Gloria

-4-

Después de terminar su desayuno y guardar el almuerzo en su tupper, Gloria subió al automóvil de su madre, que siempre la llevaba al trabajo desde el día que empezó, pues ambos trabajos quedaban cerca.

—Me voy, mamá. Espero que el día no sea tan difícil —dijo al bajar del automóvil.

—Será un día difícil, aunque no lo creas. Adiós, Gloria.

Gloria despidió a su mamá agitando la mano.

Al marcar su entrada en el marcador, le parecía que todo estaba normal en la oficina. La gente llegaba tranqula, con sus tazas térmicas llenas de café o té. Gloría subió al ascensor para dirigirse al piso que le correspondía. Este día tenía algo muy importante que comunicar a los empelados del señor Trociuk. Ella todavía no podía creer que ya no lo vería, que recibiría órdenes de otro. Ya no haría bromas al llegar ni buscaría su café de la cafetería.

Al ver los pendientes sobre el escritorio, también recordó que nadie se los firmaría. Tendría que hacer mucho papeleo con los abogados; poder, herencia y más. Encendió el ordenador y abrió su correo electrónico. Suspiró al tener que buscar el clásico repertorio para alguien que ha fallecido. Por lo general de eso se encargaba recursos humanos, pero la señora Trociuk le había pedido que se encargara ella.

Colocó una de las fotos del señor Trociuk en el lugar en la que iban las fotos del fallecido. Todavía no caía en cuenta que estaba colocando la fotografía de su jefe. Le daba mucha tristeza.

Después de enviar el correo muchos de sus compañeros se acercaron para preguntarle cómo, cuándo y dónde había ocurrido la muerte del dueño de la empresa. Al igual que sus demás compañeros de trabajo, todos hablaban sobre el único heredero: el vividor. Nadie lo quería tener de jefe porque acabaría con la empresa. Las personas en tesorería enloquecían al pensar que firmaría un montón de cheques con disparates. Debían prepararse para una gran desvalijada.

—Gloria, ¿algunos quieren ir al velatorio del señor Trociuk? Será en el horario de almuerzo —dijo Sarah que pertenecía a la sección de recursos humanos.

—La verdad que sí deseo ir. ¿En qué iremos?

—Está el minibús de la empresa. Varios irán a darle el último adiós a un gran jefe.

—La vida aquí será muy difícil, Sarah.

—Me lo dices a mí que no tengo a dónde ir si al hijo del señor Trociuk no le gusta mi cara.

—¿Bromeas? Él no me soporta y quizá me torturé con trabajo extra. Será algo terrible.

—Pero tú no tienes razones para sufrir. Tus padres son adinerados.

—Pero yo quiero molestar. Estoy por cumplir veinte años, es suficiente con que me den techo y comida. Créeme que antes no teníamos mucho que digamos. Tal vez en mi mente han quedado algunos rastros de precariedad.

—Ay, qué problemas tienen los ricos. ¿Me contagias tus problemas?

—¡Qué tonta eres! Bien, anótame  mientras yo veo que hacer con todos los pendientes de aquí.

Sarah se retiró para seguir preguntando quienes más irían al velorio.

La señora de la limpieza entró a la oficina del señor Trociuk.

—Kathia, ven, ¿ya sabes lo que pasó con el señor Trociuk?

—No, hoy he llegado tarde, tenía una consulta médica, ¿qué pasó? Sabes cómo me gusta el chisme —dijo la mujer.

—Es de esos chismes feos. El señor Trociuk falleció ayer.

La limpiadora quedó en un silencio sepulcral. Su rostro de incredulidad decía más que cualquier palabra.

—¿Cómo que se murió? —increpó Kathia.

—Creo que le dio un infarto en la oficina, se lo llevaron en ambulancia. Durante la noche la señora Trociuk me pidió que hiciera un par de diligencias para las flores. Ahora que recuerdo, debo ir a tesorería para que paguen los arreglos florales con efectivo, porque nuestro firmante ya ha pasado a mejor vida.

Gloria se levantó de su lugar, cogió su corporativo y lo llevó con ella hasta tesorería. En la ventana golpeó el vidrio para que la gente que charlaba ahí le hiciera caso. Buscó el mensaje de la señora Trociuk para poder hablar.

—Hola... —saludó Gloria.

—Hola, ¿qué pasó, Gloria? —preguntó Michelle, la asistente de tesorería.

—Necesito que esto se pague de manera urgente una vez que vengan a cobrar. Son las coronas para el señor Trociuk y como saben, no se puede pagar por cheque, no hay firmantes.

—¿Cuál es el monto? —curioseó Michelle.

—Espera, miraré el mensaje de la florería, no recuerdo el valor de las flores.

Ella buscó el mensaje y escribió en una hoja el importe a pagar. Le dejó esos datos a los encargados para que pudieran pagar la totalidad y regresó a su lugar.

Para la hora del almuerzo, los que querían ir al velorio estaban abordando el autobús que los llevaría hasta el complejo velatorio.

Sus compañeros de trabajo iban conversando de cosas amenas, mientras Gloria pensaba en que vería un cadáver y le daba mucho temor, menos mal estaría en compañía de las demás personas del trabajo.

Cuando llegaron al lujoso salón velatorio, ella se pegó a Sarah y entró. Saludaron a la señora Trociuk para darle el pésame. El sitio estaba lleno de gente de negocios y de mucho dinero. Así era la alta sociedad, no había gente llorando a mares como en cualquier otro velorio.

En medio de sus observaciones, buscó a Enrique Trociuk para también darle sus condolencias. Cuando lo encontró él estaba sentado en el jardín trasero del lugar, fuera del salón. Estaba sentado, solo. Ella no dudó en acercarse.

—Señor Enrique, mis más sentidos pésame por la pérdida del señor Trociuk —pronunció.

Enrique elevó su mirada al ver a Gloria, la joven y bella asistente de su padre, la que él consideraba que era su amante.

—Gracias —articuló. Él no estaba en el mejor momento para iniciar una discusión o un escándalo. Si su padre estaba muerto era por culpa de sus pedidos y de su mal proceder. En eso ella no tenía nada que ver, ya después buscaría la forma de hacerle la vida imposible. 
 




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