El lobby del edificio estaba envuelto en la rutina de siempre: pasos apresurados sobre el mármol, saludos mecánicos, el tintinear de tazas de café al pasar por los torniquetes. Logan cruzó el vestíbulo con la seguridad de quien ya era parte del engranaje, su andar firme y sin desvíos.
Fue entonces cuando la vio.
De pie, a unos metros de la entrada, una mujer lo observaba con indecisión. No sabía si dar un paso adelante o retroceder, y en ese titubeo se descubría vulnerable, como una visitante fuera de lugar. Logan se detuvo de golpe. El parecido lo golpeó con la fuerza de un recuerdo: el mismo rostro que había visto miles de veces, los mismos ojos oscuros, la misma línea de la mandíbula. Por un segundo creyó que Catalina estaba allí, esperándolo contra todo protocolo.
Pero el espejismo se rompió en seguida.
El cabello de aquella mujer caía apenas hasta los hombros, más corto, sin la elegancia de Kat; su cuerpo era más delgado, la postura retraída, la expresión marcada por una timidez que en su compañera de vida no existía. No era Catalina. Era Malena.
Logan supo quién era sin necesidad de presentaciones. La hermana gemela de Kat, la sombra que ella nunca quiso enfrentar. Y supo también que su sola presencia allí no era casual.
Malena avanzó unos pasos, nerviosa, apretando una carpeta contra el pecho. Vestía un uniforme de oficina que dejaba claro a quién representaba: camisa celeste perfectamente planchada, falda oscura hasta las rodillas, zapatos bajos de mujer práctica. Logan reparó en un detalle más: en su anular no brillaba ningún anillo. Y cuando abrió la boca, el idioma torpe, entrecortado, terminó de revelar la grieta.
—Señor Sharp… —balbuceó—. Yo… necesito hablar con mi hermana. Es urgente. Dicen… que usted quiere retirar inversión… que todo se caerá. Por favor, necesito… que no lo haga.
Logan la escuchó en silencio. Cada palabra era un puñal mal dirigido. ¿Quién le había dicho eso? ¿Cómo había llegado hasta ella una información que ni siquiera era cierta? Reconoció la jugada al instante: Harlan. Sembrar rumores, inocular dudas, empujar a los peones hasta el centro del tablero antes de mover las piezas mayores.
Pero Malena no lo sabía. Estaba convencida de que venía a detener un derrumbe. Y en esa ingenuidad se exponía a todos.
Logan se inclinó apenas hacia ella, bajando la voz.
—No aquí.
Extendió la mano y la tomó con firmeza, como si fuera lo más natural del mundo. Malena titubeó, pero no se resistió. Sus ojos, grandes y oscuros, lo miraban con un desconcierto infantil. Logan sonrió apenas, y como si hablara con Catalina, dejó escapar la mentira que los rodearía de ahora en adelante:
—Me encanta lo que hiciste con tu cabello esta mañana. Te queda… diferente. Y esa ropa, Kat, combina muy bien contigo.
Malena abrió la boca para corregirlo, pero la cerró en seguida. Entendió, aunque no del todo, que él estaba fingiendo.
Los empleados del lobby se detuvieron en seco al verlos pasar. Era imposible no notar la semejanza con Catalina. Los murmullos comenzaron a propagarse como un rumor eléctrico: la hermana desconocida, la doble, la sombra. Logan los ignoró a todos, saludando con la misma seguridad de siempre, arrastrando a Malena con él hacia los ascensores.
Cuando las puertas se cerraron tras ellos, el murmullo quedó afuera. El ascensor comenzó a subir, lento, metálico. Malena se apoyó contra la pared, encogida, incómoda por la cercanía. Logan presionó el botón del piso dieciocho y se inclinó un poco hacia ella.
En el idioma que solo los tres compartían, dijo con calma:
—Tranquila. Nada pasará.
La voz no era una promesa ni una amenaza. Era una orden disfrazada de cuidado. Malena bajó la mirada y asintió apenas, como si supiera que ya no controlaba lo que venía.
El ascensor siguió su ascenso. Logan la observaba fijo, sabiendo que en cuestión de minutos Catalina tendría que enfrentar a su propia sombra. Y que él, atrapado entre ambas, ya estaba jugando la partida de Harlan sin saber todavía quién iba a perder primero.
El ascensor se abrió con un sonido seco. Logan aún sostenía la mano de Malena, firme, casi arrastrándola fuera. Ella lo seguía con pasos cortos, los ojos bajos, sin saber si debía resistirse o dejarse llevar.
El piso dieciocho se paralizó. Secretarias, asistentes, analistas… todos levantaron la cabeza al mismo tiempo. Y todos vieron lo mismo: a Catalina Sharp caminando junto a Logan. O al menos, eso pensaron durante los primeros segundos. El parecido era tan feroz que nadie se atrevió a respirar con normalidad. Un murmullo contenido recorrió los pasillos, pero ninguno de ellos se atrevió a preguntar.
Logan no se detuvo. Ignoró las miradas que lo seguían como cuchillos y avanzó directo por el corredor alfombrado. Malena, cada vez más tensa, intentó zafarse una vez, pero él apretó el agarre con suavidad autoritaria, forzándola a mantener el paso.
Cuando llegaron al final, Logan abrió la puerta del despacho sin anunciarse.
Catalina estaba de pie detrás de su escritorio, un documento en la mano, con el ventanal iluminando su silueta. Levantó la vista al instante. Y la expresión que se dibujó en su rostro no fue sorpresa, sino incredulidad primero… y luego furia.
El espejo era innegable. El mismo rostro, los mismos ojos, la misma línea en los labios. Pero las diferencias también estaban ahí: Catalina erguida, con la fuerza fría de quien había vivido entre mármoles y ritos; Malena más frágil, más delgada, con los hombros encogidos y el cabello corto que le rozaba apenas los hombros.
—¿Qué demonios significa esto, Logan? —la voz de Catalina cortó el aire con un filo seco.
Él no contestó de inmediato. Fingió sorpresa, como si no entendiera.
—¿De qué hablas?
Catalina señaló con un gesto a Malena, que apenas levantaba la vista del suelo.
—Sabes perfectamente de qué hablo. Sabes que no quiero verla. Y aun así la traes aquí. A mi oficina.