Habiendo finalizado el concierto, Gustavo y su madre se encontraron en la entrada del teatro. Dilma abrazó con fuerza a su hijo y le dijo cuán orgullosa estaba de él y que el show con los niños estuvo fenomenal.
Algunos periodistas se acercaron, le hicieron un par de preguntas sobre futuros proyectos. El músico respondió algunas preguntas y con mucha educación se despidió y abordó el auto partiendo de regreso a la casa de huéspedes de la familia De Castilla.
—¿Crees que lo hayan visto en Portugal? —cuestionó Gustavo mientras bajaba del auto junto a su madre.
—Creo que sí, es muy probable —respondió Dilma.
Ambos guardaron silencio en cuanto vieron a Anarda acercarse acompañada de aquel energúmeno sujeto. En la entrada de la casa, el pianista y Joao se vieron frente a frente.
Joao no pudo disimular su odio hacia el músico, pero este le restó importancia y decidió ignorarlo. El pianista tenía la certeza de que todo estaba bajo control y que él no le había hecho nada al arquitecto. Sin embargo, se sentía un poco incómodo, pues no entendía por qué ambos lo detestaban.
Gustavo y su madre entraron a su habitación. Dilma hablaba entre susurros con su hijo sobre la mirada cortante de Joao.
—¿Lo notaste? Parecía querer matarte. ¿Será que sospechan algo?
A lo que Gustavo respondió —Lo dudo, ese sujeto siempre me ha mirado de ese modo. No sé cual sea su problema.
Gustavo se sentó a un costado de la cama al tiempo que Dilma se acercaba a él para decirle que el problema tenía nombre y apellido. El pianista sonrió al ver la complicidad de su madre.
—Tú y yo no sabemos nada —susurró la mujer —¡Hora de descansar!
Ambos se alistaron para dormir luego de una rica merienda de galletas de avena y leche tibia. Gustavo durmió como un bebé, soñando con Brígida a bordo de un avión con rumbo desconocido.
A eso de las dos de la madrugada, el músico despertó. Un extraño ruido proveniente de la habitación de al lado le causó curiosidad. El largo pasillo estaba en absoluto silencio y total oscuridad, lo cual no representaba ningún problema para Gustavo quien por su buen sentido del oído, se orientó a la puerta de la habitación de donde provenía el ruido y lentamente pegó su cabeza para escuchar.
—¡Por todos los cielos! —susurró muy consternado.
Sus oídos no lo engañaban, así que regresó a su habitación y volvió a su cama con cuidado para no interrumpir el sueño de su madre.
—No puedo creer lo que escuché.
EL pianista no pudo conciliar el sueño en lo que restaba de la noche, y fue esa misma somnolencia la que causó su irritante actitud al día siguiente.
—Buenos días al mejor músico del mundo —habló Dilma despertando a su hijo —¿Preparado para la segunda función esta noche?
Gustavo estaba absorto mirando un punto fijo hacia el piso de madera. Al ver que no reaccionaba, Dilma repitió exactamente las mismas palabras el pianista actuó como si recobrara la conciencia y respondió con su madre. Luego le comentó lo que había escuchado durante la madrugada.
Dilma, estupefacta, no tenía palabras ni siquiera para expresar al menos una exclamación. La mujer dejó el cereal de su hijo sobre la mesita que estaba junto a la ventana, tomó asiento en el piecero de la cama, cubrió su rostro y cuando finalmente pudo hablar, su respuesta fue:
—Me ha costado mucho creer el aberrante suceso que me acabas de contar. Esto es inaceptable, es asqueroso.
A lo que su hijo comentó con rabia —Haremos que no sabemos nada, quizá malinterpretó y ahora necesito saber lo que ocurrió, porque si esto es real, si esto es verdad, adivina quién sentirá asco y tristeza.
Gustavo guardó silencio abruptamente cuando el mayordomo de la familia De Castilla llamó a la puerta. Dilma atendió al caballero y recibió el mensaje para su hijo. Habiendo cerrado la puerta después de agradecerle al mayordomo, volteó y le dió el recado al músico.
Gustavo frunció el ceño al escuchar el mensaje y muy irritante dijo a modo de ironía, pues él dominaba el español:
—No entiendo el extraño idioma que aquí se habla.
Dilma no mostró ninguna reacción ante el comentario, le fue indiferente. Después de un breve silencio, cuestionó— ¿Qué piensas hacer?
—Lo que un hombre honorable haría, dar la cara.
Gustavo entró al baño y más tarde salió. Con su típico estilo clásico, el pianista lucía una camisa beige y un pantalón negro. Peinó su abundante cabello y antes de abandonar la habitación, le dio un beso a su madre en la frente haciéndole entender que todo iba a estar bien. Dilma estaba sorprendida, su hijo se mostraba con mucha determinación.
Al salir, el músico, se dirigió hacia el jardín trasero de la casa, en donde Joao esperaba por él.
—Señor Oliveira —pronunció Gustavo —me dijeron que quería hablar conmigo. Me causa curiosidad, ya que usted y yo nunca hemos interactuado.
A lo que Joao contestó: —Puede ser esta la primera vez. Lo felicito por la función de anoche, no cabe duda de que el público quedó muy encantado —sonrió con malicia —era de esperarse que un músico de su talla sea un imán para las mujeres,incluyendo las ajenas, ¿ no es así?