Gustavo: Música y silencio

En el que Dilma no se rinde

La puerta de aquella habitación recóndita, con muros rajados y húmedos, se abrió lentamente, emitiendo un rechinido que resonó en el silencio. Un tenue rayo de luz se coló por la abertura, molestando a Dilma, cuya vista estaba adaptada a la oscuridad después de tantas horas de encierro en el sótano.

—¿Qué quieren de mí? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó, llena de confusión y desesperación, ante la incertidumbre de su destino en manos de sus raptores.

Anarda y Joao mantenían sus rostros cubiertos para evitar ser identificados por la madre del pianista.

Dilma miraba con miedo y desesperación a las figuras enmascaradas frente a ella. Sabía que, en aquel sótano oscuro, cualquier esperanza de rescate parecía desvanecerse con cada minuto que pasaba. Su mente estaba llena de preguntas y pensamientos caóticos mientras trataba de encontrar alguna lógica en su situación.

—Por favor, díganme qué quieren de mí —suplicó Dilma una vez más con su voz temblorosa y entrecortada—. No les he hecho nada, y mi hijo... mi hijo no merece esto.

Joao, oculto detrás de una máscara rudimentaria, miró a Anarda, quien también portaba una máscara similar. El hombre la veía en silencio, buscando orientación. Aunque habían planeado cada detalle de este momento, no habían considerado las consecuencias emocionales de enfrentar a una mujer inocente.

—Esto no es personal, Dilma —dijo Anarda, intentando mantener su voz firme y fría—. Es solo que tenemos... asuntos que resolver con Gustavo.

—Asuntos que resolver —repitió Dilma con incredulidad—. ¿Qué podría ser tan grave para hacerles hacer esto?

Anarda se acercó un paso más mientras su sombra se proyectaba ominosamente en la pared del sótano. —Tu hijo ha estado interfiriendo en nuestros planes. Queremos asegurarnos de que entienda las consecuencias de meterse con nosotros.

Joao, sintiéndose incómodo con la tensión del momento, intervino. —Solo coopera, Dilma. Nadie tiene que salir herido si todos juegan bien sus cartas.

Dilma sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que su situación era más peligrosa de lo que había pensado. Sin embargo, una chispa de determinación surgió en su interior. Sabía que debía mantenerse fuerte por Gustavo y por su propia supervivencia.

—Mi hijo no se dejará intimidar tan fácilmente —dijo Dilma con más firmeza de la que sentía—. Él hará todo lo posible por encontrarme y detenerlos.

Anarda dejó escapar una risa amarga. —Eso esperamos, Dilma. Eso esperamos. Pero hasta entonces, deberías preocuparte más por tu propia seguridad.

Con esas palabras, Anarda y Joao se retiraron, dejando a Dilma nuevamente en la penumbra y el silencio del sótano. Mientras la puerta se cerraba con un fuerte chasquido, Dilma se sentó en el frío suelo, tratando de reunir todas sus fuerzas para lo que vendría después. Sabía que debía encontrar una manera de salir de allí y regresar con su hijo.

Dilma rompió en llanto al quedar sola en aquella habitación de mal aspecto. Pero, de pronto, secó sus lágrimas cuando se dio cuenta de que aquella voz le sonaba bastante familiar.

—Esa voz me resulta conocida, estoy segura de haberla escuchado antes —susurró la mujer entre sollozos —¿Pero en dónde?

La mente de Dilma comenzó a vagar hacia el pasado, hacia reuniones o eventos sociales en los que había estado presente. Había algo en el tono y el timbre de la voz de esa mujer que le resultaba vagamente conocido.

—Es imposible olvidar una voz así —se dijo a sí misma, cerrando los ojos mientras trataba de concentrarse—. He escuchado a esa mujer antes. —De pronto un recuerdo llegó de golpe —Eso fue en la casa de los De Castilla—recordó Dilma, abriendo los ojos —. Es Anarda.

Dilma, armada con esta nueva comprensión, sabía que debía mantenerse fuerte. Ahora que había identificado a uno de sus captores, sabía que tenía una ventaja, aunque mínima. Comprendía que necesitaba planificar su próximo movimiento cuidadosamente.

—Debo encontrar la forma de salir de aquí —pensó Dilma—. Gustavo necesita saber quién está detrás de todo esto.

Pese a su determinación, Dilma sabía que salir de aquella habitación requería de un plan bien pensado. Así que, entre las viejas cosas que había en el lugar, buscó algo que pudiera servirle como herramienta de defensa.

—Tiene que haber algo, un barrote de metal por lo menos. —susurró mientras removía las cosas con delicadeza para evitar ser escuchada por sus captores.

Mientras tanto, Gustavo caminaba sin rumbo por toda la casa pensando en qué condiciones tenían a su madre y si en algún momento le enviarían pruebas de vida. Brígida le hacía compañía, pero no se atrevía a hablarle al no saber qué decir. A pesar de que ha pasado varios meses con Gustavo, también sentía miedo de su reacción al hablarle, ignorando que el pianista tan solo deseaba que le diera un abrazo.

—Brígida, ven aquí por favor —ordenó el músico con un tono de voz dulce.

La poetisa se acercó a Gustavo a paso lento sintiendo un poco de miedo. De pronto, Gustavo la tomó entre sus brazos y la estrechó entre estos haciéndola quedar pegada a él. Brígida cerró sus ojos, no hizo nada más que actuar de forma sumisa, pues, no sabía qué hacer. Mientras tanto, Gustavo sentía algo de alivio al tenerla junto a él.



#10600 en Novela romántica
#1584 en Novela contemporánea

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 10.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.