Gustavo: Música y silencio

Dilma y Anarda, de nuevo cara a cara

Días después de la exitosa presentación de Gustavo y su amada Brígida, Dilma, llena de una renovada valentía y motivada por el orgullo que sentía hacia su hijo, decidió que era el momento de enfrentar un capítulo pendiente de su vida. Había pasado mucho tiempo desde los eventos que la habían empujado a alejarse de ciertos asuntos, pero ahora, con Gustavo triunfando en el extranjero, Dilma sentía una nueva fortaleza brotando en su interior. No podía seguir evitando a Anarda.

Se preparó cuidadosamente aquella mañana, poniéndose un vestido hasta las rodillas de color azul celeste, sobrio, pero elegante. Guardó en su bolso un pañuelo, una libreta donde había anotado algunas cosas que necesitaba decirle a Anarda. Cristiano, su fiel mayordomo, la observaba en silencio, notando la determinación en sus ojos.

—Señora Dilma, ¿está segura de que desea hacer esto? —preguntó Cristiano con voz calmada, mientras le ofrecía su abrigo.

Dilma asintió, con la cabeza erguida, aunque sus manos temblaban ligeramente al tomar el abrigo.

—He evitado este encuentro durante mucho tiempo, Cristiano. Pero ahora, siento que no puedo seguir posponiéndolo. Anarda me debe una explicación por todo lo que hizo... y yo también necesito cerrar este capítulo. Es hora de enfrentar la verdad, por dolorosa que sea.

Cristiano, como siempre, respetó la decisión de su señora y se dispuso a acompañarla. Subieron al coche y partieron hacia la prisión. Durante el trayecto, Dilma se mantuvo en silencio, mirando por la ventana mientras los recuerdos del pasado se mezclaban con la incertidumbre de lo que vendría. Sentía una mezcla de emociones: ira, miedo, pero también una extraña sensación de liberación al saber que finalmente enfrentaría a la mujer que tanto daño le había causado a su familia.

Al llegar a la prisión, el lugar tenía una atmósfera densa y fría. Las paredes grises y las rejas reforzaban la sensación de aislamiento y castigo. Dilma tomó aire profundamente antes de bajar del coche, mientras Cristiano la acompañaba con paso firme.

Después de pasar por los procedimientos de seguridad, fueron conducidos a una sala de visitas. Dilma se sentó frente a la mesa de metal, con sus manos entrelazadas sobre su regazo, esperando la llegada de Anarda.

Unos minutos después, Anarda fue escoltada por los guardias. Su apariencia había cambiado: su cabello estaba más corto y desaliñado, y su rostro mostraba las marcas del tiempo y las consecuencias de sus actos. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con los de Dilma, aún había en ellos una chispa de desafío.

Anarda se sentó frente a ella, y durante unos segundos, ambas mujeres se miraron en silencio, midiendo la una a la otra. Finalmente, fue Dilma quien rompió el silencio, su voz baja pero firme.

—Han pasado muchos meses, Anarda —dijo Dilma, clavando su mirada en la de la mujer.

Anarda sonrió con amargura, cruzando los brazos sobre la mesa.

—¿Y ahora vienes a buscar justicia, Dilma? —respondió, con un tono cargado de sarcasmo—. Pensé que te habías resignado.

—No he venido a buscar justicia —replicó Dilma—. He venido por respuestas. Por meses he vivido con preguntas que solo tú puedes responder. Y ya no voy a seguir cargando con ellas.

Anarda la miró con un brillo de curiosidad, como si no esperara ese enfoque de Dilma.

—¿Qué quieres saber? —preguntó, su tono más neutral esta vez.

Dilma sacó la libreta que había traído consigo, aunque sabía que muchas de las preguntas ya estaban grabadas en su memoria. Abrió la página donde las había escrito, pero no las leyó directamente. Levantó la mirada hacia Anarda y dijo:

—Quiero saber por qué. ¿Por qué me privaste de mi libertad? ¿Por qué le has causado tanto daño a Gustavo? Pero lo peor de todo, ¿Por qué la obsesión de dañar a tu propia y única hija?

Anarda guardó silencio por un momento, sus ojos oscuros buscando una respuesta, o quizás una manera de evadirla.

—La verdad es que... nunca fue solo una cosa, Dilma —dijo Anarda con un tono distante—. El resentimiento es como una espina que se clava poco a poco, casi sin que te des cuenta. Y cuando finalmente te das cuenta, ya es demasiado tarde. Siempre creí que Gustavo no era un buen hombre y que era un total fracaso, un joven sin talento y sin futuro y siempre anhelé con que mi hija fuera la esposa de un hombre perteneciente a una familia prominente.

Dilma la observó con intensidad y dijo:

¿Y qué sientes ahora al saber que están juntos triunfando en el extranjero al mismo tiempo que viven su amor como siempre soñaron?

Anarda fulminó a Dilma con la mirada con sus ojos llenos de una mezcla de odio y frustración. Las palabras de Dilma, aunque certeras, parecían perforar lo más profundo de su orgullo. Respiró hondo, luchando por mantener la compostura, pero su tono traicionaba su furia contenida.

—¿Éxito? —escupió, sarcástica—. ¿Crees que el éxito de tu hijo me afecta? Gustavo no es más que un mediocre que tuvo suerte, y Brígida… —hizo una pausa, casi mordiéndose la lengua—. Ella se ha dejado arrastrar por él. Siempre fue débil, siempre soñando con tonterías. Nada de lo que han logrado me importa, Dilma. No cuando todo lo que hicieron fue traicionarme, a mí y a mis deseos.

Dilma mantuvo su postura, sin retroceder ni un paso ante la furia de Anarda. Había esperado esta reacción, pero no se dejaría intimidar.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 10.11.2024

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