Con los días, Ósver dejó de ir a sus clases de reforzamiento; era mitad de año y había salido de vacaciones. Julius, un compañero de clases al que le decían «Enano», lo invitó a jugar a su casa en las vacaciones. Julius era hijo de don James, quien era Sensei de karate. Tenía su pequeño dojo en su casa con estudiantes de distintas partes de la ciudad, y su hijo también era uno de ellos. Sin embargo, Julius era cándido y nunca peleaba ni armaba broncas en el colegio; era un buen estudiante, pero solitario. Cuando Ósver fue a su casa, Julius le mostró todos sus juguetes y las colecciones que tenía de laberintos de cartón que vendían a la salida del colegio, también le enseñó los diferentes álbumes llenos como: Los Dinosaurios, de una serie de televisión, el álbum de Los Picapiedras, y el álbum Descentralizado del Futbol Peruano, y los que tenía Ósver a medio llenar, como: El álbum Terror de Freddy Krueger, y el álbum Los Reinos de la Naturaleza.
Sin embargo, Ósver y Julius decidieron jugar con las canicas en el dojo de su padre. Era un reto encajar la pequeña canica en ese hueco que era una fisura del falso piso pulido del dojo.
En eso, don James entró al dojo, y Julius le dijo:
—Papá, él es Ósver, un compañero y amigo del colegio.
—Excelente, me gusta que te juntes con buenos compañeros y no con los bravucones, porque siempre hay muchos —dijo don james. Luego se acercó a Ósver, y le dijo—: ¿A ti te molestan los bravucones?
—¿Qué son bravucones, señor?
—Son alumnos del colegio que por ser grandes o mayores, golpean a los menores por diversión. ¿También te molestan, o tú eres uno de ellos? —dijo don James apuntándole con el dedo en el pecho.
—No, señor, yo no busco peleas en el colegio, pero sí sé defenderme —respondió Ósver atemorizado.
—Excelente, cuando veas que molestan a Julius, ayúdalo a defenderse.
En el salón de clases, si había un bravucón, le decían: «Castrol» por los Stickers de lubricantes de aceites que pegaba en sus cuadernos regalados por su padre; un mecánico y dueño de un «lubricentro». Castrol era el único repitente en el aula; era mayor que Ósver y Julius por dos años. Castrol era grande y recio; siempre decía: «los cholos nacimos para gobernar el Perú y expulsar a los blanquitos maricones». Castrol no podía soportar que un niño blanquito aprobara cursos de historia y cívica. Cursos que tampoco él aprobaba, pero pensaba que solo debían dictarse a niños con sus rasgos. Julius era blanco, pelo castaño, pequeño, delgado y era inteligente... tan inteligente que planificaba las calificaciones que tenía que sacar para no enojar a Castrol. Cuando el profesor devolvía los exámenes a los alumnos, Castrol buscaba a Julius a la salida del colegio y lo arrinconaba, y le decía:
—Te llegó «la leva», enséñame tus exámenes.
Utilizaba ese término por el reclutamiento forzoso que los militares realizaban en las discotecas de manera inopinada, y que levantaban a cualquier adolescente que se encontraba ahí, en especial a los blanquitos hijos de la crema moqueguana que luego serían liberados por coimas de sus padres influyentes.
Julius, a pesar de ser cinturón marrón, poco podía hacer ante la fuerza de Castrol; solo trataba de desviar algunos golpes para que no le hicieran tanto daño; aun así, la mayoría llegaba a su destino.
Editado: 06.01.2025