Girls Don't Like me

Te elegí a ti Parte 1

El sol de junio se filtraba entre las ramas de los robles que bordeaban el Instituto San Gabriel, proyectando patrones danzantes sobre el asfalto del estacionamiento. Ethan observaba esos juegos de luz mientras sacaba las últimas pertenencias de su casillero. El pasillo estaba desierto; casi todos los estudiantes habían salido disparados hacia la libertad en cuanto sonó la campana que anunciaba el final de la jornada. La última semana de clases siempre tenía ese efecto: una mezcla de euforia anticipada y apatía académica que vaciaba las instalaciones más rápido que una amenaza de bomba.

Pero Ethan no compartía esa prisa. Cada movimiento era deliberado, casi ceremonial, mientras colocaba sus libros en la mochila gastada que había sido su compañera fiel durante tantos cambios de escuela. Una parte de él sentía que debería experimentar algo más intenso ante otra despedida—tristeza, quizás, o al menos nostalgia—pero lo único que percibía era una familiar resignación. Un adormecimiento emocional perfeccionado con la práctica.

—Entonces es cierto —dijo una voz detrás de él.

Ethan se giró para encontrarse con Madison Chen, la mejor amiga de Harper, apoyada contra los casilleros con los brazos cruzados sobre el pecho. Su expresión era una mezcla curiosa de reproche y fascinación.

—¿El qué? —preguntó, aunque sabía perfectamente a qué se refería.

—Que te vas. Otra vez —respondió ella, arrastrando las palabras como si cada una fuera una acusación—. Harper me lo contó. Dijo que le pediste los apuntes de Literatura porque no estarás para el examen final.

Ethan cerró el casillero con un golpe metálico que resonó por el pasillo vacío.

—No es como si fuera a extrañarme alguien —comentó, intentando que sonara casual, pero el ligero temblor en su voz lo traicionó.

Madison ladeó la cabeza, estudiándolo con esa intensidad analítica que la caracterizaba.

—¿Es por los rumores? —inquirió—. Porque sabes que en una semana encontrarán a otra persona de quien hablar. Siempre lo hacen.

Ethan soltó una risa breve, sin humor.

—Los rumores no me importan —mintió—. Nunca estoy lo suficiente en un lugar para que me afecten.

—Entonces es por él —no era una pregunta.

El silencio de Ethan fue respuesta suficiente. Ajustó la correa de su mochila sobre el hombro, súbitamente incómodo bajo la mirada escrutadora de Madison.

—Lo arruiné todo —admitió finalmente, con la voz apenas audible—. Para él, para su novia... es mejor si me voy.

Madison resopló, un sonido que combinaba incredulidad e impaciencia.

—Harper y Nolan terminaron hace casi dos semanas —informó—. Y no fue por ti, aunque todos lo crean así. Tenían problemas desde antes.

—Da igual. Ya tomé la decisión —Ethan dio un paso hacia la salida, pero Madison se interpuso en su camino.

—Cobarde —soltó ella, la palabra cortando el aire entre ellos como una navaja.

Ethan se detuvo en seco, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.

—No sabes nada —murmuró, la ira comenzando a burbujear bajo su cuidadosamente construida indiferencia.

—Sé que estás huyendo —continuó Madison, implacable—. Igual que has huido de todas las escuelas anteriores. Te lo inventas como una protección: "Soy el chico nuevo, el que siempre está de paso". Es más fácil que quedarte y enfrentar las cosas, ¿verdad?

—No tienes ni idea de lo que he enfrentado —la voz de Ethan tembló, pero esta vez de rabia contenida—. No tienes ni idea de por qué me he movido tanto.

Madison suavizó ligeramente su expresión.

—Entonces explícamelo.

Ethan abrió la boca y volvió a cerrarla. Las palabras se agolpaban en su garganta, pugnando por salir, pero años de autoprotección las mantenían cautivas. Finalmente, dejó escapar un suspiro derrotado.

—Déjame pasar, Madison. Por favor.

Ella lo miró durante un largo momento, como si estuviera resolviendo un complicado acertijo. Luego, con un movimiento fluido, se apartó del camino.

—Él está en el patio trasero —dijo mientras Ethan pasaba junto a ella—. Antes de irte, al menos ten el valor de despedirte en persona.

Ethan siguió caminando, fingiendo no haberla escuchado. Pero sus palabras quedaron resonando en su cabeza mientras atravesaba las puertas principales y salía al calor sofocante de la tarde.

El Instituto San Gabriel había sido construido en los años setenta, cuando la arquitectura educativa parecía obsesionada con el cemento y las líneas rectas. El edificio principal, un bloque gris de tres pisos, dominaba el campus con la sutileza de un puño cerrado. Pero detrás, casi como una disculpa arquitectónica, se extendía un pequeño oasis: el patio trasero, con sus robles centenarios y sus bancas de madera desgastada por generaciones de estudiantes.

Era el lugar favorito de Ethan desde que llegó al instituto tres meses atrás. Un rincón donde el ruido y las miradas constantes se atenuaban, donde podía pretender por un momento que no era el perpetuo intruso.

Sus pies lo llevaron allí automáticamente tras su encuentro con Madison, a pesar de que su intención había sido dirigirse directamente hacia la salida norte, la más cercana a la parada del autobús que lo llevaría a casa. Se dijo a sí mismo que era simple costumbre, o tal vez una última despedida silenciosa del único espacio que había llegado a apreciar en ese lugar. No quiso reconocer la pequeña esperanza que latía en su pecho, la parte de él que deseaba que las palabras de Madison fueran ciertas.

Y entonces lo vio.

Nolan estaba sentado en la banca más alejada, bajo la sombra danzante de un roble particularmente frondoso. Llevaba puesta la camiseta del equipo de fútbol, ese azul intenso que resaltaba el tono bronceado de su piel, y miraba fijamente algo en sus manos. Desde la distancia, Ethan no podía distinguir qué era, pero la postura de Nolan—hombros tensos, cabeza ligeramente inclinada—emanaba una vulnerabilidad que lo hizo detenerse en seco.




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