Gustavo: Música y silencio

Brígida entre versos y martirio

La fiesta había terminado, el reloj marcaba las tres de la tarde y poco a poco el salón se iba desocupando. Brígida y su madre esperaban al chofer designado durante su estadía en España para ser conducidas hasta la casa de la familia De Castilla. Ambas mujeres junto a un selecto grupo de personas habían sido invitadas a una cena, pero la sonrisa hipócrita, aparentadora e interesada de Anarda se esfumó de su rostro al darse cuenta de que Gustavo y su mayordomo también habían sido invitados. 

Anarda hacía lo imposible por mantener a Brígida alejada del músico, cosa que la poetisa no entendía, pues en el fondo ella no sentía nada por Gustavo. Sin embargo, para evitarse problemas a futuro, la joven se mantuvo cerca de su madre obedeciendo sus órdenes. A pesar de mantenerse a raya , Brígida Soarez de Souza tenía escrita o en otras palabras asegurada una reprimenda por algo que no era su culpa.

La hora de la cena se acercaba, los invitados se ubicaron en la enorme mesa de la sala principal. Para ese entonces el reloj marcaba las cinco y cuarenta y cinco de la tarde. Varios de los invitados no asistieron, así que Orlando dio la orden a los meseros de servir el banquete. De todos los platillos servidos, la sopa de cresson fue el más apetecido por los asistentes. 

Gustavo evitaba mirar a Brígida, intentó mantener la compostura y permaneció el resto de la velada en absoluto silencio. Habiendo terminado de cenar, el músico se retiró de la mesa, le dio un abrazo a Orlando de Castilla al tiempo que le agradecía por la invitación y acompañado de su mayordomo, regresó al hotel en donde esperó pacientemente el amanecer. En ese momento, Gustavo solo deseaba volver a casa y quedarse allí encerrado por varios días. 

Cristiano se percató de que las cosas no estaban bien, se acercó al músico e intentó animarlo, pero Gustavo estaba demasiado cabizbajo y se acostó a dormir desde muy temprano. 

Aquella misma noche, Brígida y su madre volvieron a la casa de huéspedes de la familia De Castilla, ubicada a pocas calles de la casa de los empresarios. La joven ignoraba el problema en el que estaba metida, y sin oportunidad de defenderse, recibió una fuerte bofetada por parte de su madre quien estaba al borde de la locura, cegada por la ira, pues según Anarda, su hija coqueteaba con Gustavo en la fiesta y más tarde volvió a hacerlo en la cena. 

Brígida permaneció inmóvil frente a su madre, temblaba sobremanera e intentaba comprender el motivo por el que Anarda la había golpeado esa noche. 

—¿Por qué lo hiciste? ¿Puedo saber la razón? —cuestionó Brígida sollozando.

A lo que Anarda respondió —Te vi coqueteando con ese músico de mala muerte. Sabes que no me gusta que él se acerque a ti. Te recuerdo que tú ya estás comprometida. ¿Acaso amas a Gustavo y no a Joao? 

—Madre, te juro que no coqueteaba con Gustavo, le resté importancia. 

—¡Cállate! —gritó Anarda interrumpiendo a su hija, propinándole otra fuerte bofetada —no tienes permitido hablar. En cuanto regresemos a Portugal Joao sabrá esto. El pobre no merece pasar por esta humillación. ¿Qué mal hice al educarte, Brígida? 

Anarda se marchó a su habitación dejando a su hija en la sala, llorando sin consuelo, confundida y con ganas de huir. La joven se puso de pie, secó sus lágrimas y caminó con prisa hacia su recámara, en donde se arrodilló a un costado de la cama, unió sus manos y con los ojos enrojecidos por el llanto, elevó la mirada y entre sollozos pronunció:

—Señor, ¿Qué hice mal? ¿Cuál fue mi error? Yo solo fui educada ante el saludo de Gustavo. ¿Acaso la cortesía es pecado? Si es así, te ruego que me perdones. Te pido, padre, misericordia. Apiádate de mi ser, porque sé que al volver a Portugal seré castigada por algo que creí normal. Suplico que me ilumines, dame la respuesta para yo poder enmendar mi error, te lo pido en nombre de Jesús. 

Brígida quebró en llanto por segunda vez. El solo hecho de recordar que su madre y su futuro esposo actuarían en su contra, causaba terror en ella. La pobre e infeliz poetisa ni siquiera sentía atracción por Gustavo, lo único que tenían en común era que sus padres fallecieron en aquel terrible accidente aéreo años atrás. 

Para tranquilizarse, Brígida tomó su bolso y sacó su libreta en donde escribía sus poemas. Entre versos y lágrimas la poetisa se desahogaba era el único método que tenía para soltar toda su tristeza, toda su frustración, aunque otras veces se acurrucaba en un rincón a llorar deseando saltar por la ventana y correr hacia su tan anhelada libertad. 

Para soltar su dolor, como si se dedicara el poema a sí misma,  la poetisa escribió:

“No dejes que la tristeza te atrape, ni te quite las ganas de vivir, tú tienes un alma que late y un espíritu que quiere salir. No dejes que la tristeza te domine, ni que te haga perder la fe, pronto habrá una voz que te acaricie y una libertad que te de”. 

La hoja en la que Brígida plasmaba sus sentimientos a través de la tinta, se vio empapada por algunas gotas de lágrimas. En ese instante la mujer, a pesar de sus versos de añoranza de libertad, anhelaba volver a su país y ser golpeada hasta recibir el amargo abrazo de la muerte. 

Luego de escribir aquellos versos, Brígida cerró la libreta y se acostó. Su rostro estaba desgastado por el llanto y un leve dolor de cabeza comenzó a manifestarse.

A la mañana siguiente, a eso de las ocho, la poetisa se levantó y con mucha rapidez se alistó para el viaje de regreso a Portugal. Durante el viaje, la joven solo pensaba en la reacción de Joao en cuanto su madre le dijera aquella mentira. Por momentos, Brígida sentía el deseo de decirle a su madre que no lo hiciera, pero si le suplicaba, de todos modos hubiera sido en vano. 




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