Gustavo: Música y silencio

La evidencia

Después de salir de la iglesia, Brígida y Gustavo decidieron que era el momento de enfrentar a Anarda. Sabían que debían hablar con ella y contarle la verdad sobre su relación, con la esperanza de que al menos una parte del conflicto pudiera resolverse.

—Creo que es hora de que le digamos a mi madre lo que realmente está pasando entre nosotros —dijo Brígida mientras caminaban hacia el coche—. No podemos seguir escondiéndonos, Gustavo. Quizás si ella entiende que te quiero, deje de apoyar a Joao.

Gustavo asintió, consciente de que era un paso necesario, aunque cargado de incertidumbre.

—Estoy de acuerdo. Es hora de que sepa la verdad. Incluso, tal vez pueda ayudarnos con el rescate de mi madre.

Ambos abordaron el coche y más que decididos, emprendieron su viaje rumbo a casa de Anarda.

El trayecto fue silencioso, cada uno estaba sumido en sus pensamientos. Brígida recordaba su infancia y cómo había cambiado la relación con su madre en los últimos años, especialmente después de la muerte de su padre. Gustavo, por su parte, intentaba prepararse mentalmente para cualquier reacción que Anarda pudiera tener.

Al llegar a la casa, notaron que la puerta estaba cerrada y las luces apagadas. Algo no parecía estar bien. Brígida sintió una punzada de inquietud en su interior.

—¿No es extraño que la casa esté tan silenciosa? —preguntó Gustavo, observando los alrededores con cautela—. Pensé que estaría aquí a esta hora.

—Sí, es raro —respondió Brígida, mirando hacia las ventanas oscuras—. Normalmente estaría en casa a esta hora. Vamos a ver.

Brígida sacó la llave de su bolso y abrió la puerta. Entraron al vestíbulo, sus pasos resonando en el silencio de la casa vacía. La ausencia de su madre era palpable, y una sensación de desasosiego comenzó a invadir a Brígida.

—Mamá, ¿estás aquí? —llamó, su voz resonando sin respuesta.

Gustavo se movió a su lado, y juntos comenzaron a recorrer las habitaciones, una por una, pero la casa estaba completamente desierta. Brígida notó que algunas cosas estaban fuera de lugar, como si alguien hubiera salido de prisa.

—Esto no es normal —dijo Brígida, su voz temblando ligeramente—. Algo está mal. Mamá nunca dejaría la casa de esta manera.

—¿Crees que esto podría estar relacionado con todo lo que está pasando? —preguntó Gustavo, intentando mantener la calma—. Tal vez Joao la convenció de irse con él.

—No lo sé, pero tengo un mal presentimiento. Necesitamos encontrarla y averiguar qué está ocurriendo.

Brígida siguió caminando hasta entrar al estudio de su madre y comenzó a revisar gabinetes en busca de alguna pista sobre su madre. Por un momento, la poetisa pensó que también había sido secuestrada y que estaba con Dilma, pero algo al interior de aquella habitación estaba por revelar la verdad.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Brígida mientras sostenía un cuaderno —Gustavo, ven a ver esto.

Gustavo se acercó rápidamente, estudiando la página con atención. Las notas estaban llenas de abreviaturas y símbolos, pero lo que más llamó su atención fue una dirección cercana a Oporto, un lugar que no había visitado en años.

Mientras revisaban el cuaderno, Brígida encontró otra pista: un recibo de un almacén con fecha reciente. El recibo estaba firmado por alguien llamado “J.O.” y enumeraba artículos como cuerda, cinta adhesiva y otros suministros sospechosos.

—Esto no puede ser una coincidencia —murmuró Brígida—. Estos artículos podrían estar relacionados con el secuestro. ¿Quién es J.O.? ¿Podría ser Joao?

Gustavo asintió, y con expresión grave, dijo:

—Es muy probable. Y si es así, Anarda podría estar involucrada más profundamente de lo que pensábamos. Debemos llevar esta información a las autoridades de inmediato.

Decididos a actuar, Brígida y Gustavo recogieron las pruebas que habían encontrado y se dirigieron a la comisaría local. Mientras conducían, ambos sabían que estaban un paso más cerca de descubrir la verdad, aunque esa verdad pudiera ser más dolorosa de lo que imaginaban.

—No puedo creer que mi madre esté involucrada en algo tan horrible —dijo Brígida, luchando por contener sus emociones—. Siempre he sabido que era capaz de muchas cosas, pero esto… esto es inimaginable.

Gustavo permaneció en silencio, veía la carretera y las señales de tránsito con cuidado. Quería evitar un accidente pues conducía sintiendo una mezcla de ira y temor por lo que habían descubierto en casa de Anarda.

—Llévame a la comisaría, por favor —suplicó Brígida.

Gustavo sentía una profunda tristeza por la poetisa, estaba perdiendo la cabeza en medio de todo el calvario que estaba padeciendo. Seguía sin decir nada y solo condujo hasta la comisaría tal y como le había pedido Brígida.

Al llegar a la comisaría, fueron recibidos por el inspector encargado del caso, quien escuchó atentamente sus hallazgos. Presentaron el cuaderno y el recibo como pruebas potenciales, explicando cómo podrían estar relacionados con el secuestro de Dilma.

—Esto es bastante serio —dijo el inspector, examinando las pruebas—. Si lo que dicen es cierto, podríamos estar lidiando con una operación mucho más grande de lo que pensábamos. Iniciaremos una investigación basada en esta nueva información y también buscaremos la dirección que han encontrado.



#10729 en Novela romántica
#1601 en Novela contemporánea

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 10.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.