marino impecable y una sonrisa tímida.

Se detuvo al ver a Logan bajando recién despierto y a Catalina aún en la entrada.

—Espero que no interrumpamos nada —dijo Charles, cordial.

—Para nada —respondió Catalina, con una media sonrisa.

Elaine besó a Logan en la mejilla.

—¿Qué te pasó? ¿Te atropelló una cama?

—Algo así —murmuró Logan, ya caminando hacia la cocina.

—Charles, te presento a Catalina —dijo Elaine, con entusiasmo—. La mente maestra detrás de la cena.

Charles se inclinó ligeramente con una cortesía casi antigua.

—Un placer.

—El gusto es mío —dijo Catalina, ya cruzando hacia la cocina.

Logan abrió una alacena, sacó cuatro copas.

El cielo comenzaba a cambiar a gris. Adentro la cena ya había comenzado.

El comedor estaba perfectamente dispuesto. Catalina había encendido unas velas pequeñas más por estética que por necesidad, pero ahora parecían una buena idea.

Elaine hablaba con su habitual entusiasmo mientras Charles se acomodaba en la cabecera opuesta. Logan, más despierto, vestía ya de forma decente. Catalina servía pasta con movimientos precisos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.