Fuego y sangre

Huele a casa

Catalina apenas alcanzó a escuchar el murmullo del veredicto anulado antes de que Logan la envolviera en sus brazos. El abrazo fue inmediato, urgente, como si quisiera sellar con su propio cuerpo el final de todo aquello. Ella se aferró a él, hundiendo el rostro contra su hombro. No intentó contener el llanto; cada lágrima era un peso que necesitaba soltar. Logan le pasó una mano por el cabello y con la otra le secó el rostro, sus dedos deteniéndose un segundo más de lo necesario sobre su mejilla.

—Ya está —murmuró contra su oído—. Se acabó, Catalina. Nos vamos.

Ella levantó la vista, y pese al cansancio, le sonrió. No era una sonrisa amplia ni triunfante; era frágil, casi tímida, pero era real. Logan la sostuvo como si temiera que alguien pudiera arrebatársela de nuevo.

—Quiero que salgamos de aquí hoy mismo —dijo, en voz baja pero firme—. No quiero que pases otra noche en este lugar. Nos vamos al aeropuerto y no volvemos nunca.

Catalina no respondió de inmediato. Quería creerle, quería abrazar esa promesa, pero algo en su interior le advertía que el Estado nunca soltaba del todo a quienes había marcado.

La voz de Luca cortó el momento.

—En tu lugar —dijo, con ese tono de consejo que esconde la cuchilla—, yo iría directo al aeropuerto. Un vuelo rápido, sin mirar atrás, y jamás pondría un pie aquí otra vez.

Logan giró despacio, manteniendo a Catalina detrás. El alivio le cambió a rabia contenida. Luca lo estaba buscando.

—¿Tienes algún problema conmigo, senador? —preguntó, con filo.

Luca sonrió, ladeando la cabeza como quien disfruta de un tropiezo ajeno.

—Ninguno, Sharp. Solo doy mi opinión. Después de todo lo que han pasado… sería una lástima que se quedaran. Ya sabes, por su seguridad.

Logan dio un paso. Catalina lo detuvo al instante.

—No —susurró, poniéndose entre ambos—. No vale la pena.

—Él quiere que reaccione —dijo Logan sin apartar la mirada.

—Exacto —intervino Luca, encantado de escucharse—. Porque si me golpeas, estarías cometiendo un delito grave. Casi tan grave como… acostarte con una vestal.

El calor subió al rostro de Catalina. Los hombros de Logan se tensaron.

—Cuida lo que dices —escupió.

—¿O qué? —Luca se encogió de hombros—. ¿Vas a matarme aquí? Créeme, no serías el primero que lo intenta.

Logan ya iba a avanzar cuando la voz de Nigro cortó el corredor.

—Basta.

No elevó el tono. Bastó para calmar las aguas. Logan se volvió hacia él con una mezcla de desconcierto y resentimiento.

—Tú sabías —dijo, sin disfrazar la acusación—. Sabías que esto era una farsa y aun así nos dejaste frente a ellos.

Nigro sostuvo la mirada.

—Hice lo necesario para que terminara.

—¿Terminar? —Logan dio otro paso—. Nos dejaste al alcance de tu primo como si fuéramos piezas de su tablero.

—No —respondió Nigro, medido—. Los saqué del tablero. Aunque te cueste verlo ahora.

Catalina le tocó el brazo a Logan para apartarlo medio paso.

—No lo empeores —susurró—. Ya estamos fuera.

—Si algo le pasa… —empezó Logan.

—No le va a pasar nada —dijo Nigro—. No mientras yo firme.

Luca aplaudió dos veces, despacio, sin moverse de su sitio.

—Qué escena familiar tan… conmovedora —dijo—. Me quedaría a ver el final, pero temo que me acusen de voyeurismo institucional.

—Retírate, Luca —ordenó Nigro.

—Siempre tan cordial, primo —Luca inclinó apenas la cabeza hacia Catalina—. Tomen el consejo. Vuelo directo. Para ayer.

Se apartó, satisfecho.

Tullia apareció por el flanco con un par de asistentes, seca y precisa.

—Nos vamos —le dijo a Catalina y a Logan—. Con escolta. Sin desvíos. Nadie habla con nadie que no lleve mi autorización colgada del cuello.

Alessia se acercó en silencio y se colocó junto a Catalina, como si el simple hecho de estar ahí bastara para sostenerla.

—Los vehículos están listos —anunció un ujier.

—Esperen —dijo Logan, clavando otra vez a Nigro—. Necesito una garantía.

—La tienes —contestó Nigro—. Protección plena hasta nueva orden. Y antes de que preguntes: sí, temporal. Sí, necesaria.

—Protección o custodia —replicó Logan.

—Las dos —cerró Nigro—. Hoy coinciden.

Catalina apretó la mano de Logan.

—Después discutimos —le dijo—. Ahora saldremos de aquí.

Emprendieron la marcha por el pasillo lateral. A mitad de camino, Luca reapareció a distancia, solo para alzar dos dedos a la sien y sonreírle a Logan. Un saludo que era un desafío. Logan frenó un instante; Catalina lo sostuvo con ambas manos.

—Conmigo —dijo—. Mírame.

Él la miró. Retrocedió el impulso. Siguieron.

En la salida, la comitiva ya formaba un cordón discreto hacia los autos. Tullia dio las últimas instrucciones sin levantar la voz.

—No firmen nada. No reciban nada. Si alguien intenta separarlos, me llaman.

Nigro se inclinó hacia la ventanilla de Catalina.

—Que tengan buen viaje.

La puerta se cerró. El auto arrancó. Logan subió al suyo. Cuando las ruedas tocaron la rampa, Luca cruzó la escalinata con paso tranquilo bajo la llovizna y dejó caer, sin dirigirla a nadie y a todos a la vez:

—Felicidades por el asecenso, primo. Durará poco.

Las puertas se cerraron. Los motores subieron de tono. Catalina y Logan se tomaron la mano en el asiento, sin promesas. Solo el acuerdo tácito de salir de ese edificio caminando y volver a respirar afuera.

El avión se detuvo y, antes de bajar, el aire ya cambiaba: fresco, limpio, con ese olor a arce y tierra húmeda que Catalina había aprendido a reconocer. En la pista los esperaba un cordón de la Guardia Nacional. Los guiaron sin rodeos por la terminal privada.

A la salida, la prensa. Flashes, micrófonos empujando, preguntas que rebotaban contra sus espaldas.

—¿Van a volver?

—¿Cómo se sienten tras la absolución?

—¿Están seguros aquí?

Logan avanzó con la cabeza en alto. Catalina, de la mano con él, miró al suelo. “Sin declaraciones”, repitió el jefe de la escolta. En segundos estuvieron dentro del auto oficial.




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