Girls Don't Like me

Tu y tus celos

El comedor del Instituto San Gabriel bullía con la energía frenética del mediodía. Los rayos de sol atravesaban los amplios ventanales, dibujando cuadrados dorados sobre el suelo de baldosas blancas y gris. El aroma a comida recién preparada —una mezcla de pasta, carne y verduras salteadas— flotaba en el aire, compitiendo con el estruendo de conversaciones, risas y el ocasional chirrido de sillas contra el suelo.

La distribución de las mesas parecía obedecer a un mapa invisible pero rigurosamente respetado. En el centro, como planetas en torno a una estrella brillante, se sentaban los deportistas y las chicas populares —el núcleo social de San Gabriel—. Los primeros con sus chaquetas del equipo y expresiones de confianza absoluta; las segundas con maquillajes perfectos y risas que parecían ensayadas para resonar exactamente lo suficiente para ser notadas, pero no tanto como para parecer vulgares.

Hacia la izquierda, cerca de la salida de emergencia, los integrantes del club de arte y teatro formaban un grupo más pequeño pero igualmente cohesionado, distinguible por el pelo teñido de colores fantasía, las muñecas llenas de pulseras y las conversaciones apasionadas sobre exposiciones y musicales. A la derecha, junto a la pared con carteles de actividades extracurriculares, los estudiantes académicos: chicos con gafas y chicas con carpetas meticulosamente organizadas, discutiendo sobre la última clase de cálculo o el próximo examen de química orgánica.

Y en la esquina más alejada, solo, con la espalda apoyada contra la pared y los audífonos colgando del cuello como un escudo simbólico contra el ruido social, estaba Ethan.

Su bandeja contenía un sándwich a medio comer, una manzana verde aún sin tocar y una botella de agua. Mientras comía pausadamente, sus ojos recorrían la cafetería con interés antropológico, como quien estudia una tribu exótica desde la distancia (pensamiento muy americano) . De vez en cuando, sus dedos marcaban un ritmo invisible sobre la mesa, siguiendo la música que solo él podía escuchar.

En la mesa central, Nolan O'Connell se sentaba como un rey en su trono, rodeado por otros jugadores del equipo de fútbol y con Harper a su lado. Ella participaba en una conversación con dos chicas que compartían su misma sonrisa cuidadosamente practicada, pero sus ojos se desviaban ocasionalmente hacia la esquina donde Ethan comía solo.

Nolan lo notó. Siempre lo notaba. Su mandíbula se tensó imperceptiblemente mientras intentaba mantener el hilo de la conversación con Marcus, el capitán del equipo, sobre las estrategias para el próximo partido contra el Instituto Westlake.

—Creo que deberíamos reforzar la defensa en el ala izquierda —decía Marcus, gesticulando con un tenedor que sostenía un trozo de pasta—. La última vez casi...

Pero Nolan solo escuchaba a medias. Sus ojos, contra su voluntad, se desviaron hacia Ethan justo en el momento en que dos chicas se aproximaban a la mesa del nuevo. Las reconoció al instante: Olivia Chen y Rebecca Torres, ambas de segundo año, integrantes del coro del instituto.

Las observó detenerse frente a Ethan, quien levantó la vista con una expresión de sorpresa contenida. Nolan no podía escuchar la conversación desde la distancia, pero vio cómo Olivia señalaba los audífonos de Ethan con una sonrisa curiosa, obviamente preguntando por su música.

La reacción de Ethan fue reveladora: una sonrisa genuina, sin el borde de cautela que solía mostrar, mientras se quitaba los audífonos por completo y se los ofrecía a las chicas. Olivia se colocó uno en el oído, sus ojos abriéndose con interés mientras escuchaba. Rebecca esperó su turno, riendo por algo que Ethan había dicho.

—¿Estás escuchando, O'Connell? —la voz de Marcus interrumpió sus pensamientos.

Nolan se volvió bruscamente hacia su amigo, encontrándose con miradas confusas alrededor de la mesa.

—Sí, lo siento. El ala izquierda, claro —dijo, recuperando la compostura—. Solo estaba pensando que también deberíamos considerar...

Sus palabras quedaron suspendidas cuando una risa cristalina atravesó el comedor. Era Rebecca, que ahora se sentaba frente a Ethan mientras Olivia ocupaba la silla contigua. La transformación fue inmediata: el chico nuevo, que hasta hacía cinco minutos comía solo en la esquina, ahora era el centro de atención de dos de las chicas más agradables del segundo año.

—Ese nuevo se cree mucho, ¿no? —las palabras salieron de la boca de Nolan antes que pudiera pensarlas, con un tono más áspero de lo que pretendía.

Marcus siguió su mirada y se encogió de hombros.

—Parece inofensivo. Solo es el típico chico misterioso que a las chicas les fascina durante una semana. Ya pasará —respondió, volviendo a su plato de pasta.

—No me gusta cómo mira a todo el mundo, como si estuviera... analizándonos —continuó Nolan, incapaz de detenerse—. Como si fuera mejor que nosotros.

Harper, que había estado atenta a la conversación, frunció ligeramente el ceño.

—A mí me parece bastante normal —dijo con un tono deliberadamente casual—. Solo es un chico nuevo tratando de adaptarse.

Nolan la miró fijamente, detectando algo en su voz que no supo identificar.

—Tú también lo defendiste en clase de Literatura.

Harper puso los ojos en blanco, un gesto inusual en ella.

—Ofrecerle ayuda con los horarios no es "defenderlo", Nolan. Es ser cortés —respondió, irritación apenas contenida en sus palabras—. Alguien debería explicarte la diferencia.

Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Los demás en la mesa intercambiaron miradas furtivas, sorprendidos por la tensión entre la pareja que normalmente parecía perfecta. Harper se levantó con elegancia, recogiendo su bandeja.

—Voy a devolver esto. Nos vemos en clase de Historia —dijo, y se alejó sin esperar respuesta.

Nolan la observó marcharse, consciente de que había cruzado alguna línea invisible. A su alrededor, la conversación se reanudó artificialmente, como si todos quisieran fingir que no habían presenciado el pequeño enfrentamiento.




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