Gpt, cómo encontrar a alguien Normal?

Capítulo 18. “Estás en línea. Y yo lo sé.”

—GPT, ¿es mejor empezar el día con frases motivacionales o con quejas de los pacientes?

GPT:

—Empieza con café. Y después, contigo misma.

—Hoy preferiría borrarme.

—Mientras no te manden amenazas, no te apresures.

—Gracias por tu ternura de siempre.

Salí del baño con la toalla en la cabeza, encendí la tetera y miré el teléfono.

Notificaciones clásicas: tres comentarios, cuatro reacciones a stories, y un “¿puedo ir a terapia contigo, pero sin cámaras?”.

El story era normal — yo con una taza, cortinas medio abiertas, balcón, nada especial.

Solo Annett — con cara de mañana, sin maquillaje, algo molesta y con hambre. Lo de siempre.

Alcancé a dar un sorbo de café cuando llegó el primer mensaje.

“Sé qué cojines tienes en el sofá. Buen gusto.”

Lo leí tres veces. Luego miré, lentamente, hacia el sofá.

Los cojines. Realmente bonitos.

Pero… yo no los había mostrado. Al menos no hoy.

GPT:

—Este es un nuevo nivel.

—¿Está mirando por la ventana?

—O por la pantalla.

—No. Las cámaras están tapadas. Excepto el balcón.

—¿Puede ser una foto antigua?

—Publiqué el balcón. Pero con otro ángulo. Ese cojín no se veía.

La garganta se me secó.

No por el café. Por el pánico.

Revisé los stories.

Nada raro. Pero una reacción llamó la atención:

“Tienes buen gusto para las tazas de cerámica. También me gustaría beber de ella.”

—GPT, me está desmontando por partes del interior.

Esto ya no es romántico, es un “CSI versión decoración”.

—Cierra las cortinas.

—Hecho.

—Y no muestres tu balcón. Nunca más.

—Sueño con vivir en un piso sin ventanas.

Apagué los stories.

Por primera vez en mucho tiempo — conscientemente.

No por flojera, ni por falta de contenido.

Por miedo.

Mientras bebía el té, llegó otro mensaje:

”¿Por qué quitaste los stories? Aún no había terminado de ver todo.”

GPT:

—Esto ya no es un observador. Es un depredador.

—Voy a desconectarme.

—No. Eso es lo que él quiere. Que desaparezcas.

No se lo des.

Pasé el día con el móvil boca abajo.

Atendí a una sola paciente.

La segunda pospuso, y me alegré.

Solo quería callar.

Callar y respirar.

Y a veces — ni siquiera eso.

Kristina me escribió:

“Estás muy callada hoy. ¿Viva?”

Yo respondí:

“Viva. Pero siento como si alguien hubiera instalado una cámara en mi cerebro.”

Ella me llamó, pero no contesté.

No porque no quisiera hablar.

Sino porque ya no sabía qué decir.

Por la noche, por fin me atreví a revisar el archivo de stories.

Y vi un video que… no recuerdo haber grabado.

Corto.

5 segundos.

En él — mi balcón. Desde la calle.

Yo en él. De pie. Con una taza.

Y mirando directamente al objetivo.

Pero sin ver nada.

GPT:

—Annett.

—Esto…

—Esto ya es una invasión.

—¿Cómo apareció en mis stories?

—Tal vez accedió a tu cuenta.

—O estuvo cerca. Y lo metió ahí. Por caché. Por tu móvil. Por…

—Basta. Me estás asustando más.

GPT:

—Está bien. Entonces empieza a actuar.

Borré todo.

Stories. Archivos.

Bloqueé cuentas sospechosas.

Pero la sensación…

de que alguien conoce mi balcón mejor que yo misma…

no se fue.

Cerré las ventanas. Apagué la luz. Me acosté.

Y en voz baja dije:

—Muy bien.

Si me ves… entonces observa cómo voy a buscarte yo.

“La paciente que me quebró”

—GPT, tengo una pregunta seria: si tienes ansiedad pero luces espectacular — ¿ya no es un problema, sino un estilo?

GPT:

—Se llama “sobrevivir con ironía”.

—Porque hoy tengo el set completo: labios rojos, suéter negro y la sensación interna de estar siendo filmada por una cámara oculta.

—Puedes agregar: “salgo a la calle solo para el estreno de mi propio thriller”.

—Perfecto. Si esto es una serie, hoy soy la protagonista. Y la protagonista da sesiones. Sin colapsos nerviosos.

A las diez de la mañana abrí la laptop, me puse los auriculares y pulsé “iniciar llamada”.

Una nueva paciente. Me había escrito la semana pasada. El mensaje era claro:

“Me siento algo tensa. Creo que me están siguiendo. Pero tal vez estoy exagerando.”

—Hola, María —sonreí—. ¿Cómo estás hoy?

—Hola. Raro, la verdad.

En pantalla — una mujer dulce, de unos treinta años. Con suéter, sin maquillaje, mirada cansada.

Apariencia de “estoy rota, pero aún funciono”.

—¿Qué sientes exactamente?

—Un fondo constante. Como si alguien estuviera cerca. A veces voy en taxi y miro el retrovisor cada veinte segundos.

—¿Pasó algo en particular?

Suspiró.

—He recibido mensajes extraños. Cuentas anónimas. Cosas pequeñas: “bonito vestido”, “hablaste interesante con ese hombre”, “sé que no duermes por las noches”.

—¿Y no sabes quién es?

María negó con la cabeza.

—Todos dicen que exagero. Que en redes hay muchos bots. Pero yo siento que no son casualidades.

Algo en mí se estremeció.

Palabras que yo misma podría haber dicho.

—¿Qué haces cuando lees eso?

—Bloqueo. Pero regresan. Con otros nombres. En otras apps. Una vez me mandaron una foto de mi casa.

—¿Fuiste a la policía?

—Dijeron que si no hay amenazas, no pueden hacer nada. Y yo… empecé a dudar si esto es real.

GPT:

—Ella eres tú. Pero un paso más allá.

—Lo sé. Y me asusta.

—Porque si ella ya no se cree a sí misma…

—Entonces quizá tampoco me crean a mí.

—Y por eso no vas a perder la razón. Estás en línea. Estás actuando. Ves que esto es real.

Terminamos la sesión. María dio las gracias. Dijo que se sentía aliviada porque “no era la única así”.

Pero cuando la conexión se cortó, me quedé en silencio.

Y en ese silencio… sentí frío.




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