Subir caminando las calles de Moquegua para Ósver pasó de ser gratificante a una tortura. Tocó la puerta de Édgar. Ósver observó la casa de don Mario; había sido remodelada, no era la que él recordaba de su infancia. Entonces, Édgar abrió la puerta y lo hizo pasar. Lo llevó a su cuarto, donde antes había un pequeño huerto, en el que de niños habían jugado con las tortugas.
—Con razón que no te puedo ganar, tienes un PlayStation 2 y un Nintendo 64, ¡eres un vicioso! Debes enviciarte todo el sacrosanto día —dijo Ósver.
—Ya no como antes. Las chicas reemplazaron estas consolas —dijo Édgar, mirando sus videojuegos—. Pero ahora mi mente y corazón están con mi flaquita Céline Dion.
—¿Céline Dion? ¿No es la que canta la canción de El Titanic?
—Sí, ella. Es que mi chica se parece a Céline Dion... ¿Ah, no te mencioné quién es mi chica?
—No, no me lo mencionaste —respondió Ósver con una mentira, pues ya sabía quién era la enamorada de Édgar-. ¿Quién es tu chica?
—Es Ailice, ¿no la recuerdas? ¿No crees que se parece muchísimo a Céline Dion? Esa pequeña naricita aguileña me vuelve loco. ¡No veo la hora de verla!
—¿Ailice? ¿Quién será? No la recuerdo. Hace años que me fui de aquí y no te podría decir si se parece a Céline Dion. Además, a la tal Céline solo la he escuchado cantar; nunca la he visto en un video.
Era mentira. Ósver guardaba varios vídeos musicales de Céline Dion en concierto, los cuales había descargado en las cabinas de internet y grabado en un CD. La novedad para él era descubrir que Ailice tenía una nariz aguileña. Qué cruel ironía. Desolador. Nunca había tenido el privilegio de verla tan de cerca como Édgar o cualquiera de sus amigos. Lo poco que recordaba de su rostro infantil se desvanecía entre las sombras de su memoria. Ahora, en su adolescencia, Ailice era inalcanzable, tan distante e inaccesible como una base militar protegida por el gobierno, donde él jamás tendría acceso, ni siquiera para rogar por una mirada.
Édgar era un adolescente de tez blanca y cabello rizado negro azabache. Era alto y corpulento, con hombros anchos y una cadera tan cortante que parecía afilarse para causar daño. Frecuentaba el gimnasio y tenía sus propias pesas en su recámara. Su habitación era un santuario de vanidad, con una colección de perfumes que rivalizaba con la de un perfumista profesional y una variedad de conjuntos para cada noche de fiesta. La cicatriz de su accidente, en lugar de ser un estigma, era su emblema, el adorno que realzaba su aura de conquistador. Édgar era un verdadero casanova, un don Juan, un gigoló o, como él mismo se describía: un vampiro adolescente. Ósver se sentía incapaz de competir con él; se veía a sí mismo como un regordete débil, que lo único que tenía como cintura era su cuello.
—De niño, ella me gustaba. Me ponía nervioso todo el tiempo, hasta que un día, cuando Ailice y su hermano vinieron a jugar a mi casa, un día que tú no estabas porque no te dejaron salir, le robé un piquito y ella se fue asustada donde su abuelita. Después de unos días ocurrió el accidente y me fui de la ciudad. Con los años, la contacté por el teléfono fijo y me dio su correo. Luego hablamos por el chat de Messenger y, ¿puedes creer que diciéndole narizona la conquisté? ¡Así funcionan, no hay que decirles lo bonitas que son! A mí me funciona con todas.
—¿Con todas? ¿Hay otras más? —preguntó Ósver, mirándolo a los ojos con atención.
—No, por ahora no. Le soy fiel a mi narizona —respondió Édgar.
Llegada la noche y después de haber conversado bastante, Édgar, mientras miraba su reloj, le dijo:
—Ya son las ocho de la noche. Mi chica llegará en cualquier momento. Te la voy a presentar para que la recuerdes...
—¿Qué? ¿Ahorita llega? —Ósver, nervioso, le interrumpió—. No creo, no. Quedé con mi abuelita para... para ayudarle a mover el televisor a su cuarto; sí, eso es, el televisor está en la sala y pesa. Además, su novela favorita comienza a las ocho. ¡Fíjate, ya estoy retrasado!
Ósver se levantó de la silla. Tenía que huir. No quería que Ailice supiera que se juntaba con Édgar, para que luego ella lo acusara con él de haberla asustado con una matachola y, después, haber intentado tener una cita con ella. No quería perder, en tiempo récord, la amistad recién recuperada de su primer amigo. En ese momento, Édgar le dijo:
—Ven este sábado en la mañana para jugar con la Play.
—El sábado estoy por aquí —respondió Ósver, sudando frio.
Édgar lo acompañó hasta la puerta de salida. Ósver se marchó sujetándose la cadera para evitar doblarse hacia atrás.
—¿Por qué camina así? ¿Qué raro? —comentó Édgar y cerró la puerta.
Ósver caminaba rápido para evitar encontrarse con Ailice. Cuando llegó a la esquina, antes de doblar la cuadra, escuchó una puerta abrirse a sus espaldas. Volteó la mirada y vio a Ailice subiendo la calle para encontrarse con Édgar. «¡Qué locura! ¡Cómo la maneja! Édgar ni siquiera necesita moverse, ella viene a él», pensó en voz alta y se marchó, incapaz de soportar esa escena un segundo más.
Editado: 06.01.2025