Gritos Silenciosos.

Capítulo 11

Identificar un corazón roto puede ser más difícil de lo que parece, más cuando los pocos momentos de felicidad han sido tan efímeros en tu vida.


Cuatro años atrás.

Hannibeth.

El reloj marca más lento de lo normal, los ojos me pesan; sin embargo, no logro dormir. Hace cuatro días que no veo a Adam, está sumergido en el trabajo, desde que recibió esa noticia de parte de su madre. Escucho como la puerta del apartamento se abre, no me alarmo, sé que es él, con el sistema de seguridad instalado, es imposible que alguien entre a esta fortaleza, sus pasos resuenan por el lugar, cierro los ojos e imagino lo que está haciendo, lo veo revisando las cámaras de seguridad, verificando cada puerta de acceso, es una rutina que hace desde que compartimos el mismo techo.

Adam fue quien me encontró, fue quien comando el operativo que me saco de ese infierno, dar ese fuerte golpe a una de las organizaciones más sucias del país, le dio renombre, esa madrugada trece niños, y cuatro adolescentes incluyéndome, fuimos rescatados.

Es un estratega nato, al cumplir mi mayoría de edad no tenía a donde ir, sin familia, Adam me ofreció quedarme con él temporalmente, argumentando que vivía más en su oficina que en su apartamento, estaba en lo cierto. Sus jefes no estuvieron de acuerdo, él se impuso a pesar de ser joven, era determinado, pago psicólogos y psiquiatras, para ayudarme a superar mis traumas. Era como la figura de un hermano mayor.

Se empeñó en enseñarme defensa personal en los pocos espacios libres que tenía, estaba solo en California, sin familia, poco a poco me fui ganando su confianza, comenzamos a compartir más tiempo, llegaba a casa para cenar y veíamos una película, los viernes eran mis días favoritos, lo esperaba ansiosa, claro cuando el trabajo se lo permitía.

Podría estar en otro lugar, sin embargo, elegía mi compañía, un día me confesó haberle hecho daño a una mujer importante en su vida, una mujer que dice que ama aún, que espera tener su perdón.

Escucho como sube las escaleras despacio, sus pasos son suaves, precisos por el pasillo, se detiene frente a mi puerta se queda allí de pie, sabe que estoy despierta, no entra, no me habla.

Respiro profundamente, con esa extraña sensación que su lejanía me provoca, las últimas semanas han sido difíciles para él, en la ciudad donde vive su madre, mujeres han comenzado a desaparecer, mujeres jóvenes, ahora una de ellas es su prima, alguien que Adam ve como una hermana. Cuando decidió darle la cara la red más grande de trata de blancas y pedofilia del país, se expuso, ambos sabemos que este ataque no es al azar y solo una organización puede estar detrás de ella y es la de los hermanos kuzmin, escucho como sigue hasta su habitación.

Las horas pasan, me remuevo incómoda en mi cama, las sabanas me pican, la ansiedad y el caos de mi mente no me dan tregua, me levanto, voy hasta su puerta, la luz está encendida. De pie, frente a su puerta, me debato internamente si le llamo o si irrumpo sin tocar, mientras analizo los pros y los contras, su imponente presencia está frente a mí. Con el ceño arrugado, ese verde esmeralda que aún me impresionan como la primera vez que los vi.

—Por qué no estás dormida, zanahoria. —me regaña, esa manera de llamarme me hace sentir como una niña, como esa adolescente desvalida que rescato hace unos años, no quiero que me vea de esa manera.

Por muy intimidada que me sienta, no bajo la cabeza, he aprendido a controlar mis emociones, él me ha enseñado. Analizo su vestimenta, franela sin mangas, de color blanco, que marca su trabajado abdomen, junto a un pantalón suelto de chándal color negro, sin decir nada, nota hasta donde mis ojos se van, su cama, una maleta sin terminar de hacer está abierta en ella.

Se da la vuelta dejándome allí, echa dentro de ella un par de cosas termina cerrándola.

—Por cuánto tiempo —pregunto finalmente—

—No lo sé, el que sea necesario —siento como un nudo se me forma en el pecho.

—Y yo —me aclaro la garganta.

—Esta es tú casa, por eso no te preocupes, estaré pendiente de todo.

—Es por mi culpa, si no me fueras, si me fueras dejado... —hablo con rapidez.

—Es mejor que vayas a dormir —su voz se ha endurecido, le molesta que saque el tema, ambos sabemos que desde que estoy en su vida solo le he traído problemas.

—Ella estará allí —pregunto, sin darle tiempo a mi cerebro de procesar lo que sale de mi boca. Su mirada se torna triste, se sienta en la cama.

—No lo sé, es muy probable que no, por algo no he querido regresar todos estos años, estará su familia, estarán los recuerdos, estará esa parte de lo que fui. —siento como si una mano invisible entrara a mi pecho, arrancándome eso que llaman corazón. Julieta es la única mujer a la que Adam ha amado, sin conocerla siento celos de ella, solo ella provoca ese brillo triste, ese pesar tan marcado en sus palabras. Con mi respiración agitada, conteniendo las lágrimas me siento a su lado, para evitar el contacto visual de frente.

—Y si ella está, ¿Qué harás? —acostumbrada al dolor, me animo a preguntar.

—Todo lo necesario para que me perdone —la palabra todo, abarca mi mente. Dejándome claro que las pocas posibilidades que hubiesen existido con él, se esfumaran al instante que ellos dos crucen miradas.

—Tengo algo para ti —su voz me saca de mis pensamientos, se levanta, entra al cuarto de baño, al regresar trae algo envuelto en una manta blanca. Extiende sus manos hacia mí, abro al máximo mis ojos.

—¿Está muerto? —pregunto alarmada, una fuerte carcajada brota de sus labios, se ríe de tal manera que todo su cuerpo se sacude, es como si necesitara esté breve respiro. Por momentos veo a ese Adam risueño y juguetón, ese que no deja salir tan a menudo, y al hacerlo ilumina todo a su alrededor. Él también carga con heridas en su alma, con culpas, con miedos, que por más que intente ocultar al mundo, yo he aprendido a identificar en silencio, recomponiéndose de su ataque de risa, me observa con dulzura.




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