Fuego y sangre

Las rosas

Dado que el trabajo encomendado a Aetius era demasiado delicado, Logan había pasado la mayor parte del día abocado a esa tarea. Llegó a la casa después de mediodía con el cansancio colgando de sus hombros. Ahora tenía la certeza de que había asegurado sus espaldas y Harlan Taylor no sería un problema otra vez.

Al cruzar el vestíbulo oyó voces que provenían del jardín. El aire húmedo y fresco trajo el sonido de una risa tímida que hizo que su corazón diera un vuelco. Esa risa que años atrás anhelaba oír. Catalina charlaba con Elaine, mientras observaban unos rosales que encargó unos días antes, distraídas, sin reparar en su presencia. Al principio pensó en unirse, pero decidió escuchar a escondidas la charla.

—...los rosales son como los niños, dales amor y cuando crezcan tendrán espinas que te lastimaran —dijo Elaine, cortando una flor —, pero si aprendes a tratarlos, obtendrás unas hermosas y fragantes rosas

—¿Lo dices por Logan o por las flores?

—Lo digo porque tengo experiencia, Kat. Créeme, cuando piensas que acabada la infancia se acaba el problema, llega la pubertad, luego el niño crece un poco más, se enamora y se va al otro lado del mundo persiguiendo a una chica.

Catalina rio de nuevo.

—Creo que encadenaré mis rosales para que no me dejen.

Elaine puso una mano en el hombro de Catalina.

—Si tus rosales son como Logan o como tú, dudo que unas cadenas o jaulas los mantengan prisioneros.

Logan sonrió. Nada lo hizo desistir cuando se propuso cambiar la historia. No dejó que nada ni nadie se interpusiera en su camino cuando decidió amar a la mujer que debía cuidar. Esa mujer que ahora vestía de blanco por elección, que había trenzado su cabello por comodidad y que aprendió a vivir fuera de los muros del Atrium. Lejos estaba ese tiempo en que no debía tocarla o hablarle directamente. Atrás quedó el protocolo.

Con sigilo se acercó a Catalina por detrás. Envolvió sus brazos en la cintura de ella. Y le besó el cuello. Aspiró profundo el aroma de su piel como si quisiera guardarlo para siempre. La vida sería más fácil de ahora en adelante, pensó.

Catalina se dio vuelta. Con un beso le dio la bienvenida.

—Te extrañé —dijo con un tono que nunca antes había usado.

Los rayos dorados del sol iluminaban sus facciones perfectas. Pronto el calor se iría y con él se llevaría los colores y el canto de los pájaros, pero el fuego que ardía en Catalina seguiría allí, vivo en su interior.

—¿Entonces por qué no me has llamado ni una vez? —preguntó Logan con una queja fingida—. Eres preciosa. ¿Te lo dije alguna vez?

—Creo que unas cien millones de veces.

Catalina miró directamente a sus ojos esbozando una sonrisa. Ese azul que encontraba siempre aunque hubiera una multitud alrededor. El azul de sus ojos que fue una vez su perdición.

Elaine que observaba en silencio se aclaró la garganta para que notaran su presencia.

—Niños, respeten que hay mayores —bromeó.

Logan suspiró y miró a su madre.

—¿No tienes nada que hacer? ¿Compras tal vez?

Elaine agitó una mano en el aire.

—Estaba haciendo algo hasta que llegaste.

—¿Ah sí? ¿Y qué estabas haciendo?

Elaine dirigió una mirada cómplice a Catalina que hundió su cara en el pecho de Logan.

—Le enseñaba a Kat, cómo tratar a los rosales.

—Debo suponer que esa es una tarea muy difícil.

—Más difícil de lo que crees —dijo pasando y palmeando el hombro de Logan—. Llamaré a Charles.

No dijo nada más, tan solo se alejó.

Mientras observaba a su madre entrar en la casa, el teléfono de Logan vibró dentro de su bolsillo. Al principio decidió que no atendería la llamada, pero recordó que Aetius había prometido llamarlo cuando hubiera novedades. Sacó el teléfono, deslizó el dedo para atender y respondió.

—Hable —dijo con tono firme.

—¿Crees que eres más inteligente que Yo, Sharp? —la voz de Harlan hizo que sus músculos se tensaran y apretó un poco el brazo que aún rodeaba a Catalina—. Te haré pagar por lo que le has hecho a mi hija. —Catalina lo miró esperando a que dijera algo o hiciera algún gesto que le diera una pista sobre quién lo había llamado—. Te veré de rodillas pedir por esa perra romana.

Con el rostro desencajado, oyó el silencio tras finalizar la llamada. Besó la cabeza de Catalina, que en ese momento ignoraba la amenaza que se posaba sobre ella como un velo oscuro. Debía protegerla. Harlan era un hombre poderoso que tenía conexiones en todo el mundo.

La luz del sol arrancaba destellos de los ojos de Logan. Ella conocía bien esa expresión, nada bueno estaba por suceder. Catalina lo conocía mejor que nadie, incluso mejor que Elaine. Suspiró. Acomodó su cabeza en el pecho de Logan y escuchó su corazón latir desbocado.

—Mientras estemos juntos nadie podrá con nosotros —dijo Catalina—. ¿Recuerdas el día que dejaste la guardia? —Logan asintió —. Creí que me habías abandonado, que te habías echado atrás y no pedirías mi mano.

Logan intentó decir algo, pero Catalina lo interrumpió.

— Por primera vez en mi vida experimenté la verdadera debilidad, como si una parte de mi hubiera sido arrancada. Tú eres parte de mi.

Catalina siguió recostada en el pecho de Logan. Todo estaba tranquilo alrededor, pero algo en él cambió de un momento a otro. No fue un gesto evidente. Solo una tensión difícil de explicar, un detalle mínimo que cualquiera pasaría por alto. Catalina no.

El jardín se mantenía igual de ordenado, la luz dorada seguía sobre los rosales, pero había una presión nueva en el aire. Nada explotaba. Nada se rompía. Solo una incomodidad silenciosa que anunciaba que el mundo acababa de torcerse hacia un lado más oscuro.

Logan no hablaba. No la soltaba. Y su respiración, siempre firme, ahora tenía un ritmo distinto. Era el sonido de alguien que ya está analizando el peor escenario posible. Catalina levantó la cabeza para mirarlo. Él evitó sus ojos durante un segundo. Eso fue suficiente.




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