Gpt, cómo encontrar a alguien Normal?

Capítulo 22. “El lunes huele a café y libertad”

—GPT, tengo una sospecha.

—¿Sobre qué?

—Que soy… feliz.

—¿Síntomas?

—Me desperté sin alarma, preparé café sin gruñir, miré por la ventana — y no quise esconderme.

—Podría ser una forma leve de tranquilidad. Crónicamente no diagnosticada.

Estaba de pie en el balcón con una taza en las manos.

En la cocina — olor a café. En la habitación — un toque de menta y aceite de lavanda.

En el alma — silencio. No vacío. Silencio real.

El teléfono no sonaba.

Ningún mensaje extraño.

Ningún “conejito”, “te estoy viendo” o “no desaparecerás”.

Solo notificaciones sobre descuentos en queso.

GPT:

—Puedes escribir en tu diario: “Nivel de peligro — bajo. Sabor del café — estable. Vida — sorprendentemente mía.”

—Ese será mi nuevo estado en Telegram.

—Y el hashtag de tu futuro libro.

El lunes laboral empezó con Google Meet.

Primera paciente — madre joven, ojeras oscuras, voz quebrada. Su hijo tiene un año y ocho meses. Sus nervios — una eternidad.

—Sé que tener un hijo es felicidad… pero no puedo más. No quiero jugar con carritos. Quiero solo…

—¿Ser tú misma?

—Sí… volver a ser quien era.

Asentía. Respirábamos juntas.

—No has dejado de ser tú. Solo estás temporalmente ocupando el rol de superheroína. Pero incluso los héroes se quitan el traje.

—¿Y si estoy cansada… soy una mala madre?

—Eres una madre viva. Y tu hijo necesita eso más que una perfecta.

Ella lloró.

Yo guardé silencio.

Era lo correcto.

Segundo paciente — programador con síndrome del impostor. Un genio que ni siquiera confía en su capacidad de hacerse un té.

—Acabo de pasar una entrevista con una empresa extranjera. ¿Y sabes qué me dije? “Solo les gustaste por tu cara”.

—Te respondieron con un mail diciendo: “Tu experiencia es única y complementará perfectamente nuestro equipo”.

—Quizás… le escriben eso a todos.

—O quizás estás hablando con alguien a quien valoran más de lo que él mismo se permite.

Rió. Un poco nervioso. Pero ya mejor.

GPT:

—Si cobrases cinco pesos por cada “¿y si no soy suficiente?” — ya tendrías un yate.

—Con una impresora para escanear impostores.

Tercera paciente — una chica cuyo matrimonio no se celebró porque el novio, en el ensayo de los brindis, dijo: “Todavía no estoy seguro”.

—Pensaba que lo conocía. Pero ahora… ni yo me reconozco.

—¿Sabes qué hacen los escultores cuando algo sale mal? No tiran la piedra. Solo cambian el ángulo.

—¿O sea no estoy arruinada?

—Eres un proceso. Y aún te vas a convertir en algo extraordinario. Solo que no en su galería.

Después de la tercera sesión, me preparé un té.

En la cocina — silencio. No uno agotado. Uno agradecido.

Y sentí: no solo trabajo.

Estoy reparando.

Y por primera vez en muchos días, no estaba agotada.

Al contrario. Estaba… brillante.

GPT:

—¿Sabías que amas tu trabajo?

—Lo sé. Y hoy — mi trabajo también me ama.

Después del trabajo, me encontré con Kristina.

Estábamos en la terraza de una cafetería, riendo, recordando el viaje.

—Si volviera a ver tu vestido en ese club — te lo quitaría a la fuerza y me lo quedaría.

—Si volviera a verme con ese labial — diría: “Chica, o eres mujer, o eres leyenda”.

Tomábamos café.

Y por un momento, parecía que todo estaba bien.

No porque todo fuera perfecto.

Sino porque seguimos aquí.

Reímos.

Seguimos adelante.

“Miércoles con mamá y el mar”

El miércoles comenzó con olor a café y un pensamiento:

“Hoy no quiero salvar el mundo. Hoy quiero pastel… y un poco de mamá.”

—GPT, ¿y si desconecto el cerebro por unas horas?

—Te lo agradecerá. Y más si hay pastel de manzana.

—Lo habrá. Porque mamá viene. Y ella nunca llega con las manos vacías.

—Pero a veces llega con “preguntitas”.

Mamá llamó a las 10:40.

—Voy a pasar por tu casa —dijo con esa voz oficial suya, que siempre lleva escondido un “seguro que no has adelgazado”.

—¿Y qué vas a traer?

—Sorpresa.

—Si trae manzanas, abro la puerta.

A las 11:15 abría la puerta y recibía abrazos, perfume “de juventud” y ese pastel —en el mismo recipiente de plástico de helado de siempre.

—Te ves bien —dijo. —¿Ese tipo de las fotos te dejó en paz?

—El tipo está en pausa. Yo —en la vida.

—Gracias a Dios. Porque yo lo miré mal desde el primer momento.

—Mamá, ni siquiera lo viste.

—Claro que lo vi. En tus ojos.

Nos sentamos en la cocina. Preparé té.

Mamá repartía el pastel, inspeccionaba la cocina, aprobaba que los platos estuvieran lavados y comentó:

—O estás enamorada, o finalmente creciste.

—¿Y si digo que descansé?

—Solo te creo si no fue gracias a un hombre. Porque entonces será temporal.

Hablamos casi dos horas.

Sobre la vida. Sobre mí de niña. Sobre su juventud.

Sobre cómo ella callaba sus deseos. Y cómo yo no debía repetirlo.

Y un poco —sobre Nazar.

—Dime la verdad —dijo, terminando su segunda taza.

—¿De verdad pensabas que ese Nazar era tu pareja?

—Pensaba que era la respuesta.

—¿A qué?

—A si aún podía ser necesaria para alguien.

—¿Y qué descubriste?

—Que primero tengo que ser necesaria para mí misma. Y solo después —para alguien más.

Mamá asintió. Como quien quiere decir más, pero no lo dice.

Me abrazó. Me besó la frente. Y se fue.

—GPT…

—¿Sí?

—No recuerdo la última vez que fue así… tan simple. Sin drama. Sin explicaciones. Solo té y pastel.

—Eso es la vida. Lo demás —efectos especiales.

Después del almuerzo decidí: si el día es tan luminoso — hay que sellarlo con mar.

Llevé café en vaso térmico. Me puse abrigo y bufanda. En los oídos — auriculares. En la lista — silencio con un poco de indie.




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