Al caer la noche, Gustavo y Brígida se preparaban para cenar. Un delicioso sándwich de atún acompañado de jugo de naranja era para ellos más que suficiente.
—Gustavo, ¿Te puedo preguntar algo? —cuestionó la poetisa.
El pianista asintió y mostró disposición a escucharla, fue entonces cuando Brígida preguntó:
—¿Es menester regresar a la ciudad temprano en la mañana? Digo, Renata dejó claro que llegará a la cabaña.
A lo que Gustavo respondió con otro interrogante —¿Quieres salir del país un tiempo, no es así?
—Lo he pensado y creo que un par de meses serán suficientes para mí.
—En ese caso —dijo el músico y suspiró —vete si es eso lo que deseas, sabes que quiero lo mejor para tí, que estés bien y estés a salvo.
—¿Qué pasará contigo? ¿Y si vienes conmigo?
—No, eso empeoraría las cosas. Además, no hay pruebas de que yo te tenga secuestrada. No te preocupes por mí, podré librarme de esto y será muy fácil.
Habiendo terminado de comer el sandwich, Brígida tomó asiento al lado izquierdo de Gustavo y apoyó su cabeza sobre el hombro del muchacho. Con ese gesto, ella le demostró que tenía mucha confianza en él y eso era algo que a Gustavo le gustaba sobremanera.
—Hay algo que quiero hacer antes de que te vayas, no tomará mucho tiempo. —manifestó el músico —de hecho, no me tomará más de medio día. Quiero que me acompañes mañana al taller de artesanías que está en la plaza principal, se que te gustará.
Brígida sonrió y le dio un cálido y tierno beso en la mejilla. En ese instante, Gustavo se sonrojó y una sonrisa delataba cuánto disfrutaba ese momento junto a la mujer que tanto amaba y respetaba. Quería tenerla para siempre, pero aquella noche, el pianista sentía un deseo profundo de hacerla suya.
Dejándose llevar por sus emociones, el músico no lo pensó dos veces y besó a Brígida en los labios. La poetisa no se resistió, pues había quedado encantada con el beso de aquella noche tiempo atrás. En el fondo, ella no quería partir. Pero aquel viaje era necesario ya que era la clave para el antes y después en la vida de estos dos artistas.
Aquella noche silenciosa y fría, Gustavo se levantó del sillón, encendió la chimenea y respiró profundo pensando hacer algo que desde hace mucho quería, pero por obvias razones tenía prohibido siquiera imaginarlo.
La cabaña junto al mar estaba iluminada solo por la suave luz de la luna, que se colaba a través de las ventanas y reflejaba en las olas que rompían suavemente contra la orilla. El sonido del mar y la brisa salada creaban un ambiente íntimo y relajante. Brígida y Gustavo seguían en la sala principal, esta vez, ambos cerca de la chimenea que emitía un cálido resplandor.
Gustavo se acercó a Brígida, sus ojos reflejaban el deseo y la ternura que sentía por ella. La tomó de la mano y la condujo hacia una gran alfombra frente a la chimenea. Se sentaron juntos, y Gustavo acarició suavemente el rostro de Brígida, sus dedos deslizando por su piel con una delicadeza infinita.
—Brígida, esta noche quiero mostrarte cuánto te amo —susurró Gustavo, su voz era apenas un murmullo entre las olas y el crepitar del fuego.
Brígida lo miró a los ojos, sus propios deseos reflejándose en los suyos. Se inclinó hacia él y sus labios se encontraron en un beso lento y profundo, cargado de pasión y amor. Gustavo envolvió a Brígida en sus brazos, acercándola más a él mientras el beso se volvía más intenso.
Las manos de Gustavo comenzaron a explorar el cuerpo de Brígida, deslizándose por su espalda y luego hacia su cintura. Con movimientos delicados, comenzó a desabotonar la blusa de la joven, revelando su piel suave y cálida. Brígida respondió desabrochando la camisa de Gustavo, sus dedos temblaban ligeramente por la anticipación y el deseo.
La ropa fue cayendo al suelo, pieza por pieza, hasta que ambos estuvieron desnudos frente a la chimenea. Gustavo miró a Brígida con admiración y deseo, su respiración se aceleraba al igual que la de ella. La tomó en sus brazos y la recostó sobre la alfombra, besando cada centímetro de su piel mientras sus manos exploraban su cuerpo con ternura y pasión.
Brígida dejó escapar un suave gemido mientras las manos de Gustavo recorrían sus curvas, despertando sensaciones que nunca antes había experimentado. Se dejó llevar por el momento, entregándose completamente a él. Gustavo, con una mezcla de delicadeza y firmeza, comenzó a hacer el amor con Brígida, sus cuerpos se movían al unísono, sincronizados por la pasión y el deseo.
El fuego de la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes de la cabaña, mientras sus cuerpos se movían juntos en una danza íntima y apasionada. Los gemidos de Brígida se mezclaban con el sonido del mar, creando una sinfonía de placer y amor.
Finalmente, ambos alcanzaron el clímax, sus cuerpos se tensaron y luego se relajaron en una ola de éxtasis compartido. Gustavo se dejó caer junto a Brígida, sus brazos aún seguían alrededor de ella, y ambos permanecieron allí, respirando pesadamente, pero con una sensación de paz y satisfacción.
—Te amo, Brígida —susurró Gustavo, besando suavemente su frente.
Brígida, acurrucándose contra él, sonreía. Estaba nerviosa, pero al mismo tiempo se sentía llena de vida. Su deseo de hacer el amor por primera vez con un buen hombre se había cumplido y no podía estar más feliz de que ese hombre fuera Gustavo.