Guerreros y Patriotas

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Santiago, en la goleta que lleva su nombre, estaba resignado al puesto subalterno que ya tenía. No hacía mucho tiempo , solo 2 años y medio atrás, él había sido nombrado Libertador y era el General en Jefe, indiscutido, de Oriente; sin embargo, todo pareció desmoronarse a partir de la ayuda que le pidió José Antonio, quien como jefe del Ejército en Los Esteros, se encontraba sitiando el Fortín de Aguas Tranquilas.

Pese al rimbombante nombre, este último no contaba con una flota lo suficientemente grande, para estrechar el cerco por mar, es por esto que Santiago envía 7 navíos al mando de Manuel María, quien fue  marino en su juventud, en las islas de Sotavento; pero, además, Santiago quería separarlo de Francisco Pueblo para evitar un duelo fraticida y la escisión de sus filas, ante la rivalidad de estos jefes militares.

Ahí agarró vuelo Manuel María, se hizo de una tropa que le guardo lealtad y además el mismo le agarró el gusto a mandar y, a partir de ese momento, fue difícil lograr que cumpliera las órdenes dadas por Santiago. Además de esto, no cabe duda que su pericia militar fue en aumento y su nombre estuvo en boca de todo el mundo, por su manera de conducir a las tropas en el arte de la guerra.

Por su parte, Francisco, le perdió el afecto y respeto que le tenía a Santiago, no tanto por no sancionar a Manuel María cuando este lo desobedeció en el campo de batalla, sino, más bien, por haberlo "premiado" dándole el comando de 7 navíos. Francisco no perdonó nunca lo que le hizo Manuel María en Las Cuevas y tampoco perdonó a quien le tendió la mano a este último.

Pero ahí no quedó todo. El momento real en el que Santiago perdió su verdadero poder, fue cuando, personalmente, salió a ayudar a José Antonio en la batalla de la Entrada de Los Esteros. Este último tenía 1000 soldados de infantería, 500 de caballería y un cañón, Santiago llegó con 1500 hombres de caballería, veteranos de combate; pero, pese a la fuerza que aportaba, en número los mismos que el caudillo esteriano, fue tratado con desdén. José Antonio, más que pedirle o consultarle, le exigió que toda la tropa estuviese a su mando y le dio el papel de 2do Comandante a Santiago, pero sin iniciativa, ni poder de decisión en el combate.

Pese a la derrota en esa batalla, las otras batallas las siguió comandando José Antonio, alegando que al combatir en Los Esteros, y este ser su territorio, él era el Jefe indiscutido. Luego siguieron otras escaramuzas, que sí se saldaron en victoria y la Gran Batalla de Sabana Larga, también con victoria patriota. El respeto de los orientales a Santiago cayó mucho al ver que este se le subordinaba en esas acciones militares. Y finalmente llegó su " yo consiento" en Baneque, que le terminó de quitar autoridad.

Ya en la expedición, Santiago se consolaba de ser el más antiguo de la embarcación en la que navegaba, la goleta Santiago, lejos de José Antonio, quien comandaba la Libertador e iba al frente marcando el rumbo; que, extrañamente, no era el que tenían planificado, ya que estaban en dirección de Granate una de las islas más alejadas del Archipiélago de Baneque y no precisamente en dirección de Isla Grande, que era territorio Oriental, lugar de destino de la expedición.

Al momento de  llegar y desembarcar en Granate, hubo mucha incertidumbre. Habían durado 3 meses en la isla principal del Archipiélago, discutiendo y tratando de organizar la expedición y cuando todo estaba listo volvían a perder tiempo en esta isla, lo que finalmente trajo molestia en unos patriotas deseosos de llegar a su tierra y comenzar a luchar. 

José Antonio no dio explicaciones, solo dijo que estaba esperando algo muy importante. Enfrentó las palabras altisonantes de los orientales más fogosos, castigó a los desertores que, 
entre los casi 1000 voluntarios de Baneque, empezaron a querer regresar a sus hogares. Colaboró con las autoridades de la isla en reprender a varios borrachos y pendencieros, que a raíz de la espera, empezaron a hacer desmanes. Finalmente, luego de dos semanas en esta pequeña isla, llegó lo tanto esperado y volvieron a partir.

Todos se preguntaban que era lo que estaban esperando, nadie vio embarcar nada en la Libertador. El ahora Almirante, Felipe Detrox, era el único presente cuando embarcaron lo tan anhelado por el jefe expedicionario: una imprenta y a una morenaza, joven, además de esbelta,  llamada Concha Martínez. Para evitar las inevitables habladurías, José Antonio había comisionado a su primo, el General Valentín Jerez, para ir a la isla de Cabrit, colonia francesa, a buscar sus "objetos de deseo".

Con todo abordo ya no hubo más demora. Zarparon en seguida y pasaron tres semanas navegando, en lo que parecía ser más un crucero turístico que una flota de guerra. Avistaron varios islotes, en los que, al ver las banderas o estar enterados a donde se dirigían, los lugareños los recibían con salvas y vítores a los que la tripulación respondía de la misma manera; en este continente de colonias europeas, todos se alegraban cuando surgían naciones que querían ser libres. Nadie de la tripulación supo, hasta llegar a Isla Grande, porque las dos semanas perdidas en Granate. 

José Antonio, mientras tanto, se dedicó a los placeres del amor con Concha. Dos años tenían sin verse, por lo que, durante esas tres semanas se dedicaron a reconocerse y a reconectarse. Pese a que José Antonio había tenido varias mujeres en esos dos años, Concha para el era especial y la anhelaba. Sabía que no se casaría con ella, porque se prometió a si mismo no casarse nunca, cuando su prometida, a quien amaba con locura y a quien conocía desde que eran muy niños, falleció de una fiebre tropical. Pero Concha era especial, tenía una sensualidad única, verla caminar era un espectáculo y en la cama, pese a su poca experiencia, había adquirido unos artes, que, combinado con su carita angelical con un poco de desfachatez, provocaban en cualquier hombre, pero en especial en alguien tan necesitado de atención como José Antonio, una pasión sexual irrefrenable.




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