Gatos de medianoche.

Capítulo uno.

El sol brilla alto en el cielo, colándose entre las hojas, haciendo un mosaico de luz y sombra en el suelo. Se escucha el ambiente lleno de vida, murmullos y risas de niños, junto a los ladridos de los perros. Un lugar lleno de armonía, donde la naturaleza y la ciudad se encuentran en perfecta sintonía. El parque es enorme, un oasis verde en medio de la ciudad, donde los árboles altos intimidan a la estatura de una persona común. Los caminos de hierba se mezclan con los de tierra. Donde mires hay bancos de madera que invitan a los visitantes a sentarse, leer un libro o simplemente disfrutar del aire puro.

En una parte del gran parque, un área de juegos donde los columpios se balancean, los toboganes conectan con una red gigante de cuerda. Todo está rodeado por un suelo de arena y el sonido de las risas de los más pequeños.

Si sigues adentrándote en el parque, encontrarás un pipicán vallado que permite a los perros correr libres y jugar entre ellos. Algunos saltan de un lado a otro, otros persiguen pelotas lanzadas por sus dueños...

En el corazón del parque, rodeada de cuatro bancos de madera, se alza una gran fuente de piedra, majestuosa y reluciente bajo la luz del sol. Su diseño es elegante, con varias alturas desde las cuales el agua cae en suaves cascadas, creando un sonido relajante que hace de este parque un pequeño paraíso para todos.

Como todo lugar emblemático de una ciudad, está rodeado de vallas que delimitan su gran espacio, son altas y delgadas, el espacio que hay entre una y otra es a penas de un puño.

A las doce cuando la fuente se apaga, el parque cierra. A pesar de estar rodeado de grandes edificios, bares con terrazas y amplios aparcamientos.

Es hasta indignante que un lugar te magnífico cierre sus vallas a una hora. Pero es como un pacto entre todos, cuando en las puertas están las cadenas, nadie entra al parque XXXX.

Simplemente hizo falta un mensaje para adentrarnos en nuestra historia: "Lo siento, amor. Estoy a cinco minutos del parque."

Isabel guardó su móvil en su bolsa y se sentó a esperar, en uno de los bancos, a su novio. Pero un maullido desgarrador le erizó la piel. No era una simple queja, sino un sonido impregnado de pena, angustia y desesperación. Miró en todas direcciones, tratando de ubicar el origen. Pero no veía ningún gato cerca. ¿Sería acaso un perro?

Se puso de pie, inquieta. El maullido no cesaba; se alargaba en el tiempo, como una súplica eterna, un lamento de auxilio. A su alrededor, la gente seguía con su vida, caminaban de un lado a otro, ajenos, como si nadie más pudiera escucharlo. ¿Cómo era posible?

Era molesto, perturbador, un llanto que se clavaba en los oídos y erizaba la piel. No era simplemente un maullido, sino un lamento roto, desesperado, como si el propio dolor lo deformara hasta volverlo oscuro. Por momentos, parecía casi como si un humano intentara pedir auxilio en gritos ahogados.

Isabel caminaba más rápido de lo que pensaba. La sensación de estar siendo observada la hizo mirar sobre su hombro, pero no había nadie cerca. El maullido, ahora más cercano, la hizo acelerar el paso. El sudor comenzaba a formarse en su frente, aunque la brisa seguía fresca. ¿Por qué parecía que el sonido la rodeaba, pero no encontraba al gato?. Se adentró más y más en el diminuto Amazonas de ese parque, hasta llegar al rincón más apartado, donde la naturaleza había reclamado su espacio y las vallas estaban casi ocultas entre ella.

Fue allí donde encontró al dueño de aquellos maullidos. Un gato pardo, con una peculiar mancha negra cubriendo la mitad de su rostro, y unos ojos amarillos como el sol, estaba en el suelo, maullando con desesperación.

Isabel lo observó con detenimiento. No parecía herido, no había sangre. ¿Un perro lo habría atacado? ¿Algún niño le habría hecho daño? El sufrimiento del animal la conmovía y, al mismo tiempo, le provocaba un escalofrío. Se inclinó con cautela y acarició su cabeza.

El felino bufó, molesto.

—¿Qué te pasa, pequeño?

Miró a su alrededor, buscando ayuda. Pero la gente seguía pasando de largo. Para ellos, ella no existía. Isabel sintió una tensión repentina, como si una carga de quinientas toneladas le oprimiera el cuello. ¿Debía dejarlo ahí? Sacó su móvil para llamar a su novio. Ya debía haber llegado o, al menos, estar cerca. Pero al mirar la pantalla, se sorprendió: apenas había pasado un minuto. Giró la cabeza en todas direcciones, desconcertada. Estaba segura de haber pasado un buen rato buscando al gato que se lamentaba, de haber caminado lo suficiente como para que el tiempo corriera más. ¿Solo un minuto? Iba a llamar a Brian cuando, al alzar la vista de nuevo, el gato ya no estaba en el suelo maullando desesperado. Ahora caminaba con total tranquilidad hacia un extraño señor que sostenía una bandeja con carne. El hombre, bastante mayor, se apoyaba en un bastón y la observaba con una leve sonrisa. Isabel sintió un escalofrío. Al principio, no entendió nada. Aquel gato, que segundos antes parecía consumido por el dolor, ahora se movía con calma, e incluso feliz, como si nada hubiera pasado.

—¿Es suyo? —preguntó Isabel, con la voz aún temblorosa.

El anciano negó con la cabeza.—No —respondió con serenidad—. Es del parque.

El hombre tenía un aire extraño, una mezcla inquietante de ternura y algo más... algo que no terminaba de encajar. Era mayor, con una barba leve, de esas que pinchan al tacto. Su cabello era escaso, apenas unos mechones finos y desordenados que el viento mecía con suavidad. Vestía como cualquier abuelito: pantalones de tela algo gastados, una camisa de botones y un suéter que parecía haber perdido su color original con los años. No tenía nada de llamativo. Y, sin embargo, Isabel no podía apartar la vista de él.

Había algo en su expresión, en la calma con la que hablaba, que le erizaba la piel.

—¿Te gustan los gatos? —preguntó el anciano, con una voz pausada, casi amable. Dejó la bandeja en el suelo, casi al segundo el gato se lanzó a devorar la carne con una desesperación inquietante. Trituraba los pedazos con una avidez que no se correspondía con el ser moribundo que había encontrado minutos antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.