—GPT, hoy tengo una misión importante.
—¿Conquistar el mundo?
—No. Solo aceptar ser su rostro.
—Empieza la segunda fase: Annet. Psicóloga. Pública. Profesional. Potencialmente nerviosa.
Llegué a la clínica un poco antes. Entré con mi café, el cabello recogido y… una sensación extraña en el estómago. No era miedo. Ni mariposas. Solo… responsabilidad, hecha real.
El director ya me esperaba. Siempre espera. Aunque llegues temprano, parece que lleva diez minutos planeando su próxima estrategia.
—Annet, pasa. ¿Entonces, lo pensaste?
—Sí. Y mi respuesta es sí.
—Excelente.
Incluso sonrió.
Para él, eso es un show de fuegos artificiales.
—Empezaremos con las fotos. Bonitas. Cálidas. Profesionales.
—De acuerdo.
—Tu perfil estará en la página principal del sitio. También en las redes de la clínica — sección “Consejos de Annet”.
—Ajá…
—Y en los planes está invitarte a dar charlas abiertas.
—¿Con público en vivo?
—Sí. Una vez al mes, en el centro principal.
—¿Sin perder mis consultas?
—No. Tus pacientes son tu orgullo. Solo vamos a potenciarlo.
Asentí. Firmé los papeles con calma.
Listo. Soy la imagen de la clínica.
—GPT, ¿qué acabo de hacer?
—Le dijiste “sí” a tu siguiente nivel.
—¿Y ahora voy a estar en su Instagram, cierto?
—Y en carteles, en la mente de los pacientes, y en preguntas como: “¿Esa psicóloga tan guapa es Annet?”
—¿Se puede sin carteles?
—Sí. Pero ya no sin luz.
Salí del despacho con una sensación clara: algo dentro de mí… hizo “clic”.
Como si dejara de limitarme.
Y por primera vez — no tenía miedo de ser “demasiado”.
En el pasillo, me detuvo la recepcionista:
—¡Annet, felicidades! Qué bueno que aceptaste. Llevábamos tiempo esperando a alguien que no solo sea especialista, sino también… con carisma.
—Gracias.
—Solo una condición.
—¿Cuál?
—No dejes de ser tú. Ni siquiera en el cartel.
Salí a la calle, puse música en los auriculares y me senté en el coche.
En mi cabeza — el ruido del viento y una frase:
“Puedes ser buena para los demás. Y al mismo tiempo — verdadera para ti misma.”
“India, disculpas y punto final”
El mensaje llegó justo cuando me senté a almorzar.
El restaurante cerca de la clínica, ese donde siempre hay silencio, donde la camarera ya sabe que tomo té con menta y miel.
Y justo en el momento en que abrí el menú, la pantalla del teléfono se iluminó.
“Te escribí anoche. Soy Artem. Cambié de número. Quería verte.”
—GPT, ¿es… él?
—Es el Artem. Versión después del reinicio.
—No sé si quiero verlo.
—Entonces míralo. Y asegúrate.
Me quedé mirando el mensaje un rato largo. Y luego escribí:
“Podemos tomar un café. Pero no porque espere algo. Solo para poner un punto final.”
Él respondió casi de inmediato:
“Hoy a las 17:00. Junto a la fuente en el parque, ¿recuerdas?”
“Recuerdo.”
Llegué puntual. No porque tuviera prisa. Sino porque ya no tenía miedo.
Él estaba sentado en el banco. Ropa sencilla, la barba un poco más larga, el pelo algo despeinado.
Pero no era eso.
Su mirada era distinta. Sin tensión. Sin necesidad de impresionar.
—Hola.
—Hola. Te ves… diferente.
—Soy diferente.
Nos sentamos. Pedimos café en un pequeño quiosco.
Yo — capuchino. Él — té con jengibre.
Eso ya fue una sorpresa.
—Me fui a la India. A un retiro. No por iluminación espiritual. Solo… no podía seguir mirando el techo.
—¿Y ahora puedes?
—Ahora puedo no mirar… y no romperme.
Hablaba con calma.
Sin dramatismos. Sin culpas.
Y por primera vez, no intentaba impresionar.
—Quiero pedirte perdón.
—Está bien.
—No voy a pedir otra oportunidad. Solo… perdóname. Fui tóxico. Invasivo. Quería sentirme necesario, sin saber cómo hacerlo.
Yo guardé silencio. Por primera vez ese silencio no era rabia. Era aceptación.
—Fuiste alguien que me interesó. Pero ahora… ya no duele.
—¿Y eso… es bueno?
—Es lo correcto.
Nos quedamos un rato más.
Hablamos del trabajo, de los pacientes, de cómo me convertí en “el rostro de la clínica”.
Él sonrió:
—Siempre fuiste para algo más grande. Yo solo no lo entendía entonces.
Cuando me levanté, no pidió mi número. No propuso otra cita.
—Adiós, Artem.
—Adiós, Annet.
—GPT.
—Aquí estoy.
—Puse el punto final.
—Lo vi. ¿Y sabes qué es lo mejor?
—¿Qué?
—Esta vez no te rompió. Te hizo más completa.
“Cita de tres. Sin opciones”
—GPT, solo quiero una cita normal.
—¿Y qué incluye “normal”?
—Una mesa. Dos personas. Nadie pregunta por mi tipo psicológico. Y nadie dice “ella es mi mamá”.
Llegué a la cafetería en auto.
Linda, arreglada, con jeans y una camisa color leche tibia.
Estado de ánimo — tranquilo. Expectativa — cautelosa.
El chico se llamaba Vlad.
En la foto: sonrisa, camisa blanca, fondo con libros.
En los mensajes: bromas acertadas, respuestas normales, sin “hola guapa, ¿cómo estás?”.
Llegué cinco minutos antes. Me senté junto a la ventana. Pedí agua. Esperaba.
—¿Annet? —dijo una voz detrás de mí.
Me giré.
Y me congelé.
No estaba solo. A su lado — una chica.
Cabello oscuro, labios pintados, bolso de nueva colección, mirada crítica.
—Hola. Ella es Mila. Mi… ex. Pero ahora es mi mejor amiga.
—Hola —dijo ella sin dar la mano—. Quería ver con quién está saliendo.
—¿Y esto… es una cita? —pregunté, manteniendo el tono sereno.
Él se rió.
—Formalmente, sí. Pero no oculto nada. Mila y yo tenemos total confianza.
—Y yo solo quería asegurarme de que eres… digna —añadió, mirándome directo a los ojos.
Bebí un sorbo de agua. Lento.