Hablando con la Luna

Problemas

Existen diversos mundos en este universo, mundos a los que la mente humana no está acostumbrada. Mundos que, con un movimiento de mano, podrían ser destruidos, por unas palabras lograrían ser distorsionados o, tal vez, por una simple discusión conseguirían pactar su final.

En las afueras de Dysnomia se encontraba una joven traviesa, rebelde y malvada, Tristan. Miraba la ciudad con la sonrisa de siempre, maligna y sospechosa. Constantemente planificando alguna maldad. Esta vez no se trataba de eso. En su interior recordaba la apuesta que había hecho con su hermano mayor. Apreciaba que para él era algo tan imposible como para cualquiera en su posición. Aunque Aiden tuviese su propio gemelo se percibían muy parecidos, casi iguales. Lentamente se empezaron a escuchar pasos aproximándose. No necesitó voltearse para reconocer esas pisadas, duras y firmes contra el suelo.

– Sé que eres tú, Isaac. No te hagas el misterioso.

– Entonces, me imagino que sabes porqué vine. Si tú estás aquí, ¿dónde está Aiden? – preguntó con aquel típico tono de superioridad.

Entre pequeñas risas se puso de pie sin mirar a su hermano, dio un salto que la dejó a cientos de metros de la superficie. Comenzó a dar otros saltos, enormes, alejándose constantemente de su hermano, en dirección al castillo, precisamente a una de las torres más altas. Allí se encontraba siempre abierta una ventana que le permitía entrar con sigilo sin escándalos, discusiones, peleas, entre otras cosas. Cuando ingresó a su habitación no esperaba toparse con una gran sorpresa. Su padre yacía allí. Hombre alto y corpulento, con características físicas bastante particulares: manos extras flotando, siguiendo a las principales; grandes alas y un aura deslumbrante que lo rodeaba. Sus hijos no eran muy diferentes a él. En general, solamente deseaban ocultar ciertas partes de su aspecto por comodidad y, cuando visitaban la Tierra, para pasar desapercibidos.

En cuanto vio a su hija entrar a la habitación la sostuvo con sus manos, levantándola unos centímetros.

– Al fin te dignaste a volver – hablaba firmemente mientras la sostenía.

– Volví, pero este tipo de abrazo no lo esperaba – se retorcía intentando librarse del agarre de su padre.

– Esto no es nada, hija. Ni te imaginas todo el tiempo que estarás encerrada como castigo.

La chica empezó a reírse en la cara de su padre. Poco y nada le importaba saber el tiempo que estaría castigada, porque ya lo sabía de antemano. Volvió a hacer un par de movimientos hasta que logró desprenderse del agarre y tirarse en la cama para relajarse.

– Tristan, sabes que no puedes andar por la vida solamente destruyendo; no es necesario tampoco – decía su padre mientras se sentaba a los pies de la cama. – ¿No crees que estás para algo mejor?

– No, viejo. Más bien creo que estoy para algo peor. Y, sinceramente, no me molesta sentirme así. – decía mientras jugaba, acostada, con una pelota.

– Yo creo que podrías mejorar. Es solo cuestión de tomar un poco de voluntad. ¿Acaso no te vez mejor en algún futuro?

La joven cerró los ojos, quedándose ahora sentada en la cama. De pronto su cuerpo empezó a brillar. Salieron debajo de sus manos otras más, en las cuales al igual que en las principales se tiznaron unos guantes negros. Asomaron por su espalda unas pequeñas alas renegridas de forma anormal y aspecto cristalino. En cuanto abrió los ojos, estos se veían monocromáticos, casi completamente negros. Esto perduró unos segundos, luego sus ojos y todo su cuerpo volvieron a la normalidad.

– No, padre. No me veo mejor y, sinceramente, el futuro que menos me interesa saber es el mío.

El hombre suspiró pesadamente. Se levantó de la cama y, luego de besar con cuidado su frente, caminó hacia el enorme ventanal.

– No has tomado tu medicación – dijo admirando la vista – y sabes que es peligroso.

– Y tú sabes que me molesta estar débil, no poder usar nada de mi energía por tus caprichos. Tener que depender de maquinarias – mencionó su hija. En ese instante se incorporó y buscó en una cajonera. – Pero ya estoy un poquito cansada de tener discusiones estúpidas contigo, padre.

Revolvió hasta hallar el frasco con sus medicamentos; sacó una pastilla y la tomó. Prosiguió por tomar agua y el resto, a modo de broma, se la lanzó a su padre.

– Supuse que tendrías calor con tanta rabia encima, padre – decía soltando pequeñas risillas, mientras le alcanzaba una toalla.

– Muy chistosa, Tristan. Sigue así y veremos adonde te llevarán tus bromitas – comentó secándose. – Ya que andas tan chistosa, entonces no tendrás problema con que te haga una pregunta.

–  Adelante, pregunta.

– ¿Dónde está tu hermano? – dijo con tono severo, mirando fijamente los ojos de su hija.

Ella suspiró, seguido de una sonrisa. Dio pequeños saltos por la habitación, acercándose y alejándose de él, intentando burlarse de él en su cara. Con el último salto quedó firme frente a su padre, observándolo directamente a los ojos y regalándole una sonrisa de oreja a oreja.

– Está en la Tierra, cumpliendo con su apuesta.

– ¿Qué apuesta?




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