Girls Don't Like me

Porque Tu Novio Me Mira Así

El Instituto San Gabriel resplandecía bajo el sol de la mañana de lunes. El edificio moderno, con sus amplios ventanales y fachada minimalista, se erguía como un monumento a la educación de élite del distrito. Los pasillos, pulcros y espaciosos, albergaban una procesión ordenada de estudiantes con uniformes impecables: camisa blanca, pantalón o falda azul marino, corbata perfectamente anudada. Un coro de voces disciplinadas resonaba contra las paredes blancas mientras los alumnos se dirigían a sus respectivas aulas.

Y entonces entró Ethan.

Su llegada alteró algo en el ambiente, como cuando una gota de tinta cae en un vaso de agua cristalina. El efecto fue sutil pero innegable. Tenía diecisiete años recién cumplidos y la actitud de quien ha vivido diez más. Aunque vestía el uniforme reglamentario, lo había hecho suyo: la camisa ligeramente arrugada, los dos primeros botones desabrochados mostrando una cadena fina de plata, la corbata floja como si fuera un accesorio opcional. Sus tenis negros con detalles rojos contrastaban visiblemente con los zapatos formales de sus compañeros. El cabello castaño oscuro, que le caía en ondas desordenadas sobre la frente, parecía haber sido peinado únicamente por el viento.

Los audífonos colgando del cuello completaba la imagen de alguien que no necesitaba encajar porque, sin esfuerzo, creaba su propio espacio.

Ethan caminaba por el pasillo central con una seguridad que no era arrogancia sino una forma natural de habitar el mundo. Su sonrisa descansaba en sus labios sin tensión, como si estuviera compartiendo una broma privada con el universo. Sus pasos, ni apresurados ni lentos, marcaban un ritmo propio.

—Disculpa, ¿la sala 204?— preguntó a una chica que organizaba libros en su casillero.

Ella lo miró, parpadeó dos veces y se sonrojó ligeramente antes de responder.

—Al final del pasillo, a la derecha,— dijo con una sonrisa que intentaba esconder su nerviosismo.

—Gracias,— respondió Ethan, y continuó su camino, consciente de las miradas que lo seguían.

Un grupo de chicas lo observaba desde la esquina del pasillo, intercambiando susurros y risitas. Dos chicos mayores, con chaquetas deportivas del equipo de baloncesto, lo miraron de arriba abajo con una mezcla de recelo y curiosidad.

Ethan fingió no notarlo, pero lo hizo. Siempre lo hacía. No era la primera vez que causaba ese efecto al llegar a un nuevo instituto. Tres escuelas en cuatro años le habían enseñado el patrón: primero la curiosidad, luego la fascinación de algunos, después el rechazo de otros. No hacía nada para provocarlo; simplemente existía, y eso parecía ser suficiente para desencadenar toda clase de reacciones.

Al entrar en el aula 204, Literatura Universal según el horario digital en su teléfono, el murmullo de conversaciones disminuyó momentáneamente. Veintiocho pares de ojos lo evaluaron en segundos. Ethan mantuvo su expresión neutral mientras buscaba un asiento libre. Había uno en la esquina trasera, junto a la ventana. Perfecto.

Se deslizó entre las filas de pupitres, consciente del silencio que había provocado, y se dejó caer en la silla con naturalidad. Sacó una libreta negra y un bolígrafo del mismo color. Nada más. Era su forma de anunciar que estaba presente pero no necesariamente disponible.

—¿Eres el chico nuevo, verdad?

La voz provenía de su derecha. Ethan giró ligeramente la cabeza para encontrarse con una chica de cabello corto negro y ojos que brillaban con inteligencia. Tenía una sonrisa amable y genuina.

—Culpable,— respondió Ethan, guardando su teléfono en el bolsillo. —Ethan Miller.

—Harper Wilson,— se presentó ella, extendiendo una mano que Ethan estrechó brevemente. —Si necesitas ayuda con los horarios o cualquier cosa, puedes preguntarme. Este lugar puede ser un laberinto al principio.

—Lo tendré en cuenta,— dijo Ethan, apreciando la oferta sincera.

Fue entonces cuando notó una presencia a la izquierda de Harper . Un chico alto, de hombros anchos y cabello rubio cuidadosamente peinado hacia un lado, los observaba con atención. Vestía el uniforme con pulcritud militar, y en su muñeca brillaba un reloj que probablemente costaba más que todo el guardarropa de Ethan.

—Él es Nolan,— presentó Harper , volviéndose hacia el chico con una sonrisa más tímida. —Mi novio.

Nolan extendió una mano firme, casi demasiado firme cuando estrechó la de Ethan.

—Nolan O'Connell,— dijo con voz controlada. —Bienvenido a San Gabriel.

Las palabras eran correctas, pero había algo en su mirada que no concordaba con ellas. Sus ojos azules, intensos como el acero, escudriñaban a Ethan como si intentaran descifrar un código complicado. No era hostilidad abierta; era algo más complejo.

—Gracias,— respondió Ethan, sosteniendo la mirada un segundo más de lo necesario antes de volverse hacia el frente del aula, donde una mujer de mediana edad con un vestido elegante entraba con paso decidido.

Durante la clase, Ethan mantuvo su atención dividida entre la profesora de Literatura, que disertaba apasionadamente sobre García Márquez, y la sensación persistente de ser observado. No necesitaba girar la cabeza para saber que Nolan lo miraba de reojo cada pocos minutos. Era un peso tangible sobre su piel, una mirada que parecía querer atravesarlo.

La profesora Williams, como se había presentado, asignó una lectura en parejas de un fragmento de —Cien años de soledad—. Harper se volvió automáticamente hacia Nolan, quien asintió sin apartar los ojos de su cuaderno. Ethan se encontró trabajando con una chica tímida de la fila de adelante, que apenas levantaba la vista del texto mientras analizaban los símbolos del realismo mágico.

Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la clase, Ethan recogió sus cosas con calma. Se tomó su tiempo, permitiendo que la mayoría de los estudiantes salieran primero. Al pasar junto a Harper y Nolan, que permanecían en sus asientos, escuchó fragmentos de una conversación en tono bajo pero tenso.




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