Guerreros y Patriotas

La Elección

Cuando zarparon en la goleta, Manuel María cayó en cuenta de lo que pasó durante esos turbulentos días. José Antonio se había hecho del mando de la expedición de manera sorpresiva, cuando todo apuntaba a qué él estaba sin aliados y sin ningúna posibilidad de, tan siquiera, ser comandante de uno de los barcos o de dirigir a las tropas en tierra; sin embargo, para sorpresa de todos, logró ser nombrado comandante de la expedición aprovechándose de las rivalidades de los otros jefes y de su misma forma de ser, extrovertido y fantasioso.

Antes de que él llegara a la isla, los 200 exiliados habían recibido un buen trato por parte del Soberano Sabés Lanchenais, quien se mostró dispuesto a ayudarlos a continuar la lucha por la recuperación de su país; pero solo si le mostraban un plan claro y una organización coherente. El Reino que dirigía Sabés es un pequeño archipiélago cuya isla más grande es Baneque, que, además de ser sede de la capital, le da nombre al reino que es una antigua colonia francesa.

Para ese momento Santiago Carrige fungía como líder natural y era lógico que así fuese. Todos de una manera u otra le debían algo a Santiago, ya que, siendo todos vecinos de la región de Oriente, cuando se levantaron en armas ante las atrocidades y arbitrariedades del virrey, fue este precisamente quien tomó la jefatura del movimiento, era él quien tenía más tierras y dinero, tenía porte y ciertamente más cultura; sin embargo, no hablaba francés y la comunicación el Rey Lanchenais tenía que hacerla a través de Manuel María que era el único que dominaba el idioma de la isla.

A los días de estar en el reino, se presenta Francisco Pueblo, vecino tambien de Oriente, quien acompañó a Santiago cuando declaró la independencia de la República Oriental y quien venía de liderizar la defensa del Fortín de San Antonio, último reducto independiente en tierra firme. Francisco era muy impulsivo, además de radical, apenas llegó tuvo roces con Santiago, porque le había agarrado el gusto a ser jefe y no quería volver a estar bajos las órdenes de nadie.

Manuel María Gómez, por su parte, además de servir de intérprete, tenía sus propias aspiraciones. Aunque él estaba muy claro del fuerte regionalismo de los orientales, siendo el extranjero, creía que tenía más pericia militar que ninguno, y eso lo había demostrado en el campo de batalla, donde nunca había sido derrotado, a diferencia de todos ellos; además de esto, por dominar el idioma estaba entablando amistad con el Rey, aunado a que la flota con la que estaban contando era de su compadre y paisano de las islas de Sotavento, Felipe Detrox.

Todo esto lo hacía un serio aspirante a la jefatura; sin embargo, la llegada de Francisco le anticipaba problemas. Este se la tenía jurada y consideraba a Manuel María su mayor enemigo, todo por una vieja rencilla que se presentó a raíz de que, en una batalla, este último le desconoció el mando y con un grupo de lanceros salió de las posiciones defensivas en las que se encontraba, atrajo al enemigo que lo persiguió y en medio de la persecución ordenó a sus tropas "volver caras" embistiendo de frente al enemigo y detrozándolo inmediatamente. Esa acción le ganó a Manuel María fama y respeto de la tropa, quienes lo levantaron en hombro y lo nombraron héroe; pero también el odio eterno de Francisco que esperaba cualquier ocasión para cobrárselo.

El último aspirante que llegó fue José Antonio Palacios, la mayor manzana de la discordia y verdadera amenaza para todos los que pretendían ser jefes de la expedición. José Antonio no era oriental, era de la provincia de Los Esteros. Era un hombre de mundo, pero hasta ahora no había demostrado destreza en la conducción de tropas. Hablaba 3 idiomas, español, inglés y francés, poseía muchas haciendas y pese a su aspecto débil y su tamaño un poco bajo, era un hombre decidido y muy enérgico, pero además, grandilocuente y con una gran imaginación.

Jose Antonio no necesitaba interlocutor, por lo que, apenas puso un pie en Baneque, se presentó ante el Rey y en pocos días ya lo tuteaba y organizaba en el palacio unos banquetes o bailes como si él fuese el dueño del lugar y no un exiliado en busca de auxilio. Le habló a Sabés de cómo los dos países, una vez derrotado el ejército enemigo, podían aliarse para la defensa mutua o para impulsar el comercio, no solo entre las dos naciones, sino a lo largo de todo el continente e incluso pensar en un futuro en formar una confederación para provecho de las dos naciones. Todos estos proyectos fascinaban al Rey, quien veía como la falta de comercio internacional estaba empobreciendo a su país que, hasta hace poco años, era uno de los más ricos de la región, principalmente por la fertilidad de sus suelos y la abundancia de los mares que la circundan.

José Antonio no se quedó solo ahí. No perdió el tiempo y abordo a Felipe Detrox, ofreciéndole el Grado de Almirante y presentándole un plan de campaña quijotesco, pero que Felipe, ya viéndose de Almirante a la altura de los más grande de la historia, lo considero espléndido. Manuel María se reía, para sus adentros, al imaginarse un tipo chabacano y sin ninguna preparación académica o militar como Felipe, con el grado rimbombante de Almirante. 

La actividad febril e incansable de José Antonio continuó. Él fue quien organizó una Junta de Guerra e invitó al Rey para que los acompañara, ofreciéndole a este que en esa reunión se decidiría el futuro de los exiliados y los planes que tenían.

Preparó no solo la Junta de Guerra, sino un banquete y un baile con muchas isleñas presentes, recibiendo el apoyo de muchos empresarios y hasta del Alcalde del puerto, Ignacio Marion, diciéndoles a los invitados que era la oportunidad de pedir favores al Rey que estaría complacido por la recepción y por el apoyo que todos le estaban dando a los exiliados.

Durante la celebración, José Antonio se destacó bailando vals, improvisando declamaciones en español, pero también en Francés, animando los brindis y mientras bebían, fue ofreciéndole algo a cada exiliado, reservándose los mejores cargos para Manuel María Gómez a quien le ofreció ser el Comandante de la 1ra División del ejército de Tierra, a Francisco Pueblo Comandar la 2da División en tierra y, por último, a Santiago Carrige a quien le ofreció ser 2do Comandante en la expedición, pero, asegurándole que en tierra firme, se dividirían el mando; de tal forma que, José Antonio comandaba todas las tropas en lo combates en Los Esteros y Santiago en el Oriente.




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