Guía Práctica para encontrar un buen esposo.

Prólogo.

Hay batallas que se libran con calculadora en mano, mirando fijamente la cuenta bancaria mientras el estómago se retuerce. Esas, María Fernanda ya las ganó. Aprendió a estirar el dinero como chicle, a negociar sin temblar, a levantar su vida de entre los escombros de una quiebra que amenazó con tragarla entera. El primer manual —ese que escribió entre facturas atrasadas y noches sin dormir— fue su salvavidas, su mapa del tesoro hacia la supervivencia.

Pero nadie le advirtió sobre la batalla que vendría después.

Porque resulta que sobrevivir es solo el primer acto. El segundo es infinitamente más aterrador: volver a vivir. Y peor aún, volver a sentir.

Ahora, con las cuentas en orden y Jimena creciendo a su lado como un girasol obstinado que insiste en florecer incluso en tierra árida, María Fernanda se encuentra frente a un espejo diferente. Ya no es la mujer que tiembla ante un corte de luz o que cuenta monedas para comprar leche. Es más fuerte, sí. Más sabia, también. Pero esa fortaleza trae consigo una armadura que no sabe cómo quitarse.

Y entonces aparece él. O tal vez ellos. Porque después de tanto tiempo sola, de tanto tiempo siendo la heroína de su propia historia, el universo decide recordarle que los seres humanos no fuimos diseñados para la soledad perpetua. Las miradas empiezan a detenerse un segundo más de lo necesario. Las conversaciones casuales se estiran hacia territorios peligrosos. El corazón —ese órgano traidor que creía tener bajo control— comienza a latir en códigos que había olvidado descifrar.

Pero María Fernanda tiene miedo.

Un miedo visceral, profundo, del tipo que te paraliza a las tres de la madrugada cuando todos duermen menos tú. Porque ella ya conoce el precio del amor equivocado. Ya vivió esa película donde confundió la intensidad con la pasión, la posesión con el cuidado, la dependencia con el compromiso. Y casi le cuesta todo.

¿Cómo distinguir esta vez? ¿Cómo saber si lo que siente es amor o simplemente el eco de una soledad que grita demasiado fuerte? ¿Cómo confiar de nuevo sin entregar las llaves del castillo que tanto sudor le costó reconstruir?

Porque aquí está el verdadero dilema: María Fernanda ya no es aquella mujer ingenua que creía que el amor lo cura todo. Ahora sabe que el amor, el equivocado, puede destruir todo. Ha visto a amigas brillantes volverse sombras de sí mismas por un hombre que prometía el cielo pero entregaba tormentas. Ha escuchado a Jimena preguntarle, con esos ojos que todo lo ven, si algún día ella también va a "necesitar" a alguien para ser feliz.

Y esa pregunta la parte por la mitad.

Porque María Fernanda no quiere enseñarle a su hija a necesitar. Quiere enseñarle a elegir. Hay una diferencia abismal entre ambas, aunque el mundo se empeñe en confundirlas. Quiere que Jimena entienda que el amor no es un salvavidas, sino un compañero de natación. Que las relaciones sanas no te completan porque nunca estuviste incompleta. Que un buen hombre no es quien te rescata, sino quien te acompaña mientras tú te rescatas a ti misma.

Pero, ¿cómo enseñar lo que apenas está aprendiendo?

Este libro —esta guía práctica que escribe ahora con manos menos temblorosas pero igual de honestas— no viene con respuestas fáciles. No hay fórmulas mágicas ni listas de verificación infalibles. Porque los seres humanos somos terriblemente complejos, y el amor, por más que lo romantizemos, es un campo minado donde incluso los más precavidos pueden perder un pie.

María Fernanda debe aprender a navegar las banderas rojas sin volverse paranoica. A abrirse sin desmoronarse. A amar sin perder su centro de gravedad. Debe aprender que la vulnerabilidad no es debilidad, pero que tampoco es obligación. Que está bien querer compañía sin necesitarla. Que puede desear sin depender. Que merece ser amada sin tener que cambiar, sin tener que encogerse, sin tener que pedir permiso para brillar.

Y más importante aún: debe aprender a soltar el miedo a equivocarse de nuevo. Porque el miedo, aunque se disfraza de protección, es la peor brújula. Te mantiene quieta cuando deberías moverte, te paraliza cuando deberías saltar, te hace construir muros tan altos que ni siquiera el amor verdadero puede escalarlos.

Así que aquí estamos. En el umbral de una nueva batalla.

Una donde el enemigo no es la cuenta bancaria ni el casero amenazante. El enemigo es mucho más sigiloso: son las propias cicatrices, las voces internas que susurran que no mereces algo bueno, la tentación de conformarse con migajas porque al menos son predecibles.

María Fernanda está a punto de descubrir que elegir bien a una pareja es un acto revolucionario de amor propio. Que decir "no" a lo mediocre es tan valiente como decir "sí" a lo extraordinario. Que el amor real, ese que construye en lugar de consumir, existe. Pero para encontrarlo, primero debe estar dispuesta a no encontrar nada. A estar completa incluso si nunca llega. A ser suficiente para sí misma, siempre.

Porque solo desde ahí, desde esa plenitud conquistada a punta de facturas pagadas y noches en vela y decisiones valientes, se puede elegir de verdad. No desde la desesperación, sino desde la libertad.

Y esa es la lección más difícil de todas.

Bienvenidos a la segunda parte de esta saga. Aquí el manual se transforma en guía práctica, porque ya no se trata solo de sobrevivir. Se trata de aprender a vivir plenamente, con el corazón abierto pero los ojos bien abiertos también. Se trata de enseñarle a Jimena —y a todas las que vienen detrás— que el amor no duele.

Que si duele, no es amor.

Y que María Fernanda, esa mujer que se levantó de sus cenizas una vez, está a punto de descubrir que levantarse emocionalmente es todavía más difícil. Y todavía más necesario.

Porque esta vez no se trata de dinero.

Se trata del corazón.

Y el corazón, querida lectora o lector, es lo único que realmente no podemos darnos el lujo de perder.




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