Al interior de la cabaña, Gustavo se encontraba sirviendo la cena. Para esa noche, el pianista preparó sopa verde, pues hacía frío en la playa. El primer plato fue el de Brígida quien se acomodó en la pequeña mesa de la cocina, mientras que Gustavo se quitaba el chaleco para ponerselo a la poetisa, que tiritaba de frío al tiempo que daba el primer bocado. Brígida saboreaba el caldo, había quedado encantada con la sazón de aquel platillo.
—Además de buen músico eres buen cocinero —pronunció la poetisa —mis felicitaciones.
Gustavo sonrió y le dio las gracias a Brígida, volvió a la cocina y se sirvió un poco de sopa. Luego, regresó a la mesa, sentándose frente a la joven. Ambos pasaron un rato agradable conversando sobre sus obras y las ideas que tenían. La poetisa se veía con un semblante diferente; el brillo de sus ojos había regresado después de tantos años, sonreía a menudo y su último poema hablaba sobre el amor y la libertad. De pronto, recordó la novela que escribía su amigo y le preguntó por el rumbo de la historia.
—Creo que después de todo, el protagonista tiene esperanzas —respondió Gustavo.
Brígida respiró profundo, bajó la mirada quedándose absorta viendo la sopa. La poetisa creyó entender lo que pasaba, era evidente que los protagonistas de aquel libro en realidad se trataba de ella y Gustavo. Así que, sin dudar le preguntó al músico para ver si su reacción confirmaba sus sospecha, a pesar de que ha se había declarado antes.
—¿Acaso está inspirada en hechos reales? ¿Se trata de nosotros?
Gustavo por poco escupe la sopa, sorprendido, miró Brígida un tanto nervioso y la mano con la que sostenía la cuchara temblaba. El pianista sentía miedo ante la mirada penetrante de la poetisa.
—¿Gustavo? —habló Brígida.
A lo que el pianista reaccionó diciendo —Sí, me inspiré solo en algunas cosas.
—Está bien —musitó la joven sonriendo, pues no le molestaba —me alegra saber que soy la musa de inspiración de alguien.
—Creí que te sentirás incómoda —dijo Gustavo sintiendo alivio ante las palabras de Brígida.
—En lo absoluto —manifestó la poetisa probando otro bocado —es muy tierno de tu parte, la verdad no tenía idea, aunque tengo que ser honesta, pero prométeme que no te ofenderás con lo que voy a decirte.
A lo que Gustavo contestó levantando la mano derecha —te doy mi palabra.
Brígida respiró profundo y con una leve sonrisa habló —nunca antes había sentido interés por ti pensando que te rodeabas de mujeres despampanantes, pero veo que no son de tu tipo.
Gustavo no pudo contener la risa, aunque no lo hacía de forma burlesca. Luego de calmarse, besó la frente de Brígida y dijo —pensaste mal, bella dama.
El músico se levantó, recogió los platos y se acercó al fregadero. Brígida le dijo que ella se encargaba, pues él había preparado la cena.
—No hace falta, yo lo haré.
A lo que Brigida respondió —insisto.
Gustavo dejó que la poetisa se encargara de limpiar la cocina. De todos modos, era una forma de agradecerle por tan deliciosa comida. Una vez terminado el oficio, Brígida caminó hasta la pequeña sala de estar en donde Gustavo se encontraba revisando su última composición musical la cual ya estaba terminada.
—Iré a dormir, buenas noches —comentó la poetisa y caminó hasta su cuarto.
—Buenas noches, Brígida —respondió Gustavo con la mirada puesta en ella.
Cuando la joven cerró la puerta, el pianista dejó escapar un suave suspiro. Guardó las hojas con sus partituras y miró por la ventana. Allí se quedó por casi una hora hasta que la somnolencia le ganó la batalla. Fue entonces que se puso de pie, bostezó y con los párpados a medio cerrarse, caminó a paso lento hasta su cuarto.
Al día siguiente, el músico se levantó temprano, limpió la cabaña y preparó el desayuno. Para Brígida preparó una mezcla de yogurt con granolas y frutos deshidratados, mientras que para él, preparó panquecas y chocolate.
Minutos más tarde, Brígida salió del cuarto y al ver a Gustavo ocupado en la cocina, ayudó arreglando la mesa. En ese momento, unos suaves golpes indicaban que alguien llamaba a la puerta. La poetisa sabía que Cristiano llegaría a esa hora, sin embargo, miró por un costado de la ventana y confirmó que, en definitiva, se trataba del mayordomo.
Brígida abrió la puerta y le dio la bienvenida a Cristiano. A lo que el caballero respondió diciendo:
—Luce muy radiante esta mañana, señorita. En definitiva no fue una mala idea ofrecer esta cabaña.
—Me he sentido bastante tranquila y muy bien atendida por Gustavo —miró hacia la cocina —que a pesar de haberse acostado muy tarde se ve muy lleno de energía.
—Suele desvelarse cuando está felíz por algo —comentó el mayordomo mientras acomodaba las bolsas de mercado sobre la mesa —son casi las nueve, creo que es tiempo de darle el recado del señor De Castilla.
Gustavo terminaba de preparar el desayuno cuando Cristiano entró a la cocina. Con mucho entusiasmo, el músico saludó al mayordomo y sin vacilar se acercó a Brígida para darle un beso en la frente. Luego salió a la sala de estar en donde estaba Romeo y le dio de comer al gato.