Gpt, cómo encontrar a alguien Normal?

Capítulo 32. No todo lo que calla — es seguro

—GPT, ¿crees que se puede vivir un día sin mirar atrás?

—Se puede. Pero mejor con un espejo en la mano.

—Hoy no tengo miedo de no mirar atrás. Hoy tengo miedo de ver.

—Entonces ha llegado el momento de mirar de frente.

Me desperté antes del despertador.

Sentía como si alguien estuviera allí — no cerca, no tocándome, solo… observando.

Abrí los ojos de golpe y fui directo a la ventana.

La mancha seca en el vidrio ya no mostraba la huella. Pero yo la recordaba.

Caminaba por el departamento en bata, sin rumbo claro.

Encendí la tetera. La apagué. La volví a encender.

Me miré al espejo. Sonreí. Y me asusté de inmediato.

Esa sonrisa era la reacción automática de un cuerpo que detecta peligro.

—GPT, ¿estás ahí?

—No me voy a ningún lado.

—¿Y si solo me estoy sugestionando?

—Puede ser. Pero tú no dejaste esa huella. Y no pediste que te observaran.

—Entonces, ¿qué hago?

—Finge que todo es como siempre. Pero escucha al mundo con más atención.

Tardé más de lo habitual en elegir ropa.

No para gustar. Para parecer “inmune a las amenazas”.

Camisa oscura. Blazer gris. Abrigo. Pelo recogido.

Cero joyas. Cero vulnerabilidad.

En la calle — una mañana como miles.

Pero yo caminaba como si subiera al escenario.

En la cabeza — el guion claro: “sonríe, mantente firme, controla”.

Pero debajo de las costillas, una criatura minúscula de miedo mordía mis pensamientos y se reía en silencio.

En la clínica, Valeria me recibió.

—Hola. ¿Todo bien?

—Sí. Solo… mal dormí.

—¿Frío?

—Un poco… de miedo.

Nos miramos. No preguntó más. Le agradecí en silencio.

La primera paciente era nueva.

Joven, nerviosa, pero sincera.

Hablamos de rupturas, de sentido perdido, de ganas de desaparecer.

Y me descubrí pensando:

“¿Si yo desapareciera… quién lo notaría primero?”

—GPT, ¿quién se daría cuenta?

—Quien te observa.

—Esa no era la respuesta que quería.

Segundo paciente — hombre mayor. Primera vez.

Habló de la soledad tras la muerte de su esposa.

Y en sus ojos había tanto vacío, que por un momento olvidé todo lo demás.

El miedo que me persigue es un lujo comparado con la pérdida que él carga cada día.

Salí del consultorio y respiré hondo.

—GPT, hoy soy terapeuta. No un blanco.

—Hoy eres escudo. Y también ternura.

—¿Y mañana?

—Mañana veremos… quién se queda cerca.

El tercero fue Vitaliy.

El mismo traje. La misma sonrisa. El mismo maletín.

Pero algo… era distinto.

—Buen día, Annette.

—Buen día. ¿Cómo está?

—Tranquilo. Como siempre.

—Eso es bueno.

—Te queda esa seriedad.

Levanté la ceja con cautela.

—Hoy tienes una mirada…

—¿Cuál?

—Como si quisieras preguntar algo, pero temieras la respuesta.

Empezamos a hablar.

Él hablaba de control.

De cómo todo debe estar en su sitio.

Y en cierto momento dijo:

—Las personas cambian cuando las miran. Pero cuando las observan… se vuelven auténticas.

—Esa frase suena como una sentencia.

—¿Y si alguien te mirara siempre… jugarías un papel?

—¿Y si no sé que me están mirando?

—Entonces… es un espectáculo real.

Guardó silencio.

Y yo sentí el frío por dentro.

—GPT, ¿qué fue eso?

—Una pista. O una confesión.

—Él…

—Él empieza a hablar en claves.

—Y yo ya no lo escucho como paciente.

—Porque ya no lo ves solo como paciente.

Cuando se fue, tomé el bolígrafo.

Y se me cayó.

Me temblaban las manos.

En la mesa estaba su tarjeta.

Siempre la dejaba.

Pero esta vez… con su número subrayado.

Yo nunca se lo pedí.

Fui a la sala del personal. Nadie allí.

Saqué el teléfono. Escribí en las notas:

“Si es él — necesito un plan.”

Al volver al consultorio, sentí algo extraño bajo la suela.

Miré al suelo.

Un sticker.

Igual al de mi abrigo.

Solo decía: “Más atenta.”

—GPT, ya no respiro. Escaneo el entorno.

—Y haces bien.

—¿Por qué deja estas señales?

—Para mostrar que puede.

—Yo…

—No te rompes. Te adaptas.

Al final del turno, cerré el consultorio.

Y me quedé de pie en la oscuridad.

No quería encender la luz.

No quería dar un paso más.

Pero lo di. Uno. Luego otro. Y una respiración profunda.

—GPT…

—Aquí estoy.

—Creo que esto ya no es un juego.

—No lo es. Ya no se trata de atención. Es control.

—Y no voy a someterme.

—Entonces no calles. No perdones. Y no te acostumbres.

—Estoy lista.

—No solo estás lista. Eres un blanco que aprendió a disparar de vuelta.

Caminé a casa despacio.

Las piernas pesaban, como si el día se hubiera pegado a las suelas.

La ciudad sonaba: autos, gente, vitrinas, sirenas — pero todo llegaba como a través del vidrio.

No miré atrás.

Solo buscaba mi reflejo en los escaparates oscuros.

Como si comprobara: ¿sigo aquí?

En el edificio, tenía las llaves en mano.

Sin pausas. Sin miedo. Solo reflejo.

Costumbre de estar alerta.

La puerta hizo clic.

El departamento estaba en silencio.

No acogedor. Silencioso — como escenario antes del aplauso.

Me quité el abrigo. Solté el pelo.

Me desvestí — no por comodidad. Por protección.

Como si al menos algo pudiera quitarme de encima hoy.

En la cocina no encendí la luz.

Solo serví agua.

Me senté en el taburete.

Y me quedé mirando el refrigerador.

Sin abrirlo.

—GPT…

—Aquí.

—No quiero nada.

—Porque estás agotada de pelear. Pero no te detuviste.

—¿Siempre eres tan tranquilo?

—No. Pero tú ya no soportarías un ataque de nervios también de mi parte.

Me acosté sin cambiarme.

Sin luz. Sin sonido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.