Capítulo 1. Del deadline al pan de masa madre
La vida moderna se resume en dos palabras: es-trés. No importa dónde trabajes: en una gestoría, en un banco o en la NASA: siempre irás con prisa y tarde. El correo electrónico no tiene horario, el WhatsApp es una plaga de proporciones bíblicas y el teléfono… ay, el teléfono, suena como si estuviera poseído. Cuando no son cosas del trabajo es tu madre, o Rosalinda, que quiere “mejorar” tu factura de internet.
Lo normal sería rendirse, dejarse barba y largarse a la montaña. Pero no: enciérrate en la cocina. Allí no hay deadlines: la masa madre tarda lo que quiere, y si no respetas sus tiempos te castiga con un zurullo incomestible. Hacer pan es la única reunión que no se puede hacer por Zoom, ni se puede adelantar ni cancelar.
Capítulo 2. La bechamel contra la ansiedad
Dicen que para calmar la ansiedad lo mejor es hacer yoga. No, no te engañes: acabarás más nervioso todavía. Lo que de verdad funciona es una buena bechamel. Es barata, gusta a todo el mundo y, a diferencia del yoga, no requiere vestirse con unas mallas ajustadas con las que luego parecerás una morcilla de Burgos.
Remueve sin parar hasta conseguir la textura perfecta: cada grumo que desaparece será un problema menos. Y cuando al final tengas esa crema blanca, suave y brillante, la ansiedad se irá al carajo como mantequilla disolviéndose en la sartén.
El resultado, además, se puede empanar en forma de croqueta. ¿Qué más se puede pedir? Ningún iluminado del mindfulness puede competir con una buena croqueta.
Capítulo 3. El cocido como terapia de larga duración
En este mundo actual todo se quiere al instante: café en cápsulas, hamburguesas precocinadas en tres minutos, series de televisión de veinte minutos por capítulo. Ante tanto estrés desmedido, pon en la mesa un cocido.
Una noche en remojo y tres horas de garbanzos borboteando a fuego lento son una ofensa al mismísimo reloj. Mientras los huesos de jamón y las verduras van haciendo el caldo, el tiempo se estira y se alarga placenteramente. Es un recordatorio de que hay cosas que no pueden hacerse rápido sin perder sentido.
Claro, también puedes comprar una lata de cocido precocinado en el supermercado, pero entonces no me vuelvas a dirigir la palabra.
Quien dice cocido dice pisto, lentejas o estofado de ternera. Todo plato que tarde y exija paciencia es, en realidad, un remedio contra el estrés de la vida moderna.
Capítulo 4. Croquetas: ni mindfulness ni gaitas
Entre semana no paras: te levantas antes de que amanezca, vistes a los niños, preparas desayunos y almuerzos, los llevas al cole, corres al trabajo, atiendes clientes, vuelves a casa, das de comer, revisas deberes, acompañas a academias…
Por eso los fines de semana entrégate a la croqueta. Pica, sofríe, haz la bechamel, espera a que se enfríe, dales forma una a una, empana, fríe con cuidado… Aquí no hay prisa posible. Si corres, se abren; si las fuerzas, se rompen. Las croquetas y las prisas no son compatibles: te obligan a bajar el ritmo.
Y cuando por fin salgan doradas y crujientes, y tus hijos las engullan diciendo “papi, eres un buen chef”, sentirás que la semana ha merecido la pena.
Capítulo 5. Pizza casera contra la globalización
Hoy puedes pedir una pizza a domicilio y en quince minutos la tendrás. Pero claro… llegará fría, elástica como chicle y con el queso duro como una goma de borrar. Eso no es pizza: es una estafa redonda.
La pizza de verdad requiere paciencia: amasa la masa, deja que repose, prepara un tomate frito casero despacio, muy despacio, con su chup-chup; y precalienta el horno como si fuera un ritual.
Hacer pizza casera es rebelarse contra la globalización alimentaria y la comida rápida. Haz la prueba y verás cómo tus hijos te miran como si fueras un superhéroe cada vez que saques del horno una pizza recién hecha, con el borde crujiente y el queso aún burbujeante.
Capítulo 6. Estrategia final: mojar pan
En un mundo donde todo se mide en minutos, y para luchar contra el estrés se usan aplicaciones de móvil con nombres estrambóticos, vídeos virales de gente que se tumba en la hierba a respirar o que se colocan en la playa a hacer posturas ridículas para broncear zonas del cuerpo que ni el sol debería conocer, y gurús que te cobran cien euros por decirte que respires por un agujero de la nariz y luego por el otro… mejor pierde la mañana peleándote con un puchero.
La productividad, que se vaya a tomar viento. Reivindica la improductividad sagrada de esperar tres horas a que se haga un buen estofado.
No hace falta ser cocinero profesional, ni falta que hace, aunque al principio te salgan desastres culinarios. Solo hace falta saber distinguir entre un buen pan con la corteza crujiente y un pan que parece un chicle gigante. Entre un tomate de huerta que huela como los ángeles y uno que ha pasado seis meses en un tráiler frigorífico.
Y si además, al sentarte a la mesa, ves a tus hijos devorar las croquetas como si fueran hienas en un documental de La 2, entonces sabrás que tu receta contra el estrés funciona. Porque la verdadera revolución no es digital ni tecnológica: empieza con una cazuela y termina con alguien mojando sopas en la salsa hasta que se acaba el pan.