Guerra De Sangre. El precio de una traición

II

La muchacha al escuchar la voz se levantó extrañada, dio un giro con mucha seguridad para dirigirse a su hablante, dejando su mirada fija en el señor White, quien parecía muy sorprendido. 

–Disculpe señor ¿le sucede algo? ¿Se siente usted mal? — Él  no estaba solo, cerca estaban dos guardaespaldas que lo cuidaban. Al momento reaccionó de su asombro—

 —Es usted muy parecida a mi esposa. –Titubeó haciendo un ligero movimiento en la cara como si nada estaba bien en ese preciso momento—

 —¡Bueno, eso no lo sé, no conozco a su esposa!, pero me imagino que en algo debo parecerme porque usted me llamo Nathalie el día de su accidente, y esto ha desencadenado una serie de burlas entre mis compañeros, que se dieron el gusto de llamarme de esa manera, ¡no entienden que me molesta enormemente que me pongan apodos! —lo miró fijamente y con enojo le habló— Usted le ha dado el motivo para reírse de mí. Ellos no tienen otra distracción que decirme: "Nathalie, mi amor, regresaste…", de verdad es muy bochornoso para mí. Ahora sí, ¿dígame para qué me busca usted…? –el hombre no dejaba de observarla, como embelecado, mientras la muchacha hablaba— 

—Señorita Layla yo… no sé que decirle. Tenía la intención de agradecerle lo que hizo por mí. –El señor George White, aun seguía muy confundido— de verdad no entiendo, nadie podría parecerse tanto a una persona a menos que sean gemelos. —Layla soltó una estrepitosa carcajada, y cuando terminó de reír, continuó comiéndose su manzana e hizo un gesto de despido al señor White y entró al trabajo—

 El hombre no reaccionaba de su impresión, subió al carro y se retiró aun más confundido. Entró a su casa apresurado, abrió un cajón y sacó las fotos más recientes que tenía de su esposa, procuraba encontrar una que le dijera que esa mujer, era la misma que él había tenido en su frente. 

—¿Qué haces hijo? ¿Qué buscas con tanto agobio? ¿Por qué estás así? –Su madre se le acercó y se preocupó al verlo tan agitado— 

—Madre no me preguntes… por favor déjame solo. —La mujer le insistió, pero él terminó bajando hacia su recibidor y sirvió una copa de licor que se tomó de un solo trago, saboreando con los ojos muy cerrados de una manera despectiva— 

Esa misma noche, su cabeza le daba vuelta de tanto pensar en ese extraño encuentro, no aguanto más y llamó a Francisco; su amigo e investigador, exigiéndole que dejara lo que estaba haciendo porque estaba de emergencia.

 —¿George, cuál es la urgencia, realmente mi amigo? Ojalá sea algo que valga la pena, no sabe el mujerón que tuve que dejar en mi cama para venir hasta acá. –Rió con picardía—  estoy que me doy un tiro, con lo entusiasmado que estaba.....

 —La vi Francisco, vi a mi Nathalie…

—¿Qué? ¿Cómo? Adónde esta? – Este investigador, quien llevaba años buscándola, no disimuló su asombro—

 —Es la rescatista que me salvó en el accidente… Es ella, no puede haber en el mundo dos personas tan parecidas. – Sus manos temblaban sosteniendo una copa, sus ojos reflejaban una profunda tristeza y su corazón parecía agitarse aun más cada vez que la nombraba—

 —George somos amigos, por favor trata de calmarte. Eso no puede ser, mira tu esposa no puede ser la persona que viste… debe haber una explicación, sí porque yo he buscado bien... —Se quedó pensando por breves segundos— a ver... ella no salió de la ciudad y menos del país. Dime en donde está para investigarla, es insólito, siempre he creído que está viva pero…

—Es ella, ahora se hace llamar Layla Chan, pertenece a una brigada de rescate de los Ángeles. – El hombre daba seguridad a sus palabras, mientras tomaba sin parar—

 —Amigo tomar así no te hace bien, además me hace parecer que no estas claro en lo que me dices... primero cálmate, si es Nathalie lo vamos a descubrir, eso es más fácil que buscar una aguja en un pajal, y mira que te lo digo porque lo sé. – Francisco le quito la copa de las manos y se sentó a tomar los detalles de ese encuentro. 

—Francisco, recuerda no hablar esto ni con tu espejo, quiero llegar al fondo de todo. Muero porque regrese a mi lado, no me importa ese carácter grotesco, tampoco esa forma tan extraña de vestirse ni de actuar, yo la sigo amando como el primer día que la hice mi mujer. – sus palabras salían de su boca como emanadas por una corriente indetenible, logrando reflejar una ligera sonrisa de esperanza—

—Necesito primero que calmes todas tus ansiedades, porque aun no estamos seguro… —Dijo el hombre como si no pudiera creer en las palabras de White— 

—Es ella Francisco, es mi Nathalie… yo no lo dudé en ningún momento, solo fingí que creía lo que ella me decía para que no huya mas... Amigo yo no estoy loco, es otra imagen pero es la misma piel que tantas veces acaricié, son sus labios que se me grabaron para siempre en mi memoria, su mirada de ángel que ahora parece melancólica, y ese cuerpo que recorrí con mi boca y mis manos, y me conozco palmo a palmo… no estoy equivocado. – el hombre dibujaba en su rostro un brillo especial al recordar a su esposa—

 —¿Y su voz? ¿Qué te dice su voz? – Francisco no dejó  pasar este detalle tan importante para su investigación—

—Es seca, dura, cortante y muy fuerte a diferencia de antes… pero su musicalidad, su tono firme y ese detalle de dulzura y sensualidad que hace compás en sus labios cuando pronuncia sus palabras, no lo ha perdido. Sus carcajadas jamás la olvidaría, cómo olvidarlas si siempre rompía a reírse cuando yo le hacía alguna broma—




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