Gpt, cómo encontrar a alguien Normal?

Capítulo 14. “Ojos en la oscuridad”

El anónimo, la cámara y una noche no planeada

El mensaje no me dejaba en paz.

“Te vi. Y sé que no eres para ellos.”

Sin firma. Sin nombre. Sin ningún detalle. Pero con esa nota extraña… como en las películas, donde el protagonista ya te observa y tú aún no lo sabes.

Me detuve. Apagué el teléfono.

—GPT, ¿y si no es solo alguien de la app? ¿Y si es un verdadero acosador?

GPT:

No entres en pánico. Pero tampoco lo ignores.

—¿Y si es Artem?

GPT:

Probable. Él es el único capaz de desaparecer… y al mismo tiempo dejar claro que nunca se ha ido.

Preparé menta con limón y me hundí en el sillón. Solo la luz del flexo encendida. Y en mi cabeza — un maratón de preguntas.

Revisaba mis historias: mi cara en la cafetería, el pastel, la taza con la frase “Haz lo que quieras, pero hazlo bonito”. Y de pronto vi… que había alguien en el fondo del video.

Pausé. Acerqué la imagen.

Abrigo oscuro. Un hombre en la esquina. Y… no miraba su móvil. Me miraba a mí.

—GPT… ¿esto es una broma?

GPT:

Es un recordatorio: mejor controla con quién compartes tu vida, incluso en línea.

Por la mañana me desperté temprano. Los nervios como cables expuestos.

Desayuno: aguacate, huevo pochado, tostada. No por moda. Mis manos simplemente no querían cocinar avena.

Me puse jeans, camisa blanca, gabardina de cuadros y recogí el cabello en una coleta baja.

El trabajo ayuda. Mi clienta — una mujer recién divorciada. Me contaba cómo su esposo fingió durante años que todo estaba bien… hasta que desapareció.

—Lo tenía todo planeado —dijo ella—. Y yo, como una tonta, sin sospechar nada.

Asentí. Pero en mi mente… otro rostro. Otro abrigo oscuro. Y un mensaje que aún no había borrado.

Almuerzo con Cristina. Estábamos en el mismo parque donde el año pasado compartimos una pizza en una banca.

—Tienes la cara de alguien que se despertó junto a una pregunta.

—Un anónimo. Un mensaje. Y alguien en el fondo de mi video.

Cristina suspiró.

—¿No fue Artem?

—Podría ser. O Nazar. O… alguien a quien rechacé alguna vez.

—¿Llevas estadísticas?

—Solo en mi cabeza. Ya parece una mini serie.

Sacó dos pastelitos de su bolso.

—Vamos a comernos las sospechas con crema. Porque tú todavía estás demasiado viva como para quebrarte.

Por la noche decidí despejar la cabeza.

Club. Baile. Luces. Música fuerte que ahoga los pensamientos. Perfecto.

Me puse un top negro, pantalones de cuero sintético, tacones altos y me maquillé como en un videoclip del 2007 — delineador, brillo, fuego en los ojos.

—GPT, déjame ser ella esta noche. Solo una chica. Sin preguntas.

GPT:

Puedes ser quien quieras. Solo recuerda: hasta la noche… tiene amanecer.

En el club todo era como debía ser. Baile, cócteles, música como en éxtasis. Alguien me tomó la mano. Otro me invitó a bailar. Y por primera vez en mucho tiempo… solté todo.

Después del tercer “fuerte pero bonito”, dejé de contar las miradas. Solo reía. Solo besaba a alguien. Y luego — oscuridad. No total, pero sí de esas que borran los detalles. Solo quedan flashes. Piel. Perfume. Risas. Y otra vez… oscuridad.

Mañana. La cabeza — como tras una guerra. El abrigo en el suelo. En la mesa — un vaso con agua. Una nota.

“Te quedaste dormida. Todo bien. Solo quería que supieras: te vi así. Y no arruinó nada. Eres real.”

La letra… conocida.

La letra de Artem.

Regusto. Y otra cámara más

Desperté en un apartamento desconocido. A mi alrededor — olor a café, un sofá de cuero y una camiseta ajena puesta sobre mí. La cabeza — como después de un maratón nocturno, el corazón — con un ritmo extraño.

Estaba sentada en el suelo, junto a la cama. En esa camiseta que encontré en el respaldo de una silla, con un vaso de agua en las manos. El agua estaba tibia, pero el sabor — como después de un incendio. Me zumbaba la cabeza, el estómago vacío, y la mente… aún más.

Me acerqué al espejo. El pelo — en todas direcciones. El maquillaje — como el de un panda tras un maratón. El cuello…

El cuello tenía marcas.

De esas que indican que hubo una noche. Pero no recordaba exactamente cuál.

—GPT…

GPT:

Aquí estoy.

—¿Estuve con Artem?

GPT:

Parece que sí. Él dejó una nota. Y tu teléfono. Y… una foto.

—¿Qué foto?

Abrí la galería. Y no era un rostro, ni una cama, ni un selfie.

Era la cámara del club.

Yo, en la pista. Sola. Con los ojos cerrados. Toda en ritmo, en el caos de luces, en pura emoción. Y al lado — Artem. No bailaba. Solo… me miraba.

Volví a casa. Me duché con gel de lavanda. Me pasé hielo por las mejillas. Y me puse el conjunto cómodo con el que trabajo desde casa. Las rodillas ya algo flojas, pero es… mi refugio.

El trabajo esperaba. Pero yo solo miraba un punto fijo.

¿Qué fue eso?

A la hora del almuerzo, Cristina vino a casa.

—No digas nada. Te traje pastel y zumo con pulpa. Solo déjame abrazarte.

Asentí. Puso todo sobre la mesa, se sentó a mi lado y me tomó de la mano.

—¿Quieres contarme?

—No. Pero quiero que alguien esté cerca… mientras lo proceso.

—No me voy a ningún lado.

Por la noche empecé a escribir. No un post. No una columna. Solo… para mí.

”¿Qué hacer cuando otra vez te encuentran los equivocados?”

Y entonces — otro mensaje.

Anónimo.

Pero esta vez — con video.

Se abrió la ventana.

El mismo club. Yo — en luz roja. Riéndome, girando. Y en el cuadro — no era Artem.

Era otro hombre.

No se veía su rostro.

Pero estaba ahí. Cerca. Tocando mi espalda. Sosteniendo una copa. Y en un momento…

Se giró directamente a la cámara.

Y sonrió.

Pausé. Acerqué el fotograma.

Los ojos — conocidos. Demasiado.

Y de pronto recordé.

Era uno de los “viejos”. Uno de esos a quienes rechacé hace un mes.




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