Cuando abrí los ojos, mi papá estaba golpeando mi puerta. Busqué mi reloj, y me di cuenta que eran las ocho de la mañana. El día anterior, me había encontrado con el ser más odioso del mundo, y para colmo, fue una trampa que no esperaba, por alguien a quien subestime. Me levanté, y mi papá me comentó que iríamos a caminar.
—No me mires así, tu mamá dice que ambos estamos muy encerrados —aclaró—. ¿Quieres pelear contra la reina?
—No, tampoco quiero morir —comenté, y me fui a cambiar.
Ambos desayunamos algo ligero, y salimos a caminar. Mi padre y yo teníamos ese tipo de relación en que no necesitábamos hablarnos para saber que podíamos contar con el otro. Tampoco era bueno hablando, o iniciando conversaciones, a menos que quiera hablar con alguien en específico, pero no era algo casual que me salía. Mi padre, por el contrario, era super bueno hablando, no tenía un repertorio de palabras complejas, pero era muy bueno, directo y sencillo con sus palabras. Por ello, siempre admiré la manera en que podía hablar y dirigir un grupo solo con sus palabras.
—¿Cómo vas compañero de caminata? —preguntó y yo me detuve en la sombra de un árbol.
—Estoy cansado —confesé con una sonrisa apenada—. No tengo mucha resistencia.
—Lo sé, estoy un poco mejor, pero es porque tu madre sabe cómo inspirarse para hacer ejercicio —confesó con una sonrisa brillante—. Caminemos hasta esa farola de allá, y tomamos asiento para refrescarnos —propuso y yo asentí.
Solo estábamos caminando, pero a diferencia del sábado, hoy hacía calor. Cuando llegamos a nuestro objetivo, estiramos un poco, como mamá nos había enseñado y luego me indicó que me sentara, mientras él iba a comprar un poco de agua mineral.
Podía sentir el viento cálido, realmente no era refrescante en lo absoluto, pero la sombra era algo increíble, y mucho más si era natural, como este árbol. No tenía ganas de ponerme a filosofar ni mucho a pensar, por ello solo cerré los ojos, para poder distraerme un momento del mundo que me rodeaba.
—Parece que ya te pusiste cómodo —comentó mi padre, abrí los ojos y pude verlo extendiéndome una botella de plástico reciclable—. Sabes, he querido hablarte de algo, pero no quiero que creas que esto estaba planeado —aseguró, mientras se sentaba a mi lado.
—Se que si lo es, mamá no es buena disimulando —aseguré recordando aquellas miradas cómplices que le daba mamá, antes de irse a trabajar.
—Supongo que sí —comentó con una sonrisa. El silencio volvió, mi papá sabía que no sabía cómo contestar a su respuesta, así que decidió continuar—. Te he visto algo fuera de ti, últimamente.
—No entiendo porque crees eso. Estoy estudiando, me encierro pero no tanto como antes, incluso conocieron a katt que es una amiga —dije mientras me hundió de hombros—. Nada es diferente a la escuela primaria en ese aspecto.
—Si, pero no te ves feliz —comentó y eso me dejó un poco incómodo, baje la mirada porque no sabía cómo contestar a eso—. ¿Tuviste un problema con tus amigos?
—No… Ellos… Bueno, hice algunas cosas que… Es solo que…Ello no… —intenté hablar, pero no sabía cómo comenzar—. Papá ¿Por qué la gente es tan complicada? —pregunté—. No lo entiendo, hice algo bueno y algo malo, pero ellos solo se centran en lo malo. Y no sé por qué.
—Esa pregunta no me ha dejado dormir a veces —aclaró con pena—. Pero, entiendo que a veces, a las personas les afecta más lo malo, y tiende a invisibilizar las cosas buenas, porque no es un impacto potente —aseguró mirando a las hojas—, aun así, siempre son complicadas de entender. Por ello, aprendí que la mejor manera de entender a la gente es no buscar entenderla. Solo aceptarla.
—No lo entiendo —confesé.
—Todos vemos una manera de entender, y tenemos un método para entender. Por ejemplo, cuando hacemos sumas, como nueve más veintitrés —comentó—. Que linea de razonamiento tienes para llegar a la respuesta, ignorando lo claro que es la suma.
—Cualquier número que se suma a nueve, es menos uno, más diez —aseguré—. Por eso, nueve más veintitrés, son treinta y dos.
—Esa es una manera de entender la suma —aseguró—. Lo mismo va con la gente, antes creía que podía entender a la gente si sabía que le gusta, o sabía lo que no les gusta, y así vivía hasta que conocí a tu madre y arruinó mi método.
—¿Crees que si sigo intentando entender lo que hicieron mis amigos, buscando una razón según mi punto de vista, no voy a tener una respuesta? ¿Entonces simplemente tengo que aceptar que ya no serán mis amigos? —pregunté y mi padre me miró.
—No creo que dejen de serlo, pero sí aceptan que es mejor alejarse, no forzar nada, ni intentar buscar explicaciones desde tu punto de vista. Porque algo me dice que tu ya sabes por qué terminaron así las cosas, sino no estarías así, intentando buscar otra explicación.
No era mentira, si sabía porque ahora estaba solo, pero una cosa era saberlo, y otra muy diferente era aceptarlo, no podía hacer eso.
—Tienes razón—comenté, tomé un poco de agua y solté un suspiro desganado—. Volví a estar solo, papá —aseguré—. No sé qué hacer para tener amigos. No quiero gente que me apoye en todo lo que haga, sino que esten conmigo, pero que tengan sus propias ideas. Solo quiero gente normal —aseguré, mientras me recostaba en su hombro. Era la primera vez que estaba siendo honesto.