Gustavo: Música y silencio

El infierno de Gustavo

Gustavo estaba sentado en su escritorio de madera oscura, el cual ocupaba un rincón luminoso de su habitación. La luz del sol de la mañana entraba a raudales por la ventana abierta, creando un juego de sombras y resplandores en las paredes decoradas con partituras y fotografías de compositores clásicos. El aroma a papel y tinta llenaba el aire, mezclado con el fresco perfume de las flores del jardín cercano.

Sobre el escritorio, había una lámpara antigua de bronce, un tintero y una pluma estilográfica. El manuscrito de su libro, cuidadosamente ordenado en una pila de páginas, estaba casi completo. Gustavo sostenía la pluma con delicadeza, su mano se movía con precisión mientras escribía las últimas palabras de la historia que había estado trabajando durante meses.

A medida que avanzaba, su mente vagaba inevitablemente hacia Brígida. Cada palabra escrita parecía resonar con sus recuerdos de ella: sus conversaciones, sus sonrisas, y la ternura de aquel encuentro. Gustavo se detuvo un momento, levantando la vista de la página para mirar por la ventana. El cielo estaba repleto de hermosas nubes blancas, una mañana perfecta que le recordaba los momentos compartidos con Brígida bajo cielos similares en la playa.

En su mente, Gustavo revivía aquella noche apasionada con la poetisa. Su corazón se llenaba de calidez y nostalgia. A pesar de las dificultades y la distancia, sabía que sus corazones estaban conectados de una manera profunda y especial. Este pensamiento le daba fuerzas y lo impulsaba a continuar.

Con un suspiro, volvió su atención al manuscrito. Quería que su libro no solo fuera una obra de arte literaria, sino también un reflejo de su amor por Brígida, una manifestación de sus sentimientos más profundos. Cada frase estaba impregnada de esa pasión y dedicación. Finalmente, escribió las últimas palabras, poniendo el punto final con un toque firme y decidido.

Gustavo dejó la pluma a un lado y se reclinó en su silla, contemplando el manuscrito terminado. Un sentimiento de logro lo invadió, pero también una cierta tristeza al pensar en Brígida y en lo mucho que deseaba estar con ella en ese momento. Cerró los ojos por un instante, imaginando su rostro y el sonido de su risa. Sabía que, aunque no estuvieran juntos físicamente, sus corazones estaban siempre entrelazados.

Con una sonrisa, Gustavo se levantó y caminó hacia la ventana, mirando el hermoso día. Se prometió que encontraría la manera de estar con Brígida, de compartir con ella no solo sus sueños, sino también su realidad. Por ahora, su libro estaba completo, pero su historia con Brígida aún tenía muchas páginas por escribir.

Gustavo seguía de pie frente a la ventana de su habitación, mirando el horizonte con una mezcla de determinación y anhelo. La idea de viajar a Alemania para ver a Brígida había estado rondando su mente durante días, y finalmente, había decidido que no podía esperar más.

De pronto, cristiano llamó a la puerta para darle aviso que había visitas. Con el ceño fruncido, se dirigió a la puerta, y justo cuando la abrió, se encontró cara a cara con Anarda y Joao, quienes habían irrumpido en la casa.

—¡¿Qué hacen aquí?! —exclamó Gustavo, su voz llena de sorpresa y enojo.

—Hemos venido a ajustar cuentas, Gustavo —dijo Joao, con una sonrisa maliciosa—. No puedes pensar que puedes quitarnos a Brígida tan fácilmente.

Anarda, con una expresión de desdén, agregó—. No permitiremos que te acerques a ella.

Gustavo sintió que una ola de furia y determinación se apoderaba de él. No permitiría que estos dos arruinaran sus planes de estar con Brígida.

—Ustedes no tienen derecho a controlar la vida de Brígida —respondió Gustavo con firmeza.

Joao avanzó un paso, su cara roja de ira—. No entiendes, Gustavo. Brígida es mía.

En ese momento, Dilma, apareció en la entrada de la habitación. Su presencia imponente detuvo a Joao y Anarda en seco.

—¡Salgan de mi casa ahora mismo! —dijo Dilma con voz autoritaria—. No permitiré que vengan aquí a intimidar a mi hijo.

Anarda intentó replicar, pero Dilma no le dio oportunidad—. Las autoridades ya están al tanto de sus acciones. He presentado denuncias por los daños que causaron y por la agresión a nuestro mayordomo. Ustedes están en serios problemas, y no tienen derecho a estar aquí.

Joao, furioso, intentó empujar a Gustavo, pero Dilma lo detuvo con una mirada fulminante—. No se atrevan a tocar a mi hijo. Salgan ahora antes de que llame a la policía.

Anarda y Joao, viendo que no tenían más opción, retrocedieron. Joao lanzó una última mirada de odio a Gustavo antes de salir por la puerta principal.

—Esto no ha terminado, Gustavo —dijo Joao antes de desaparecer.

Cuando finalmente se fueron, Gustavo suspiró aliviado, pero también más decidido que nunca. Dilma se acercó a su hijo y le puso una mano en el hombro. Fue allí que el pianista le dijo a su madre:

—Madre, necesito ir a Alemania. Necesito ver a Brígida y hablar con ella en persona. No puedo seguir así, viviendo en la incertidumbre —dijo Gustavo, su voz firme y decidida.

Dilma lo miró con ternura y preocupación, pero también con comprensión.

—Lo entiendo, hijo. Sabes que siempre te apoyaré en todo lo que decidas. Solo te pido que tengas cuidado y que sigas tu corazón.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 10.11.2024

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