Hablando con la Luna

Dia 5

Caminaba por la calle cuando presencié un accidente automovilístico. Un ciclista pasó por un semáforo en rojo a toda velocidad y terminó atropellado por un auto. Días después volví a pasar por esa misma calle y encontré en el suelo una estrella amarilla. Preguntando y preguntando, descubrí que eso significaba que esa persona había muerto. Me parecía muy emotiva la forma que tenían las personas para indicar esos temas. Pero, a su vez, me parecía un tanto ridículo. Conmemorar la inoperancia y la torpeza, factores que impulsaron la muerte de ese sujeto. No está mal, pero no tiene lógica ni sentido.

– Así es la gente Aiden. Sus ideas no suelen tener mucho sentido, y suelen ser muy sentimentales – se escuchaba la voz medio distorsionada. Las comunicaciones por teléfono hacia mi mundo son algo complicadas.

– Lo entiendo, padre. Pero la verdad es que esto se vuelve inaguantable. ¡Y apenas voy unos días!

– Sé que lo lograras, hijo. Tu hermana está castigada, pero prefiero que hagas esto – su voz se iba perdiendo con la señal – Nunca se sabe cuándo pueda escapar.

– Resistiré cuanto pueda.

La llamada terminó, se cortó por la conexión y ni siquiera pude decirle adiós. Repetidas veces me sonaba su voz diciendo “Nunca se sabe cuándo pueda escapar”. Y realmente me inquietaba. Llegó la noche y fui al patio trasero. Mi mente quería pensar en paz. Respiré profundamente. Frías y saladas gotas liquidas cayeron por mi rostro. Miré el cielo deseando volver a mi hogar, volver a volar una vez más. Miré mis manos, como suavemente brillaban, materializando una daga. Era brillante y de un nítido color rojizo. Deslicé la punta de manera lenta, pero segura por mi cuello. Un espantoso escalofrío recorrió todo mi cuerpo. La sujeté con firmeza y la apreté en mi cuello. Pero en ese instante alguien habló.

– No lo hagas, Aiden. Aun no es tu momento.

Una suave voz femenina invadió toda mi mente, deteniendo por impulso mi mano. Quise encontrarla al mirar todo el patio, pero no la hallé.

– Nunca me encontrarás mirando el suelo. Mucho menos, si piensas en morir.

Miré hacia el cielo. Entre las nubes noté como la luna resplandecía de manera excepcional. Solté la daga y esta desapareció al perder mi tacto.

Toda la noche estuve en el patio trasero, espectando el cielo. Evitaba dejar de prestarle mi atención por un segundo a ese satélite que tenía este planeta tan horrible. Lloraba desaforadamente, sin entender por qué.

 




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