El reloj marcaba las nueve de la noche y dieciséis minutos, cuando Cristiano encaminaba sus pasos hacia la pequeña biblioteca del segundo piso en casa de los Do Nacimento. El mayordomo tocó la puerta y esperó con su tan característica paciencia a que el pianista abriera, pero en lugar de Gustavo, fue Brígida quien lo atendió.
—Lo siento, creí que el señor Gustavo estaba aquí —se disculpó el mayordomo.
—Si está, hablábamos sobre las obras de Julio Verne —comentó la poetisa mientras abría la puerta para cederle el paso a Cristiano.
El mayordomo dio cuatro pasos al frente, llevaba sus manos en su espalda mientras veía al músico sostener Veinte mil leguas de viaje submarino mientras se levantaba del sillón en donde su padre solía leer.
—Señor, había olvidado comentarle que hablé con mi hermano esta mañana y me dijo que nadie ocupará la cabaña de la familia durante los próximos meses. Tal vez la señorita Brígida desee partir mañana mismo a costa para mayor tranquilidad y seguridad.
—Aprecio mucho que nos ayudes, Cristiano. De verdad, muchas gracias —habló Gustavo —no sabemos si pueden llegar hasta aquí buscando a Brígida en cualquier momento.
—¿Creen que sea posible? —musitó la mujer.
Cristiano y Gustavo asintieron y dijeron al unísono —probablemente.
—Partiremos mañana,yo personalmente la llevaré —manifestó el mayordomo.
Dilma entró a la habitación en ese momento, sentía curiosamente por saber lo que estaba pasando así que con amabilidad pidió una explicación.
Gustavo le contó a su madre la conversación telefónica que tuvo con Renata. La mujer se preocupó, pues cualquier cosa podía pasar.
—Esto es terrible, me atrevo a decir que esta pobre niña corre peligro. No quiero alarmarte, pero si tienes la oportunidad de salir de Portugal, hazlo —comentó la mujer.
—Madre, ¿podemos hablar un momento? —demandó Gustavo invitando a Dilma a salir al pasillo.
Fuera de la biblioteca, el pianista cerró la puerta y suspiró. —¿Cómo que la oportunidad de salir de Portugal? ¿Qué fue eso?
—No seas egoista, piensa en su bienestar.
—Eso hago, pero tengo miedo de que se aleje. Por fin tengo la oportunidad de tenerla cerca, no le des esas ideas.
—Yo se que la amas en silencio, pero ¿Qué otra opción tiene Brígida para ser libre?
—Esa opción podría ser yo.
Dilma no dijo nada, no quería romper el corazón de su hijo a pesar de que el pianista sabía que aquella poetisa jamás iba a corresponderle. Pero, Gustavo no se iba a dar por vencido y sabiendo que estaría en la cabaña de la familia Menengel, podría visitarla con frecuencia y acercarse aún más a ella. Aunque, el músico ignoraba por completo algo que cambiaría sus planes de visitarla y es que, cuando entró a la habitación, Brígida le pidió algo que lo dejó estupefacto.
—Gustavo, creo que no debería hacer esta petición, pero solo confío en ti además de Renata y ella no podrá acceder a mi solicitud.
—Haré lo que sea que me pidas —manifestó el pianista —Dime, brígida, ¿Qué puedo hacer por ti?
Brígida respiró profundo y sintiendo un poco de vergüenza, musitó —te pido por favor que te quedes conmigo en la cabaña por lo menos la primera semana.
Gustavo sintió que su ritmo cardíaco se aceleró; sus manos sudaban y estaban heladas. El músico no sabía qué responder, su boca estaba paralizada.
—Hijo, deberías ir. Te conviene un poco el ambiente costero, Sal de Oporto un tiempo. —intervino Dilma —¿No lo crees así, Cristiano?
A lo que el mayordomo respondió con picardía siguiendo el juego de su patrona —concuerdo con usted, mi señora. Creo que el señor Gustavo necesita un poco de sol, lo veo muy pálido.
Gustavo no era un tonto, entendió lo que su madre y Cristiano intentaban decirle. Así que, miró a Brígida quien sonreía de tal modo como si quisiera convencerlo. Finalmente, aceptó.
—Está bien, acompañaré a la señorita por su petición. —luego se dirigió a la poetisa diciendo —me honras, Brígida, al depositar toda tu confianza en mí. No te defraudaré —sonrió.
Brígida estaba muy emocionada por la respuesta de Gustavo. A pesar de no estar enamorada de él, sentía la necesidad de estar a su lado. En realidad, el músico le transmitía una sensación de confianza y seguridad. Además, de que lo admiraba sobremanera por su talento en la música.
La poetisa agradeció en repetidas ocasiones a punto de llorar. Veía en los Do Nacimento una luz de esperanza y en Gustavo a un ángel guardián. El músico disimulaba su felicidad, no quería parecer tan obvio a pesar de que su madre y el mayordomo sabían que él estaba perdidamente enamorado de ella.
—Cristiano, ¿Me ayudas con las plantas, por favor? —dijo Dilma acompañando aquella pregunta con un guiño.
—Por su puesto —respondió el mayordomo y se dispuso a caminar detrás de su patrona.
Al bajar por las escaleras, Dilma le comentó a Cristiano que Gustavo debía aprovechar esa oportunidad para conquistar a la joven. Pero, a veces dudaba que su hijo fuera capaz de hacerlo debido a su timidez.