—GPT, si le respondo al desconocido de Instagram, ¿se me puede considerar irresponsable?
—Solo si le das tu contraseña de Wi-Fi y el código del portero.
—Me escribió que me vio con un café junto al mar. Y que mis ojos no sonreían.
—Entonces es un hombre sensible… o un acosador con diploma del club de poesía.
—Me arriesgaré. Pero que sea en un lugar con testigos. Y buen café.
—Perfecto. Solo falta no enamorarte de la profundidad de su voz.
Se llamaba Illya.
Su avatar no mostraba el rostro. Solo un libro sobre una mesa y la frase: “La mayoría de las respuestas están en el silencio.”
Quedamos en vernos cerca de una pequeña cafetería junto a la playa.
Me escribió:
“Yo no espero nada. Solo tengo curiosidad por saber quién es la mujer que mira así al mar.”
Apareció puntual.
Chaqueta oscura, suéter claro, gafas. Ojos profundos. Sin “brillo de revista”.
Sonrió con calma. Sin insistencia.
—¿Annet?
—Sí.
—Soy Illya. Gracias por venir.
—Solo estaba tomando un café. Y pensé: ¿por qué no?
—Esa es la mejor motivación en la vida.
Nos sentamos en la terraza.
Él pidió té. Yo, capuchino.
—Te vi ese día. Caminabas con un café. Y había algo en tu rostro… auténtico. No era tristeza, ni alegría. Como si ya hubieras aceptado algo difícil, pero aún no supieras qué hacer con ello.
—Eso era yo.
—No soy psicólogo. Pero me gusta observar.
Hablamos de todo.
De lo difícil que es ser honesto con uno mismo hoy en día.
Del cansancio de “ser interesante” cuando solo quieres ser.
—¿Y tú quién eres? —pregunté.
—Solo un tipo que alguna vez se cansó. Y no se rompió.
—¿Y ahora?
—Ahora no le tengo miedo al silencio.
Fue el encuentro más extraño.
No fue una cita. Ni un café entre amigos.
Fue como mirarme en un espejo sin necesidad de gustarme.
No me preguntó a qué me dedico. Ni si tengo ex, ni si me gusta cocinar.
Simplemente estuvo.
Ahí.
—Eres especial. No porque tengas algo “extraordinario”. Sino porque eres auténtica.
—A veces siento que eso es un problema.
—Y yo siento… que es un tesoro raro.
Al despedirse, no tocó mi mano. No sugirió volver a vernos.
Solo dijo:
—Gracias por esta hora. Y por ser tú. Si algún día solo quieres sentarte, estaré cerca.
Me senté en el coche. Puse la lista de reproducción “Fuerza tranquila”.
—GPT…
—Te escucho.
—No lo deseo.
—¿Eso es malo?
—No.
—Solo que… me deseo a mí. Así como fui a su lado.
Flores, cuenta falsa y una huida hacia la eternidad
—GPT, tengo una cita hoy. Y él va a traer flores.
—Estoy impresionado. ¿Cómo lo sabes?
—Ya me escribió: “¿Te gustan los tulipanes, verdad?”
—Eso suena a romántico… o a florista.
—En cualquier caso, es agradable.
—Solo no olvides la regla: desconfía del hombre que trae el ramo en una bolsa del supermercado.
—Tiene estilo. Lo sentí.
Se llama Dmytro.
En la foto parecía salido de un anuncio de banca: camisa, sonrisa, mirada con esperanza de estabilidad financiera.
Quedamos en vernos frente al restaurante.
Yo llegué.
Y sí… trajo tulipanes.
Frescos. Sin bolsa. Con un lazo. Incluso combinaban con mi abrigo.
—Son para ti. Solo porque lograste gustarme antes de decir una palabra.
—Si es un cumplido, es encantador.
—¿Y si es manipulación?
—Entonces apenas estoy empezando.
Se rió. Yo también.
El restaurante era acogedor.
El camarero nos llevó a la mesa.
Dmytro pidió con confianza, quizás demasiada:
—Yo tomaré la pasta con trufa. Annet, tú seguro algo más ligero.
—Yo… lasaña. Y quizás una copa de vino.
—Valiente. Me gusta eso.
Hablamos de cine, de libros, de lo difícil que es encontrar a alguien “normal” en la era de los “indefinidos pero en busca”.
—A veces siento que las citas son un nuevo deporte. El que pierde la esperanza primero… paga.
—¿Y hoy?
—Todavía aguanto. ¿Y tú?
—Veamos quién sobrevive hasta la cuenta.
En el postre dijo:
—Perdón, un minuto. Al baño.
Y desapareció.
Al principio no sospeché nada.
A los 5 minutos… terminé mi agua.
A los 10… empecé a mirar el teléfono.
A los 15… le escribí:
“¿Todo bien?”
Silencio.
A los 20… lo llamé.
Tonos. Sin respuesta.
Miré hacia la puerta. Nada.
Hacia el espejo de la entrada. Vacío.
Y la cuenta… completa. Para los dos.
El camarero se acercó:
—Señorita, disculpe, pero la cuenta aún no ha sido pagada.
—¿No sabe a dónde fue mi acompañante?
—Dijo que “regresaba enseguida”. Pero eso fue hace… 27 minutos.
Pagué sin decir nada.
Y salí.
Con los tulipanes.
Ya en el coche, abrí el teléfono.
Mensaje nuevo de Kristina:
“¿Cómo te fue?”
Le respondí:
“Es como si en el baño se hubiera abierto un portal… y él eligiera otro universo.”
—GPT…
—Aquí estoy.
—Parecía sincero.
—También la pasta.
—¿Y si de verdad le pasó algo?
—¿Como una crisis de conciencia?
—Bueno… las flores son bonitas.
—Quizá fueron su compensación por huir. O un adelanto por tus futuras pérdidas.
Miré el ramo.
Y de pronto… reí.
Fuerte. De verdad.
—GPT, nunca pensé que pagaría la lasaña y mi dignidad en una sola cuenta.
—Pero fue una excelente inversión. Saliste con elegancia. Y con tulipanes.
Mientras no me rompo, sostengo a los demás
—GPT, hoy sin citas.
—Cuesta creerlo.
—Solo trabajo. Solo terapia. Solo supervivencia emocional.
—Y té. No olvides el té.
—Si al menos uno de mis clientes hoy no pregunta “¿hay algo mal en mí?” — enciendo una vela.
—Firmo. Y tal vez me una.
Cliente #1 — Lyosha. 16 años. Baila. Se esconde.