Hablando con la Luna

Recuerdos

– ¡Vamos hermano! Juguemos un rato.

Siempre resultó imposible jugar con mis hermanos. Con Aiden lo intentaba cada tanto, pero no siempre había resultados. Con Isaac ocurría algo similar, y a la vez más conflictivo. Siempre me decía: “No, estoy ocupado”.

Que gran ocupación debe ser, teniendo 1500 lunas, cuidar un animal de ese insípido planeta. Según él, es un “gato”. Su utilidad es nula en nuestro mundo, y en la Tierra, solo come “ratas”. Hay una criatura un poco más útil, parece. Se llama “perro”. y sirve como guardián en las casas. Claro está, si es uno grande. Ese si me agrada, pero este no.

– ¡Lucifer! Gatito ¿dónde estás?

– ¿Buscas a tu gato, Isaac? – lo miré directamente a los ojos, con una agradable sonrisa – ¿Por qué no buscas en tu cuarto?

Enseguida fue hasta su cuarto a revisar. Pero fue muy linda la sorpresa cuando lo encontró... sin cabeza, pelado, y por supuesto, muerto.

– Supongo que ahora tienes tiempo de jugar con tu hermanita, Isaac.

*

Se encontraba en su habitación distrayéndose con una insignificante pelota. No entendía por qué su padre habría de castigarla. “¿Qué mal le hacía una simple apuesta entre hermanos?”, rememoraba en su cabeza. Su padre siempre le decía lo mismo: “Hasta que no se acabe, no vas a salir. Confío en tu hermano y sé que no se rendirá”.

De tanto golpe, la pelota terminó pegada a la pared. Enfurecida empezó a gritar, a romper todo en su cuarto, a pedir que la sacaran de ese lugar. Estaba por destruir la ventana bloqueada por su padre cuando, de repente, se quedó inmóvil. Veía todo negro y, de golpe, un montón de imágenes comenzaron a moverse rápidamente a su alrededor. Presente, pasado y futuro proyectados frente a ella. Esto la aturdía, la dejaba mareada, pero eso no acababa allí. Distintas voces empezaron a resonar. Si bien intentaba no escuchar, esa era una tarea imposible.

“…de nosotros dos, solo quedara uno…”

“No intentes contenerte…tu cuerpo se volverá una pesadilla…”

“En esta batalla, ¡Yo canto victoria!”

Cantidades de voces. Intentaba reconocerlas en vano. Todo ese gran escenario ficticio se desvaneció. Cuando al fin logró ver con claridad, se encontró con la imagen de su padre, quien pacientemente esperaba a que su hija saliera de ese trance en el que la sumergía su propio poder y energía.

– Respira, hija. Respira lento y continuo, como lo hemos practicado antes – la acompasaba su padre, mientras la sostenía de los hombros.

En segundos, comenzó a respirar lento y continuo. El padre la acompañaba, inclusive balanceaba las manos para marcar el ritmo. De arriba hacia abajo, dos segundos para inhalar, dos para exhalar. Todo de manera tranquila para calmar el sistema cardiaco. Tristemente, ese ejercicio fue en vano ya que la chica cayó al suelo como una pluma. Retomó su aspecto normal, se quedó sin reservas de energía.




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