Fuera de plano: El manual de errores de una perfeccionista

CAPITULO VI

Mi jornada termina con el peso de la oficina en los hombros. Camino hacia el estacionamiento junto a Olivia; su voz se convierte en ruido de fondo y asiento por reflejo, como si mi cuerpo ya supiera qué gestos usar cuando la cabeza está en otro lado.

Nos despedimos.

Solo cuando cierro la puerta de mi auto y el silencio me envuelve, vuelvo a estar presente.

Entonces el teléfono vibra.

Nathan:

Tenías razón. El lugar se siente distinto.

Sonrío. Es un detalle mínimo. Inofensivo. Y aun así, me reconforta.

Yo:
Solo estoy disponible en invierno. El resto del año, improvisar también funciona.

No pasan diez segundos cuando vuelve a vibrar.

Nathan:

¿Y qué pasa cuando algo no queda bien resuelto? ¿También tiene arreglo?

Me quedo mirando la pantalla.

El semáforo cambia a rojo, concediéndome un respiro que no pedí.

Tecleo despacio.

Yo:

Depende. Algunas cosas se ajustan. Con otras, aprendes a convivir.

Ya en mi departamento, dejo las llaves sobre la mesa cuando entra una nota de voz.

Dudo. No me gustan las notas de voz. El texto permite editar, borrar, controlar.

La reproduzco igual.

—Eh… hola —la voz de Nathan suena más grave, atravesada por una estática leve—. Perdón, esto es raro. Solo quería darte las gracias. No por el burlete… bueno, sí, también por eso. Pero gracias por la charla. Que descanses, Harper.

Su risa breve se queda suspendida en mi cocina.

No respondo.

Hay gratitudes que no piden devolución inmediata.

El martes amanece blanco, cubierto de una nieve que parece amortiguar incluso los pensamientos.

Al llegar a la oficina me golpea la cursilería: San Valentín.

Sophie parece un caramelo de fresa humano y mi monitor luce un corazón que dice BE MINE.

Lo despego como si fuera un virus y lo confino a la cartelera.

Alineo carpetas. Ajusto lápices. Ordeno lo visible para no pensar en lo demás.

La calma dura poco.

Una alerta parpadea en el monitor: reunión extraordinaria con Mr. Everett en menos de diez minutos.

Cruzo el pasillo con un presentimiento incómodo.

Daniel no da rodeos.

—Presentaron un recurso alegando inviabilidad —dice—. Hasta que se tome una decisión, el proyecto queda detenido.

—¿Quiénes? —pregunto, sintiendo cómo algo interno pierde nivel.

—Una asociación de vecinos de Old Harbour. Son persistentes cuando se trata de cambios en el centro. Esto puede tardar semanas… tal vez meses.

Salgo de su oficina con la sensación exacta de haber visto una grieta abrirse bajo mis pies.

Me dejo caer en la silla.

El teléfono vibra.

Nathan:

¿Cómo va tu día?

Yo:

De mal a peor. Detuvieron mi proyecto más grande.

Pasan unos minutos.

Nathan:

Lo siento. Sé lo que es ponerle el alma a algo y que alguien más le ponga pausa.

Respiro.

Yo:

Hoy no soy buena compañía, Nathan.

Nathan:

No busco compañía brillante.

Café caliente y silencio compartido, si hace falta.

Cuando termines.

Ese cuando termines no suena a invitación.

Suena a puerto.

Blue Finch Coffee. Fachada azul, luz tibia. Nathan ya está ahí.

Cuando me ve, se levanta y, antes de que logre levantar el escudo, me abraza. Es breve. Preciso.

Huele a madera y algo cítrico. Cierro los ojos un segundo más de lo razonable.

Nos sentamos frente al ventanal.

El café llega sin que tengamos que pedirlo.

Durante un momento, ninguno habla.

Nathan juega con la cucharilla, haciéndola chocar suavemente contra la taza.

—Lo siento —dice al fin—. No soy bueno llenando silencios.

—No tienes que hacerlo —respondo.

Asiente, aunque sigue inquieto.

—Este es mejor —dice, señalando mi taza—. El primero solo prepara el terreno.

—¿Teoría o excusa?

—Ambas. Las mejores cosas empiezan como excusas.

Miro hacia la acera de enfrente. Las luces de Ember & Root comienzan a encenderse.

—¿No tienes que trabajar hoy? —pregunto—




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