PARTE 1
El instituto Daglar me había advertido en una carta, que me estaban esperando el año que viene. En ese momento, solo tenía once años, y no entendía por qué estaba empacando todas mis cosas para mudarme a un lugar perdido en el mundo. Lo único que podía hacer, era buscar en internet lo que sucedía; casi me atraganto cuando descubrí que el instituto Daglar, era una escuela prestigiosa cuya lema es: “Si columna societas non es, nihil es”, que significa literalmente “Si no eres un pilar de la sociedad, no eres nada”.
El objetivo de este instituto es educar, por seis años, a ciertos adolescentes para que realicen grandes aportes a la humanidad, su método de selección es un misterio y al mismo tiempo, el más certero del mundo. Su plan de estudio explica que cuentan con los primeros tres años de cultura general, y los otros tres restantes, eran orientados a cosas específicas. Pero eso no era todo, también tiene sus propias viviendas, en donde las familias de los alumnos se alojan, como si fuera una pequeña ciudad amurallada, lejos del mundo, aunque en los años orientados los alumnos vivían en la escuela, para ayudarlos a independizarse lo más rápido posible.
Cuando llegamos a la casa, que sería mi hogar por los siguientes tres años, me sorprendió que era diferente, había imaginado un lugar con casas iguales, pero esto escapaba de mi pensamiento. En mi habitación, cuidadosamente seleccionada por las autoridades, estaban varios paquetes de bienvenida, dentro de ellos, estaba mi uniforme, la versión estándar, de verano y de invierno, incluso la ropa de deportes, junto con mi credencial de estudiante; la siguiente caja, estaba llena de libros con pequeños separadores con el año y la materia en el cual se utiliza. En otra, mucho más pequeña, estaba una corbata formal y una tarjeta negra con detalles plateados, que servirá para abrir mi nuevo casillero en el instituto.
Por último, había un sobre negro con mi nombre escrito en dorado, en donde se encontraba una hoja con instrucciones muy específicas; desde la aplicación que debo descargar en mi teléfono para poder comunicarme con el resto de mis compañeros y profesores, hasta los números que debo registrar que pertenecen a las autoridades del colegio, también una larga lista de horarios detallados, y por último, un mapa poco detallado sobre los diferentes lugares en el terreno del instituto.
Todas esas cosas eran un buen inicio para el verano, me llenaba de curiosidad todo lo que viviría en el instituto, pero en contra de todo lo que creía, el tiempo pasó volando cuando enfermé. Estuve de hospital en hospital, me hicieron una cirugía, y a pesar de todo, lo único que recordaba de todo ese tiempo, fueron los gritos de los doctores a sus ayudantes, e incluso algunas sutiles humillaciones, cosas que había presenciado desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que nací. Supongo que en ese momento fue cuando decidí aceptar la realidad, la única que nunca había querido analizar.
Existían personas que siguen sus propias leyes, que son de alguna manera libres, pero hay otros que solo viven para seguir a un líder, como decía aquel libro, cuyo nombre ya olvidé, “Son borregos que siguen al mundo allí donde les lleve: les resulta más fácil morir que pensar”. Y realmente me daba asco, me molestaba que sean tan patéticos y lo único que quería era ver una pelea, alguien que les enfrentará, no obstante jamás pasó.
Cuando me recuperé, y pude volver a casa, ya había perdido dos meses de clases. Aunque mis padres no estaban seguros, ya no podía seguir faltando, así que preparé todas mis cosas para ir a clases el lunes. Cuando llego el día, ya vestía los pantalones negros, la camisa blanca y la chaqueta negra con el flamante escudo del colegio en un tono plateado muy llamativo, arregle los cordones de mis zapatos negros y baje a la primera planta, con mi mochila en la mano.
—¿Estás seguro de que puedes ir? —preguntó mi padre mientras intentaba en vano arreglar mi cabello.
—Tranquilo, papá, estoy perfecto —aseguré con una sonrisa—. Ya deja mi cabello, ambos sabemos que no tiene solución —de pronto, sentí los brazos de mi mamá rodeándome, y sin dudarlo me beso en la mejilla.
—Mi bebé, estás tan grande, estoy tan orgullosa de ti —decía mientras me quitaba los restos de su pintura de labios que había quedado en el rostro.
—Mamá, voy a llegar tarde —advertí, mientras sentí un abrazo de ambos. Después de eso, mi papá me sirvió el desayuno, y ambos se despidieron desde la entrada, mientras iba caminando hasta el centro de la ciudad, donde estaba mi instituto.
Me pareció intimidante, desde el momento en que estuve frente al portón negro. Aunque no quisiera, estaba nervioso porque sabía que debía estar frente a un montón de ilusos, raros y extraños sujetos, que simplemente seguirán a cualquiera con una actitud ganadora y medianamente carismática. Lo primero que debía hacer, era buscar mi casillero, arreglar mis cosas y recordar mis horarios, y por último, ir a clases.
La primera clase era Literatura General, y el salón doscientos treinta y dos era donde se dictaba, casualmente estaba en el cuarto piso, lo que significaba que debía usar las tormentosas escaleras. Pero, lo malo no era el ejercicio extra, sino la idea de cruzarme con más persona, ya había soportado a dos que no eran capaces de disimular su mirada curiosa. Cuando llegué, solté un suspiro agotado, toque la puerta y una joven señorita morocha de cabello rapado me atendió, me miró de arriba hacia abajo, y luego sonrió con un poco de condescendencia.