Galería, cita Nº6 y… mamá en la sombra
La alarma sonó a las 07:30, pero yo ya llevaba diez minutos mirando el techo. No porque estuviera pensando en algo. Simplemente… apareció una grieta que parecía el mapa de Grecia. Muy simbólico.
—GPT, ¿por qué todas las mañanas tienen ese sabor absurdo?
GPT:
Porque seguimos vivos. Y eso siempre es un poco raro.
—Tienes razón.
Llevaba un pijama calentito con estrellas, calcetines de lana, el pelo revuelto y una bata que ninguna de mis amigas fashionistas perdonaría. En la cocina, preparé café en cezve, como me enseñó una anciana en un viaje, y corté aguacate en automático. El pan… se quemó.
—Simbólico —le dije a la tostadora—. Nuevo día, nuevo incendio.
Desayuné en silencio. Encendí las noticias de fondo, pero las apagué en dos minutos. Otra vez: “crisis, elecciones, inflación” y ni una frase de “todo va a estar bien”.
De 09:00 a 11:00 — consultas online.
Primera clienta: una chica que no puede decirle “no” a su novio por miedo a que deje de amarla.
Segundo cliente: un tipo que dice que “las mujeres quieren demasiado” pero no se atreve a apuntarse al gimnasio.
—Estoy cansada de ser la que explica que ser honesta no es ser grosera —dijo ella.
—Y yo estoy cansada de escuchar eso —pensé—. Pero solo asentí.
Después de las sesiones — silencio. Fui a la cocina. Té de bergamota y la última galleta de almendra.
—GPT, ¿soy yo o estoy dando terapia al mundo… y olvidé apuntarme a la mía?
GPT:
¿Quién dijo que un director no puede también descansar entre escenas?
—Ajá. Bueno, hoy tengo cita. Sexto capítulo de la serie “Parece normal, pero…”
GPT:
¿Lista?
—No. Pero tampoco pienso esconderme.
Me puse una camisa azul celeste de corte amplio, pantalones palazzo negros, trench beige y zapatillas claras. El pelo recogido en moño, pendientes — pequeños aros dorados. Cero pretensión, máximo “no planeo impresionarme… pero puedes intentarlo”.
El lugar: una galería de arte contemporáneo. Él mismo lo propuso. Ya había estado ahí, así que esperaba no toparme con otro performance estilo “si yo fuera artista…”
Él me esperaba en la entrada. Abrigo gris, suéter blanco, jeans y zapatillas. Sonrisa sincera. Primera impresión: normal.
—Hola. ¿Annett?
—Hola. ¿Sasha?
—¿Quién más? ¿Vamos?
Entramos. El espacio, blanco como un consultorio dental, pero en vez de sillones — instalaciones hechas con alambre, tela y vidrio, como si todo tratara del sentido de la vida.
—Wow —dijo él—. Igualito que mi casa después de una fiesta.
—¿Eso es un cumplido o una advertencia?
—Un chiste preventivo. Por cierto, no bebo desde 2022.
—Y yo no interpreto el arte contemporáneo —sonreí.
Paseábamos entre las obras. Él no hablaba mucho. Y eso… era curiosamente agradable. Hasta que se detuvo, sacó el móvil y se puso a mi lado.
—¿Una selfie?
—¿En la galería?
—Claro. Prueba de cultura, ¿no?
—Está bien. Pero solo si no le pones “#artlover”.
—Prometido.
Click.
Y luego… justo delante de mí, abrió el chat de voz y dijo:
—“Mamá, mira. Es guapa. ¿Verdad que sí?”
Me congelé.
—¿Eso fue una broma?
—No. Siempre le muestro a mi madre con quién salgo. Ella tiene que “sentir la energía”.
—¿No me digas que es médium?
—No, solo se preocupa mucho.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y dos. Pero soy el hijo de mamá. No tiene cura.
Después de la galería, me juré no volver a espacios con instalaciones ni con hombres que flirtean a través de sus madres.
—GPT…
GPT:
Cita Nº6. Punto: “envía selfies a su mamá”. Archivado en la sección de lo absurdo.
—¿Y ahora qué?
GPT:
Ahora toca café. Y nueva escena.
Fui a mi cafetería favorita. Pedí un flat white con leche de coco y tostada con tomate. Me senté junto a la ventana. Respiré hondo.
El móvil vibró.
Número desconocido.
“Annett, estoy cerca. Solo quiero hablar. No tengas miedo.”
Levanté la mirada.
Al otro lado de la calle — una silueta oscura, con capucha.
El corazón dio un golpe. No de miedo.
Sino porque… reconocí esos hombros. Ese andar.
Y ese… juego.
Café con sombra y una llamada inesperada
Miraba por la ventana, sujetando una taza que ya estaba fría.
La silueta oscura seguía junto a la farola, como si esperara una luz verde… pero solo en mi cabeza.
Y algo en mí se tensó. No por miedo. Por familiaridad.
Salí de la cafetería. Despacio. El móvil en el bolsillo. Las llaves entre los dedos — vieja costumbre, como en las películas donde la chica camina sola por la noche.
—GPT…
GPT:
Lo sé. Tienes esa misma cara de la escena “¿pero qué demonios?”
—¿Crees que es otra vez Artem?
GPT:
O un fan. O alguien que quiere ser fan… pero se metió demasiado en el personaje.
Cuando crucé la calle — la sombra ya no estaba.
Miré atrás. Nadie me seguía. Solo el panadero de la tienda de al lado sacaba una bandeja de croissants.
Respiré hondo — y me fui caminando a casa. Aunque tenía el bolsillo lleno de llamadas de taxi no hechas.
En casa — directo a la ducha.
Caliente. Con gel de naranja.
El pelo — en toalla. La piel — en crema. El cuerpo — en semi-pánico.
Me puse un long sleeve y pantalones anchos. Subí los pies al sofá.
Y por fin, me sentí… a salvo. Casi.
El móvil vibró otra vez.
Esta vez — número conocido.
Mamá.
“¿Estás ocupada?”
Sonreí. Cálido. Pero alerta.
“Un poco. ¿Pasa algo?”
“Estoy cerca de ti. No grites.”
Me quedé inmóvil.
—GPT. ¿Está aquí?
GPT:
Parece que sí.
—¿Sin avisar?
GPT:
Las mamás no avisan. Aparecen cuando el aire huele a preocupación.
—¿Y por qué no lo sentí?
GPT:
Porque estabas ocupada oliendo los dramas ajenos.