Una mañana, Gustavo y Brígida desayunaban junto a Dilma en el jardín. Romeo, caminaba entre los pies de su amo y la poetisa mientras maullaba con ternura y ronroneaba buscando que los humanos le dieran suaves caricias.
En medio de una charla llena de risas sobre la infancia de Gustavo, Cristiano, quien también estaba recuperado en su totalidad, entregó un sobre al pianista. Aquel sobre era proveniente de Oxford, Inglaterra. Gustavo tomó el sobre con curiosidad, mientras Brígida y Dilma lo observaban con expectativa. Romeo, el gato, seguía maullando entre sus pies, sin dejar de reclamar su parte de atención.
—¿Qué será? —preguntó Brígida, con una sonrisa de intriga mientras jugueteaba con la taza de té que sostenía entre las manos.
Gustavo rasgó con cuidado el sobre y sacó una carta escrita en un elegante papel de pergamino. Sus ojos recorrieron rápidamente las líneas mientras la sorpresa se reflejaba en su rostro.
—Es una invitación, —dijo, levantando la mirada hacia las dos mujeres—. Me han invitado a un evento en Oxford, Inglaterra. Es un festival de literatura y música clásica en una de las universidades más prestigiosas.
—¡Eso es increíble, Gustavo! —exclamó Dilma, visiblemente emocionada—. Es una oportunidad maravillosa para ti. Lleva a Brígida contigo, así podrán compartir juntos en dicho evento.
Brígida miró a Gustavo con un brillo en sus ojos. El músico tomó su mano y la apretó suavemente pidiéndole que fuera con él a Inglaterra. La poetisa sintió que su corazón se llenaba de una alegría inesperada. La idea de viajar con Gustavo a un lugar tan emblemático como Oxford, y compartir esa experiencia juntos, era algo que jamás habría imaginado.
Dilma aplaudió emocionada por la decisión de la pareja, mientras Romeo, ajeno a la conversación, seguía disfrutando de las caricias de sus amos. Cristiano, observando la escena, sonrió satisfecho al ver cómo la vida volvía a traerles momentos de felicidad, después de todo lo que habían pasado.
—¿Cuándo será el evento? —preguntó Dilma sintiendo curiosidad.
—Será la semana entrante, el miércoles. —respondió Gustavo luego de un sorbo de sidra de manzana.
En ese momento, un ruido proveniente del exterior de la casa alertó a sus ocupantes. Cristiano corrió seguido de Gustavo y más atrás Dilma y Brígida quien sostenía al gato.
—¡Por todos los cielos! —exclamó el mayordomo —la ventana.
Dilma se acercó y vio la ventana destrozada y una enorme piedra envuelta en un papel. La mujer intentó agacharse para tomarla, pero Gustavo le dijo que no lo hiciera.
—Yo la levanto —dijo el músico.
Gustavo separó el papel que cubría la piedra y miró a los demás con sus ceños fruncidos ante la curiosidad de saber qué decía.
—No cabe duda de que el remitente es Joao. —manifestó el pianista.
—¿Y qué dice? —cuestionó Dilma.
Las manos del pianista temblaban ligeramente mientras leía la nota, mientras que, los ojos de Brígida estaban fijos en él, llenos de preocupación. Finalmente, el pianista inhaló profundamente y leyó en voz alta:
"Esto no ha terminado. Pueden intentar esconderse, pero siempre estaré un paso adelante. Lo que es mío me pertenece, y me aseguraré de que así sea."
El silencio que siguió a sus palabras fue denso, cargado de una mezcla de temor y angustia. Dilma llevó una mano a su boca, tratando de contener un grito, mientras Brígida sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Gustavo, por su parte, apretó el papel con fuerza en su mano y su rostro endurecido por la rabia.
—Este hombre está fuera de control —dijo Cristiano, con la voz grave—. No podemos dejar que esto continúe.
—Debemos informar a la policía de inmediato —sugirió Dilma, su voz apenas un susurro.
—Sí, eso haremos —asintió Gustavo, mientras se dirigía hacia el teléfono—. Pero también debemos tomar precauciones adicionales. No podemos permitir que Joao arruine nuestras vidas. Brígida, creo que es mejor que nos vayamos a Oxford lo antes posible. Allí, al menos, estaremos más seguros y fuera de su alcance por los próximos días.
—¿Qué demonios le pasa a ese hombre? ¿Acaso no entiende que no le pertenezco desde hace tiempo atrás? —musitó Brígida conteniendo el llanto por la ira que sentía en ese instante.
—No lo sé, pero ya me está sacando de casillas. —respondió Gustavo.
El pianista subió a su habitación en donde se sentó frente a su escritorio a pensar en qué podía hacer para darle fin a esto. Fue entonces que decidió ir a ver a Anarda para ver si al menos podía obtener respuestas.
Gustavo salió de casa solo, condujo a la penitenciaría y pidió hablar con la madre de su novia.
—¿A qué has venido? —preguntó tajantemente la mujer, demostrando que a pesar de todo, aún sentía desprecio por el pianista.
—Buen día, señora Anarda. —contestó Gustavo con toda la educación del mundo —he venido por respuestas. Sé que para usted no es agradable mi presencia y menos sabiendo que soy yo el hombre que tiene a su hija.
—El sucio que le arrebató su pureza.
—¿Es eso lo único que le importa? ¿Acaso no es más importante que ella esté bien y sea feliz a mi lado?