Fuera de plano: El manual de errores de una perfeccionista

CAPITULO IX

Llegué a mi trabajo con el orgullo herido y el cabello en un estado que solo puede describirse como derrota funcional.

Mi auto sigue en el taller, así que hoy me tocó el transporte público: un safari humano dentro de un cubo de metal sin amortiguación.

Entre el olor a fritura ajena y un hombre que decidió que mi hombro era su almohada personal, confirmé que la modernidad avanza, pero el respeto por el espacio personal no.

El chofer toma las curvas como si estuviera adicionando para Rápido y Furioso: Línea 7. Sobreviví. Apenas.

He pasado años perfeccionando el arte de leer las microexpresiones de mi jefe, Daniel Everett.

Es un libro abierto de una sola página: cuando hay buenas noticias, te mira a los ojos; cuando hay malas, observa sus propias manos como si acabaran de traicionarlo.

Hoy, sus manos parecen fascinantes.

—Hay novedades de Ironclad —dice.

Siento cómo la temperatura de mi cuerpo baja unos tres grados.

—El Departamento de Patrimonio ha rechazado el proyecto de forma definitiva.

El golpe es seco.

—¿Rechazado? —repito, envolviendo mi voz en seda profesional—. Cumplimos cada normativa, Daniel. El informe es impecable.

—Lo era —interviene Barrett, inclinándose hacia adelante con esa sonrisa de hombre que disfruta los incendios ajenos—, hasta que la asociación de vecinos del Old Harbour contrató a un perito independiente.

Abre una carpeta pesada. Demasiado pesada.

—No se trata de la estructura, genio —continúa—. Se trata de la frecuencia de vibración.

Las palabras caen una a una.

El peritaje demuestra que el ritmo de las perforadoras podría entrar en resonancia con los cimientos de la capilla histórica colindante. Básicamente, mi edificio haría temblar muros de 1890 hasta convertirlos en polvo caro.

Mi mente recorre el informe a toda velocidad.

No todo. No el conjunto.

Un punto.

Un decimal.

Pequeño.

Suficiente.

—Es un error de principiante disfrazado de arrogancia —remata Barrett, con un placer innecesario—. Te obsesionaste con el futuro y olvidaste que el suelo tiene memoria.

Daniel cierra la carpeta.

Ese gesto es el sonido de algo cayendo al suelo. Algo que yo llevaba puesto.

Ironclad ha muerto.

Salgo al pasillo con la sensación de que el edificio ahora pesa más.

Necesito aire. O romper algo.

Preferiblemente no ambas cosas en la oficina.

Reviso el teléfono.

Dos mensajes de Nathan.

Nathan:
Buenos días.

Nathan: Antes de irme a trabajar pasé a traerte café. El fuerte. Para arrancar el día. Estoy en la recepción

Cierro los ojos un segundo.

Eso no debería afectarme así.

Yo:
Espera. En un minuto estoy allí.

En recepción, Sophie conversa con una chica que no conozco. Frente a ellas, Nathan espera, café en mano.

No pregunta nada. Solo me lo extiende.

—Cara de reunión larga antes de las diez —dice.

—Buenos días. Si supieras…

Damos unos pasos hacia los ventanales. La ciudad se abre abajo. El frío golpea. El café ayuda.

—¿Problemas? —pregunta, sin invadir.

—Un proyecto. Un grupo de vecinos y un perito lograron cancelarlo. Al parecer, en el Old Harbour el tiempo se detuvo y nadie me avisó.

Nathan se queda quieto un segundo de más.

—El Old Harbour… —repite. Su tono cambia apenas—. Es un lugar difícil. Para ellos no son solo edificios. Son historias. Mi familia ha estado ligada a esas calles desde hace décadas.

Lo miro, sorprendida.

—¿Vives allí?

—Crecí allí —dice—. Es de esos sitios que no te sueltan fácilmente. Para algunos, una estructura de vidrio es una cachetada.

—El progreso no es una cachetada —respondo, recuperando postura.

—A veces —dice—. Pero para quienes viven en casas pequeñas, cualquier rascacielos parece una amenaza.

Hace una pausa.

—No te lo tomes personal, Harper Collins. A veces solo están defendiendo lo único que el tiempo no les ha quitado.

—Eres un filósofo bohemio, Nathan Adler.

—Y tú una arquitecta del futuro —responde, sonriendo apenas—. Usa el café como combustible. Lo vas a necesitar.

Lo veo alejarse, ingresando al ascensor.

Me quedo con el vaso caliente y una sensación incómoda que no logro ordenar.

De vuelta en mi escritorio, despliego los planos de Ironclad.




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