Gritos Silenciosos.

Capítulo 4

Aún el dolor, nos recuerda que tan vivos estamos.

¿Existe un límite para sentir dolor?

Observo la lápida de mi madre ¿Cómo se repara un corazón roto? Mis lágrimas corren, aunque intente detenerlas, me lanzo abrazarla imaginando que son sus brazos.

El abrazo del pequeño ángel, me ha hecho extrañarla aún más, necesito tanto los abrazos de mi mujer maravilla, me duele tanto que es como un fuego ardiendo en el centro de mi pecho.

Cierro mis ojos recordando su rostro su olor a chocolate, reteniendo el sonido de su voz en mi mente que lamentablemente con los años he comenzado a olvidar. Su ausencia me sabe amarga, me duele estar viva sin ella, cierro con fuerza mis párpados olvidando todo lo que me rodea, al abrirlos la noche ha llegado por completo.

Me cuidaste hasta el último momento madre, hablo en voz alta. Debo hacer esto por ambas, sabiendo que desde el momento que mis ojos se encontraron con los de Exton todo se había puesto en marcha. Para eso vine, por eso, regresé, a buscar venganza por las dos.

Debería estar asustada por estar en medio de la oscuridad, rodeada de muertos, con el tiempo aprendí a temerle más a los vivos, y sobre todo a lo que escucho en mi mente. Todos oímos voces en nuestra cabeza, pocos tenemos la capacidad para admitirlo en voz alta.

Me despido de ella con el mismo dolor de siempre, camino entre la penumbra, el frío me llega hasta los huesos, intento dar calor a mis manos frotándolas entre ellas. Veo la hora en mi celular 10:00 de la noche, las calles están desiertas, a los pocos minutos de comenzar mi marcha escucho voces.

—Hola guapa, qué haces tan sola. Las niñas buenas a esta hora están en casa. ¿Necesitas compañía preciosa?—

Mi corazón comienza a latir con desesperación, trayendo desde el fondo de mi mente recuerdos que he querido enterrar. Camino de prisa, pérdida en mis pensamientos, con el temor que esas voces comienzan a generarme. Los recuerdos del pasado aceleran aún más mi respiración, clavo las uñas en las palmas de mis manos, obligándome a que el miedo no me controle.

Las voces las escucho más cerca, esto no me puede estar pasando, me repito mentalmente, cuando intento correr, brazos fuertes me sujetan, el miedo me domina, imágenes vienen a mi cabeza, me siento indefensa. Dos hombres se paran frente a mí, aparte del que me tiene sujeta, siento su asqueroso aliento en mi cuello y un olor nauseabundo que desprende de su boca, provocándome náuseas.

Intento moverme no puedo, veo en sus ojos maldad, son como demonios que han subido del infierno a causar daño en la tierra. Uno de los que está frente a mí, me dice que no tema, que si no pongo resistencia todo será más fácil, sus palabras me llevan a mi niñez en este momento solo quisiera estar muerta.

No seré una presa fácil, no otra vez, hastiada del mundo, de la vida saco fuerzas de mi interior. Muerdo una de las manos que cubre mi boca, el asqueroso se retuerce un grito escapa de su boca, sonrió en medio del pánico.

Escupo al sentir el sabor metálico de su sangre, una fuerte carcajada brota de uno de sus compañeros.

—Nos salió una leona, pero aquí está tu domador—

Un fuerte golpe impacta mi cara, caigo abruptamente, mientras una patada fuerte es recibida por mi abdomen. Baja hasta mi altura, envuelve mi largo cabello entre sus manos, siento como mi cuero cabelludo cruje cuando me levanta halándome de él.

¿Con cuántas heridas debo cargar? Dicen que Dios da sus mejores batallas a los guerreros más fuertes, me pregunto si no tendrá otro. Qué irónica es la vida, esta mañana quería morir, ahora ejecutarán la orden por mí, terminándome de quebrar. Ante este pensamiento comienzo a reír, mis verdugos se miran extrañados.

—Termínenme de matar. —exclamo con rabia. —me estarán haciendo un favor.

Sacan una navaja, comenzando a desgarrar mi ropa, tiemblo por el miedo que me recorre, me sobrepasa, no moriré siendo víctima, si esta noche he de morir lo haré como una guerrera. Como mi madre me decía que era.

Cuando llegan a mis pantalones lanzo una patada como una loca, alcanzando la mandíbula de uno de ellos. Retrocede, un hilo de sangre escapa de su boca, una fuerte carcajada brota de mí. Escucho a Adam en mi cabeza susurrando los puntos débiles que debo atacar, si creían que habían escogido una presa fácil, se equivocaron, lucharé hasta el final.

El que ahora tiene un hilo de sangre corriendo se abalanza a mi cuerpo, clavando sus asquerosas manos sobre mis pechos, apretándolos con fuerza, haciéndome retorcer de dolor, mientras que sus acompañantes sostienen mis manos y piernas.

—Ahora no eres tan valiente —susurra en mi oído.

—Tú solo eres machito teniéndome sujeta. —escupo con una risa burlona.

—Suéltame y demuéstrame que tan hombre eres, malnacido.

Coloca la navaja en una de mis piernas haciéndome un corte profundo que siento hasta el hueso.

—Acaso de verdad quieres morir estúpida. —esta mañana sí, pienso, pero no por tu mano.

—Si eso evitara no sentir tus asquerosas manos sobre mí, ¡Sí! Mátame de una vez—

No he terminado de hablar cuando una lluvia de golpes es descargada en mi rostro, los párpados comienzan a pesarme, escucho disparos, golpes y crujir de huesos. Siento como mi propia sangre comienza a cubrir mi rostro.

—¡Ya estás a salvo! —es lo último que oigo antes de que todo se vuelva negro.

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Flashbacks, Hannibeth niña.

Quiero a mi mamá, lloro con desesperación, la puerta se abre, me escondo en una esquina del colchón en la oscura habitación.

—Te trajimos compañía, por favor deja de llorar, ya no soporto tus gritos —cierra con fuerza la puerta de metal, tengo miedo de alzar mi vista, no me gusta el cuarto de paredes grises, hace mucho frío, solo hay un colchón en el piso con una vieja manta que huele feo, el colchón comienza a hundirse, algo se posa a mi lado.




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