Don James se retiró, dándole un beso en la mejilla a su hijo. Para Ósver, eso resultó extraño, ya que el trato que tenía con su padre era distante y frío. Ni siquiera con su abuelo tenían ese tipo de gestos; solo los veía en las novelas argentinas que su abuela miraba por las tardes.
—Voy a traer a un amigo de la cuadra para jugar los tres, se llama Roy —dijo Julius.
Los tres se pusieron a jugar canicas hasta que se aburrieron. Después, Roy dijo:
—¡Juguemos a los Liveman!
Liveman era una de esas series japonesas que enganchaba a todo el barrio. Se emitía por las tardes, justo después de las tareas que nadie hacía, y tenía a tres guerreros con trajes apretados que les daban fuerza: Halcón Rojo, León Amarillo y Delfín Azul, esta última, era mujer.
—Yo soy Halcón Rojo —dijo Julius, apresurado, con un tono de líder.
—Pues yo soy León Amarillo —dijo Ósver, no tardando en reclamar el suyo.
—¡Ni fregando! ¡Yo soy León Amarillo! —saltó Roy, casi ofendido.
Nadie quería cargar con la cruz de ser Delfín Azul. Ser la chica del equipo era como recibir un castigo inmoral, así que se turnaban a regañadientes. Cuando le tocaba a alguien ser Delfín Azul, los demás lo masacraban a risas, imitando su voz en tono afeminado: «¡Ay, mírenme! ¡Soy Delfín Azul, toda delicadita!». Jugaron de esa manera todas las tardes durante las cortas vacaciones.
Una semana después, al volver al colegio, Julius se topó de nuevo con su infierno diario: vérselas con Castrol. El primer día, el profesor de Cívica tomó un examen de entrada, de esos exámenes que te dan la bienvenida y te hacen querer prenderle fuego al colegio. Después, en la clase siguiente, con toda la calma del mundo, entregó las pruebas corregidas.
Julius estaba preocupado porque, esta vez, sí había resuelto todo el examen y saldría aprobado. Sin embargo, temía que Castrol se enterara y lo esperara a la salida o en algún tramo del camino a casa. Por eso, le pidió a Ósver que lo acompañara.
Ósver sabía que Julius corría peligro y recordó que don James le había encargado protegerlo. Le mostró a Julius una salida clandestina, frecuentada por algunos alumnos de la secundaria del turno tarde. Estaba en la parte antigua del colegio, donde había unas paredes caídas cercadas con madera «triplay». Por la noche, había un vigilante, pero en la mañana estaba desolado.
El triplay estaba roto y tenía un gran hueco que daba acceso a la pared semiderruida. Esta había quedado con forma de gradas o escalones, y por ellas se treparon. Para salir, saltaron a un montículo de arena y ripio que el colegio iba a utilizar para reconstruir la pared en un futuro.
A pesar de ser una buena idea para evitar a Castrol, al caer a la arena, alguien les dijo:
—¿Ustedes creen que soy un imbécil? ¿Creen que no los vi?
Era Castrol, que los esperó con los puños listos para darles una golpiza de aquellas. Había visto a Julius cuchicheando en el aula de manera sospechosa con Ósver. Al sonar la campana de salida, Castrol salió primero del salón para esconderse y observar desde lejos dónde se habían ido Julius y Ósver. Cuando vio que se dirigían al fondo, donde ensayaba la banda del colegio, comprendió que iban a salir por la parte antigua, y él los esperó por el otro lado.
—Chino, así que tú también quieres la leva, entonces, leva tendrás —dijo Castrol mientras empujaba a cada uno con una mano hasta hacerlos retroceder.
Julius intentó patearlo y golpearlo en la cara, pero era inútil; Castrol lo sacaba de encima con pura fuerza bruta. Ósver se paralizó del miedo. No tenía experiencia en peleas escolares, solo estaba acostumbrado a enfrentamientos verbales que no llegaban a los puños.
De repente, Castrol tiró un golpe flojo a la cara de Julius, como si estuviera midiendo su distancia y fuerza. El impacto hizo que Julius tambaleara como si lo hubiera pateado un burro: la sangre brotó de su nariz y manchó su camisa al instante.
Ósver, al presenciar esa escena, sintió coraje y recordó cuando Kike había golpeado a Adolfo en el parque. Esa era su única referencia de una pelea real. Cerró el puño derecho, tomó valor, y lanzó un puñetazo que iba dirigido a la cara, pero terminó alcanzando el cuello de Castrol. Este, al recibir el golpe, apartó a Julius y comenzó a golpear a Ósver, quien se encogió en posición fetal para protegerse. Castrol lo atacaba con furia, repartiendo patadas y puñetazos como si estuviera peleando con un saco de harina del mercado. Ósver solo podía encogerse más y cubrirse, esperando que los golpes cesaran.
De pronto, una patada inesperada impactó en la espalda de Castrol, haciéndolo tambalear. Se volteó enfurecido, pero apenas giró la cara, recibió un puñetazo tan seco que su cabeza se torció como la de una caricatura ridícula de la Warner Brothers. Era Kike, con su «busola» roja del colegio Libertador, que estaba a un par de cuadras del colegio de Ósver. Se dirigía a jugar fulbito en una pequeña loza deportiva de libre acceso al costado del mismo colegio, y desde lejos logró ver la paliza.
—¿Quién eres tú, hijo de puta? —dijo Castrol.
—¡Malo te crees, indio de mierda! —respondió Kike.
Kike y Ósver tenían la misma altura, pero Kike sabía pelear a pesar de su corta edad. Era un alborotador, un peleador en su salón de clases y, aunque a veces perdía, nunca se acobardaba.
Editado: 06.01.2025