Gustavo: Música y silencio

En el ojo del huracán

Una tarde, Brígida es llevada por Gustavo hasta la prisión para un esperado reencuentro con su madre. Al entrar en la sala de visitas, Brígida observa a Anarda, quien la recibe con una mezcla de alivio y orgullo. A pesar de las circunstancias, Anarda parece genuinamente feliz de ver a su hija viva y fuera de peligro, pero la frialdad en su mirada revela sus persistentes reservas.

—No puedo decir que Gustavo haya hecho mal en salvarte de Joao —admitió Anarda, entrelazando las manos sobre la mesa—, pero aún creo que no es el hombre adecuado para ti. No lo es y nunca lo será.

Brígida suspira, ya acostumbrada a la obstinación de su madre, pero se siente más firme que nunca.

—Madre, Gustavo no solo me salvó. Él me cuida, me apoya, y… me ama —replica Brígida, segura de sus palabras—. Pasé demasiado tiempo tratando de ser la persona que esperabas, pero ya no quiero vivir en función de tus expectativas.

Anarda la observa en silencio, con los labios apretados y los ojos oscuros. Por primera vez, parece no tener respuesta, pero su expresión denota una mezcla de tristeza y resignación.

—Anhelaba verte convertida en alguien importante, Brígida, en alguien que pudiera llevar nuestra familia a lo más alto —murmuró Anarda, su voz quebrándose levemente—. Pero elegiste a un hombre que, para mí, no tiene ni el estatus ni las conexiones que soñaba para ti.

Brígida la miró con compasión y, al mismo tiempo, con firmeza.

—Eso es porque siempre has juzgado el valor de las personas por cosas que, al final, no significan nada —dijo Brígida—. Gustavo no tendrá las conexiones que tú querías, pero en todo este tiempo jamás me ha dejado de lado. Me ha mostrado un amor que nunca pude imaginar. Me ha enseñado a valorar lo que realmente importa.

Anarda entrecerró los ojos, como si quisiera aferrarse a sus antiguos prejuicios, pero había algo en las palabras de Brígida que la hacían dudar.

—¿Entonces dirás que me equivoqué en todo? —preguntó Anarda, con un tono casi desafiante—. ¿Que no supe guiarte?

—Te equivocaste en querer decidir mi vida, madre —respondió Brígida con suavidad—. No te juzgo por querer un buen futuro para mí, pero ahora entiendo que soy yo quien debe construirlo, con Gustavo. Nuestra relación ha sobrevivido a tantas cosas, a las dudas, a las barreras, y ahora a esto. Si después de todo eso estamos juntos, es porque realmente nos amamos.

Anarda miró a su hija, su rostro endurecido, pero sus ojos mostraban una leve sombra de arrepentimiento.

—Solo quiero que seas feliz, Brígida —murmuró finalmente, y por primera vez, Anarda bajó la mirada—. Pero… no sé si algún día podré aceptarlo.

Brígida se inclinó hacia su madre y, en un gesto inesperado, tomó su mano entre las suyas.

—Ese será tu viaje, madre. No sé cuánto tiempo te tomará, pero quiero que sepas que seré feliz. Porque ahora soy libre, y estoy con alguien que me hace sentir amada.

Gustavo, que había permanecido en silencio hasta entonces, avanzó y miró a Anarda con respeto pero también con una firme determinación.

—Señora Anarda, sé que no he sido el hombre que usted soñaba para su hija, y entiendo que nunca pensé en el amor de esa forma —dijo con voz calmada pero decidida—. Pero si algo puedo asegurarle es que Brígida merece ser feliz. Y, aunque no pueda ofrecerle el estatus que usted siempre quiso para ella, prometo que nunca dejaré de darle el amor y la vida digna que merece.

Anarda alzó la mirada, evaluando cada palabra de Gustavo. Él continuó, sus ojos serenos pero llenos de convicción.

—Me di cuenta de que juntos hemos enfrentado obstáculos y peligros, pero nunca nos hemos rendido el uno al otro. Su hija ha sido una inspiración para mí, me ha enseñado a crecer como persona, y juntos hemos alcanzado logros que jamás pensé posibles. Todo eso es algo que ni el dinero ni el estatus pueden comprar.

Anarda lo miró en silencio, el conflicto reflejado en su rostro. Gustavo no retrocedió.

—Sé que tiene dudas, y las respeto, pero quiero que sepa que mi amor por Brígida no es pasajero ni impulsivo. Ella es mi compañera, y juntos hemos creado un camino que ambos queremos seguir. Así que, con el tiempo, espero que pueda vernos como somos y que nos permita ser felices sin cargas del pasado.

Hubo un largo silencio en la sala. Anarda suspiró profundamente y miró a su hija, y luego a Gustavo.

—Quizás, con el tiempo, aprenda a entenderlo… y a respetarlo. Pero solo si me demuestran que es así de verdad —dijo finalmente, en un tono que dejaba entrever su lucha interna.

Brígida sonrió con alivio y gratitud, sintiendo que, aunque quedara camino por recorrer, habían dado un paso importante hacia la reconciliación y la paz.

Anarda, con una mirada cautelosa pero observadora, los miró a ambos, como si estuviera evaluando cada palabra y cada gesto. Después de unos momentos de silencio, habló, con una calma calculada que ocultaba mucho más de lo que decía.

—¿De verdad creen que no sabía lo que ocurría entre ustedes desde hace tiempo? —dijo, con una ligera sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Sabía perfectamente de tus sentimientos hacia Brígida, Gustavo, incluso desde antes de la muerte de sus padres.

Gustavo y Brígida intercambiaron miradas de sorpresa, sin saber si aquello era una confesión o una advertencia.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 11.01.2025

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