Gustavo: Música y silencio

Oleaje y tormenta

De vuelta a Portugal, Gustavo y Dilma llegaron a un pequeño taller de manualidades. El pianista quería tener un detalle para Brígida, pues se acercaba el veinticuatro de mayo, día del cumpleaños de la poetisa. 

Gustavo tenía el rostro cubierto por un mechón de su abundante cabello, usaba una bufanda alta la cual hacía juego con un elegante sombrero fedora de color negro. El pianista le pidió al artesano crear un detalle único, le dio una hoja con las descripciones y partió del lugar luego de pagar por adelantado la mitad del valor que costaba el trabajo. 

Media hora más tarde, regresaron a casa. Gustavo empacó algunas cosas y salió al jardín a cortar algunas rosas para Brígida. A eso de las doce partió a la cabaña. 

Ese día, Brígida limpiaba la cocina y al terminar le dio de comer al gato. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, el gato recién bañado, una pequeña vela aromática en la mesa de la sala emanaba un rico olor a canela, causando una sensación de relajación al interior del lugar. Cuando el reloj marcaba las doce y cincuenta, Gustavo tocó la puerta. Brígida se asomó por la ventana y se emocionó al verlo de vuelta. 

—¡Bienvenido! — Exclamó la poetisa al abrir la puerta. 

Gustavo seguía con el rostro cubierto, en una sostenía la maleta y con la otra sostenía la rosa. 

—¡Gracias, Brígida! — dijo y procedió a entrar. 

—¿Estás bien? — cuestionó la poetisa al notar a Gustavo un poco extraño.

Después de un incómodo silencio, el músico respondió —sí, supongo. 

—Es que te  noto diferente. ¿Pasó algo en el viaje? ¿Mi madre te dijo algo? 

Gustavo se quitó el sombrero y la bufanda, dejando su rostro marcado y medio hinchado al descubierto. 

—¡Dios mío! —exclamó Brígida acercándose al músico —¿qué te pasó? 

Gustavo no vaciló en responder, quiso dejar en evidencia a Joao por sus actos. Brígida se enojó sobremanera al enterarse de aquello. 

—¿Por qué lo hizo? ¿acaso se siente frustrado al no tenerme como su saco de boxeo? 

La poetisa llevó con suavidad sus manos al rostro del pianista, como si revisara los moretones, los tocaba con su típica y característica delicadeza.  

—Esto es inaceptable —pronunció —¿cómo y cuándo pasó?   

—Después de la segunda presentación. Joao me atacó por la espalda. El muy cobarde está asustado, se siente acorralado y la verdad es que descubrí algo verdaderamente perverso —suspiró —no quisiera contarte, pero… 

—Gustavo —interrumpió —no me importa qué tan malo sea, somos amigos y por lo tanto no debemos ocultarnos nada.

—De acuerdo, pero antes, prepárate para el golpe porque te va a dar muy duro la cruda verdad que estoy por revelarte. 

—Solo dilo, por favor — musitó la mujer. 

Gustavo respiró profundo, miró hacia el techo y con mucha pena le dijo a Brígida que su madre y Joao sostenían una relación amorosa, y que escuchó lo que hacían en la casa de huéspedes de la familia De Castilla. 

Los ojos de Brígida expresaron tristeza; poco a poco quedaron inundados de lágrimas y una sensación de hastío se manifestó por todo su ser. 

—Gracias, Gustavo —dijo sollozando —me has aliviado con esto. 

Brígida tomó asiento y respiró profundo, por otro lado, Gustavo no entendía por qué la poetisa decía eso. Luego, comprendió a qué se refería. 

—Ya no tienen excusa para obligarte a volver, así que siéntete libre —habló el músico. 

 —Soy enteramente libre y todo gracias a Renata —suspiró y luego añadió —y he vuelto a sonreír gracias a tí, Gustavo. 

El pianista se sentó junto a ella y le dio un fuerte abrazo.  Las palabras de  la joven le causaron una sensación de felicidad y tranquilidad. Brígida notó aquella sutil reacción, sin embargo, fingió no darse cuenta y mantuvo una actitud pacífica todo el tiempo. Luego de un breve silencio, la poetisa le propuso a Gustavo salir a dar un paseo por la playa. El pianista aceptó sin pensar pese a su cansancio por el viaje. 

El viento, los rayos del sol, el sonido del mar, aquel oleaje, la fresca temperatura del agua tocando los pies de Brígida y Gustavo, hacían del momento algo bastante tranquilos. 

—Nada mejor que esto para olvidar tus males, ¿no? —habló el músico. 

Bígida asintió con una tierna sonrisa, suspiró y miró al horizonte diciendo —¿Cómo supiste lo de mi madre y Joao? 

—Los escuché una noche en la casa de los De Castilla. Sentí asco y mucho coraje al descubrir lo que hacían. —respondió Gustavo —Y para ser franco, no quiero tocar más el tema. Si es incómodo para mí, no quiero imaginar como te debes sentir tú. Mejor cuéntame cómo te has sentido en la cabaña. 

A lo que Brígida contestó —Ha sido como un sueño. 

Ambos sonrieron y siguieron caminando por la playa alrededor de treinta minutos más. De pronto, el cielo se tornaba gris, lo que indicaba que una tormenta se aproximaba. Gustavo alertó a Brígida y con presteza regresaron a la cabaña. El viento pasó de ser fresco a frío, la poetisa se alejó de la ventana ya que le tenía miedo a las tormentas, en especial a las tormentas eléctricas. 



#10652 en Novela romántica
#1600 en Novela contemporánea

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 10.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.