Los meses transcurrieron y Gustavo volvió a sus actividades como de costumbre. Con Anarda y Joao fuera del camino, el pianista y la poetisa llevaron a cabo sus planes sin el peso del pasado sobre sus hombros.
Brígida, con su vientre comenzando a notarse, se dedicaba a escribir nuevos versos inspirados en la dulce espera de su hijo. Su último poemario había sido un éxito, y las editoriales se peleaban por publicar su siguiente obra. Gustavo, por su parte, había retomado sus conciertos, siendo aclamado en cada presentación. La noticia de su recuperación y del embarazo de Brígida había conmovido a sus seguidores, quienes ahora veían en ellos una pareja ejemplar, un símbolo de amor y perseverancia.
Una noche, mientras se encontraban en el balcón de su apartamento, Gustavo tomó la mano de Brígida y la besó con ternura.
—He estado pensando en algo —dijo con voz serena—. No quiero que pasemos más tiempo sin dar este paso. Quiero que seas mi esposa antes de que nuestro hijo nazca. Quiero que llevemos juntos mi apellido.
Brígida lo miró con sorpresa y emoción. Sabía que tarde o temprano hablarían de ello, pero escuchar a Gustavo decirlo con tanta determinación la llenó de una felicidad indescriptible.
—¿Estás seguro? —preguntó con una sonrisa emocionada.
—Más que nunca —respondió él, acariciando su mejilla—. Te amo, Brígida, y quiero que nuestra familia comience con todo el amor y la seguridad que merecemos.
Con lágrimas de felicidad en los ojos, Brígida asintió y se lanzó a sus brazos.
Los días siguientes fueron de preparativos y decisiones. Querían una boda íntima, pero significativa. La ceremonia se llevaría a cabo en una elegante villa en las afueras de la ciudad, rodeada de jardines y con un salón iluminado por candelabros. La lista de invitados sería reducida, solo familiares y amigos cercanos, aquellos que realmente habían estado con ellos en los momentos más difíciles.
Mientras elegían el vestido de novia, Brígida se tocaba el vientre con una sonrisa.
—Nunca imaginé que me casaría embarazada —rió suavemente.
—Eres hermosa, embarazada o no —dijo Gustavo, besando su mano—. Y cuando camines hacia mí en el altar, serás la mujer más radiante de todas.
Brígida sintió su corazón latir con fuerza. Había soñado con este momento, con un amor sincero y una vida plena. Ahora, estaba a punto de casarse con el hombre que había cambiado su destino, con el padre de su hijo y con su más grande inspiración.
El día de la boda se acercaba, y con él, la certeza de que el amor que compartían era capaz de superar cualquier obstáculo. Juntos, estaban construyendo un futuro lleno de música, poesía y amor, un futuro donde por fin podrían vivir en paz.
Finalmente, el día de la boda llegó.
El sol de la mañana iluminaba los jardines de la villa, donde flores blancas y velas adornaban el camino al altar. La melodía de un cuarteto de cuerdas flotaba en el aire, envolviendo el ambiente en una atmósfera mágica. Los invitados comenzaron a llegar, vestidos con elegancia, mientras susurraban con emoción sobre la belleza del lugar y la felicidad de los novios.
Gustavo esperaba al final del pasillo, vestido con un elegante traje negro, su mirada reflejando amor y ansiedad. Cuando la música cambió y las puertas se abrieron, el tiempo pareció detenerse. Brígida apareció, radiante en su vestido marfil, con un velo ligero y una expresión de pura felicidad en el rostro. Su vientre apenas pronunciado no hacía más que resaltar su belleza maternal, y sus ojos brillaban con la promesa de una vida llena de amor.
Cada paso que daba hacia Gustavo estaba acompañado por el latido acelerado de sus corazones. Al llegar junto a él, Brígida tomó su mano con ternura, y en ese instante, el mundo desapareció para ambos. El oficiante comenzó la ceremonia, sus palabras se entrelazaban con las emociones contenidas en los ojos de la pareja.
—Hoy celebramos la unión de dos almas que han encontrado en el otro su hogar —dijo con solemnidad—. Gustavo y Brígida, han superado pruebas y han demostrado que el amor es más fuerte que cualquier adversidad.
Cuando llegó el momento de los votos, Gustavo tomó aire y miró a su amada con devoción.
—Brígida, desde el momento en que entraste en mi vida, todo cambió. Tu amor, tu fuerza y tu poesía han llenado mi mundo de luz. Prometo amarte en cada nota de mi música y en cada página de tu historia. Seré tu compañero, tu refugio y el padre de nuestro hijo con todo el amor que hay en mí.
Las lágrimas de Brígida rodaron por sus mejillas antes de que pudiera responder con voz temblorosa.
—Gustavo, eres mi más bella melodía, mi verso más profundo. Contigo he aprendido que el amor es paciencia, entrega y renacer una y otra vez. Prometo amarte en cada acorde de tu piano, en cada amanecer y en cada susurro de nuestro hijo. Contigo soy completa, y hoy, al unir nuestras vidas, sé que este es solo el principio de nuestra historia.
El oficiante sonrió con ternura antes de pronunciar las palabras finales.
—Con el poder que me ha sido otorgado, los declaro marido y mujer. ¡Pueden besarse!
Gustavo tomó a Brígida entre sus brazos y la besó con amor profundo, sellando su unión bajo los aplausos y la emoción de todos los presentes. El aire se llenó de pétalos blancos mientras la pareja caminaba entre los invitados, listos para comenzar el nuevo capítulo de su vida juntos.